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"Cuando los Innombrables descendieron desde sus atalayas hasta los riscos, a cuyo pie se seccionaba la encrucijada hacia los ocho puntos cardinales, se encontraron de frente a un hombre tan bello como el primer anochecer- tan reciente aún- quien cubría sus partes pudorosas con harapos de piel de oveja y la cabeza con una corteza de árbol para protegerse de la luz solar. Su mirada inquieta, evasiva, llena de espanto, lo delataba: se había equivocado por primera vez pero desconocía por qué lo habían castigado. Cuando se aproximó a aquellas supuestas cavernas, vio que no eran tales. Aquel enclave estaba excavado y esculpido en piedra. Un valle estrecho, de arenas salinas y rocas detríticas, coloridas y porosas, servía de lecho a montañas incisivas que sostenían el cielo con sus dedos pétreos. En terrazas cinceladas por las lluvias fugaces y los vientos sempiternos, crecían árboles frutales diversos. Pequeños cañones señalaban la división de las comunas, formadas por familias de línea matriarcal. Pozos subterráneos recogían el agua llovida y nunca faltaba el preciado recurso, e inclusive una arteria fluvial palpitaba en el seno rocoso.

Rastros borrosos denunciaban el paso esporádico de caravanas por ese lugar, donde se abastecían de agua y trocaban baratijas por dátiles, frutos o ganado. Puentes, columnas y hermosos edificios de hormigón se apretujaban al margen de las vías principales, donde correteaban niños y mascotas con total despreocupación alrededor de un bellísimo ninfeo, que captaba el agua de manantiales prístinos.

Los llamaban Seir.

La expresión del Exiliado demostró repulsión hacia esos seres que apoyaban su peso sobre los nudillos cuando reposaban pues recordó las historias recitadas por el Primigenio, quien se refería a ellos como seres repudiados por el Creador.

El dios Cuyo Nombres Es Prohibido Pronunciar ordenó al Primigenio que nunca saliera de los dominios delimitados por su soberbia ni escuchase a quien le solicitase la rebelión contra sus designios. No deseaba que sus predilectos se relacionasen con ellos (los Ignotos, Los Hijos del Pecado, los Sin Alma), así como con todas aquellas criaturas abominables que infestaban y pululaban a las afueras del Valle Prometido.

Hasta ese momento, cuando los vio desnudos y corroboró aquella expresión de ingenuidad e inocencia en sus rostros (mal interpretada como bestialidad por el exiliado), pudo corroborar por sí mismo la pesadilla recurrente de su infancia, cuando sus progenitores lo asustaban con leyendas horrorosas de seres que procreaban hijos con cabeza de perro o patas de macho cabrío. Con pavor, confirmó la existencia de tales seres, a quienes el Creador ni siquiera se tomó la molestia de darles nombre, pero que no mostraban apéndices animales sino un cuerpo velludo y de extremidades desproporcionadas.

Aquellas "bestias" bajaron su cabeza, se acuclillaron y levantaron sus brazos, con las palmas de las manos extendidas hacia arriba.

¿Lo adoraron?

Dos de esas criaturas cargaban extraños recipientes de hojas tejidas de palma. Rechazó con muestras de asco las frutas que le ofrecieron pero devoró con avidez unas raíces amargas y ciertos dátiles que seleccionó con cuidado, pues conoció esos alimentos durante su éxodo cuando exploraba los alrededores. Luego, extrajo un pedazo de carne seca del vientre panzudo de una alforja de cuero ajada, tapada con musgo seco. Cual chacal famélico, devoró aquellas viandas de tres o cuatro mordiscos. Su mirada trazó en su memoria cada rincón que le rodeaba por si acaso la Desgracia caprichosa arrojaba de nuevo sus huesos por ahí. Su inspección se detuvo cuando sus oídos escucharon el reconfortante tintineo del agua de un arroyo que nacía de entre las rocas, regalo olvidado por alguna fuerza divina, y se lanzó de cabeza para beber con desesperación del agua que se volvió turbia al contacto de sus manos, otra señal inequívoca de su pecado. Luego, con completa despreocupación, sumergió sus pies cansados en la corriente. Los habitantes del lugar esperaron durante semanas que el agua del arroyo se volviese clara, motivo por el cual tuvieron que buscar el preciado líquido en los pozos, donde la execración no tiñese las aguas que tocase el Maldito.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora