TREINTA Y CINCO

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- ¿Por qué no puedes venir conmigo? Es el último día de la visita de mi pare y quiere que nos acompañes –Agaché la mirada

- El castigo de mi madre aún no termina –Llevaba casi 3 semanas vigilada, incluso a la salida de la escuela estaba ahí por mí

Una semana luego de fugarme con Roger, avisaron a nuestros padres de lo sucedido, de alguna manera Rodrigo omitió el detalle de las nuevas cámaras de seguridad de la escuela.

- Si yo le digo...

- Rodrigo ya lo intentó como diez veces –Se carcajeó

- Yo no soy Rodrigo, no soy mala influencia para ti, además se lo pedirá mi padre ¿Te parece? –Asentí

- Tal vez acceda si se lo pide tu padre –Entramos a clase de Capobianco

El salón estaba vació, miré la hora y todo parecía correcto, excepto que mis compañeros no estaban.

- Cenamos con Capobianco ayer –Comentó despreocupada

- ¿Algo relevante? –Pregunté

- La presentó a mi padre como su pareja "formal" ¿Sabes lo que significa?

- Que lo hemos perdido... Digo tú, yo igual lo veía sin tantas ganas –Rio

- No boba, significa que ya hay sentimientos, es lo peor que me pueden hacer –Se quejó

- ¿Qué cosa? –Ambas casi nos levantamos de la silla del susto

- No... Yo... No... Nada –Bueno si Luciana tartamudeaba de esa manera, no podía ser menos que frente a Capobianco

- ¿Segura? –Preguntó el profesor de nuevo

- No... Yo... –Se trabó de nuevo

- Bastante segura, está bastante segura -Respondí la pregunta por ella

- ¿Y los demás? –Cambió el tema

- No sabemos –Respondí de nuevo, mi amiga estaba demasiado sonrojada

De pronto todos llegaron en grupo, alegando que se estaban inscribiendo a los talleres ya que sólo eran en esa hora. Lo que nos recordó a mí y a Luciana que estábamos perdiendo la oportunidad de inscribirnos a uno bueno.

- Profesor ¿Podemos ir a inscribirnos al taller? –Se me ocurrió preguntar, Luciana se negaba si quiera a mirarlo y susurraba que no le preguntara

- Tienen cinco minutos –Dijo, era lo más amable que había escuchado de él hasta ese momento

Tomé a Luciana por el brazo y la obligué a caminar por los pasillos hasta llegar a las listas.

- ¿Qué taller quieres? –Pregunté

- Cualquiera menos piano o clarinete –Dijo dejándose resbalar por la pared hasta quedar sentada en el suelo

- ¿No le gusta el clarinete señorita Mester? Creí que nos habíamos llevado bien –Apareció la clarinetista cerca de nosotros

- Oh no Perla, no es nada de eso, no soy buena con el clarinete y para piano tengo un profesor particular –Se justificó sin mostrar ante ella el pudor que la inundaba frente a Capobianco

- Algún día espero verla por mi taller, admiro demasiado a su padre –Dijo amable la mujer, tenía más clase de lo que pensé luego de verla hacía un mes en aquel depósito de instrumentos

- La odio –Sonrió hipócritamente Luciana mientras ella se alejaba

- Yo también, dime qué taller –Insistí

Querido PsicólogoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora