Capítulo 34: Incendio

785 71 8
                                    

-Lo mato -digo marcando el número de Mason por octava vez.

El contestador vuelve a saltar, y yo gruño.

-¿A dónde narices tenemos que ir? -exclamo en un grito, haciendo que Val se sobresalte.

-Eh, ya, calma -me dice poniendo una de sus manos sobre mi hombro- ¿Y si probamos con su casa?

-Está bien -digo, suspirando.-Dame un segundo, voy a cambiarme.

Me pongo unos vaqueros y un jersey gris, todo sin dejar de gruñir. ¿En algún momento mi vida será tranquila? Supongo que si me mudo a la Antártida.

-Ya estoy, vamos -le digo a mi amiga.

Nos toma unos buenos cuarenta minutos llegar al dúplex en el que Mason está viviendo. Espero que la emergencia no fuera tan emergencia.

Cuando llegamos, al ir a tocar el timbre, vemos que la puerta está abierta.

-Ok, no se tu, pero yo ahí no entro ni de coña. Esto empieza a parecer una película de miedo, y no pienso ser la siguiente asesinada -dice Val, parandose delante de la puerta con los brazos cruzados.

-¿Me estás vacilando? -pregunto un poco molesta.

-No.

Pongo los ojos en blanco y empujo la puerta. La casa parece normal, sin signos de que nadie haya entrado. Pero hay algo que me preocupa, tampoco hay signos de mi amigo.

-¿Mason? -grito, por si acaso pudiera estar en la azotea o algo parecido.

Lo único que me contesta es el silencio, y empiezo a ponerme nerviosa.

-¡Mason!

Nada.

Reviso todas las habitaciones, sin encontrar absolutamente, hasta que llego a la cocina, donde hay una nota sobre la encimera.

"Azotea"

Eso es lo único que pone.

Empiezo a subir los escalones con temor, agudizando todo lo posible el oído, sin resultados. La casa está desierta, de eso no hay duda.

Cuando llego al último escalón, y miro la azotea, mi boca se encuentra formando una perfecta "o".

Hay un montón de flores, de muchos tipos y colores distintos, subiendo por las paredes, colocadas en macetas; algunos de sus pétalos, cubriendo el suelo.

Una melodía de piano empieza a sonar mientras camino por el sitio. Una manta blanca está colocada en el centro, y, sobre esta, una cesta de mimbre.

Giro de vuelta hacia la escalera, para encontrarme con un hermoso chico de ojos azules mirandome con una sonrisa.

-¿Qué es todo esto? -pregunto, todavía anonadada por la impresión.

-Supongo que podríamos llamarlo segunda cita -dice, encogiéndose de hombros y esbozando una sonrisa de lado.

Sonrío.

********************

-Tú no has preparado esto -digo mirando los deliciosos bollitos que saca de la cesta.

-¿Como que no? Me ofendes -se lleva una mano al pecho, fingiendo pensar.

-Dean, eres hasta peor que yo en la cocina -digo, mirandole seria.

-He mejorado -se queja, pero lo único que consigue es que alce mi ceja.- Alguien tendrá que cocinar cuando nos casemos.

Me guiña un ojo y juro que mi cara se podría confundir con un tomate. Pero entonces, sus palabras me hacen recordar algo...

Cuando El Otoño LlegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora