El corazón de Halldora.

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Halldora, acompañada de sus criadas Helga y Alfdis, quienes destacaban por su elevadísima estatura, su piel lapislázuli y sus ojos de matices naranja, prepararon la tienda donde iban a alojar al extranjero. La nieta del "jarl" solicitó que le dieran privacidad. Esponjó los almohadones rellenos de plumas de cisne y verificó que las pieles de lobo y oso estuviesen limpias. Preparó un cuenco de agua fría y procuró que las luces del refugio no pudiesen molestar a ese náufrago exhausto.

La jovencita no dejaba nada al azar. Se sentía atraída por ese hombre de rostro terso pero cuya barba entrecana señalaba que podía ser su padre. Reconocía, en su interior, que no podía aspirar siquiera a coquetearle. Su padre no se lo permitiría. Él deseaba que heredase la profesión paterna o bien se conformaría con trabajo digno como "Mymir".

Por primera ocasión, se desarraigaba de su inmemorial bosque de coníferas, cuya cúpula esmeralda vedaba la entrada de los rayos solares. Muchos de los suyos nunca concibieron la idea aterradora de partir de su pueblo y confrontar la sensación de seguridad que les daba el mismo pero ella alojaba en su corazón el inherente deseo de seguir los pasos de su padre. Gracias a las enseñanzas de su progenitor, conocía el nombre y habilidades todos los engendros y seres que convivían con ella en los territorios de su Casa, desde los trolls de mente microcéfala hasta los duendecillos que convivían en miríadas imperceptibles a la vista. Percibía con sus finos sentidos los escondites, disfraces y las técnicas empleadas por las bestias para acechar o con el fin de no ser descubiertas. Sus manos sabias podían curar muchísimos males físicos y del espíritu con minúsculas esporas pestíferas, hojas que musitaban sus maldiciones a quienes deseaban dañarlas (gracias a la mano del viento crepuscular), hongos carcomidos que aliviaban cualquier dolencia...

Cuando Halladora salió de la tienda y retornó al centro del campamento, contempló el fuego mortecino y añadió leña. Se sentía inquieta al recordar los rasgos de aquel infortunado que recién había rescatado de las aguas: su cabello, sus labios, el contorno de su cuerpo bajo las ropas húmedas... Recorrió con su dedo húmedo las comisuras de los labios de Pietro, los pliegues de sus sabanas, la sedosidad de sus cabellos... Se acercó al convaleciente e inhaló aquella fragancia a ébano, flores de foresta y agua de mar. Aferró las manos del hombre y las retuvo entre sus pechos cálidos e imaginó las caricias que nunca podrían ser suyas.

Ella quedó absorta al verlo por primera vez y no sabía cómo reaccionar, lo cual nunca había experimentado ante los muchachos de su aldea o los pretendientes que desistían a sus propósitos al escuchar las prohibiciones o imposiciones de su padre, que producían siempre el mismo efecto.

Cuando irrumpió Olaf a la tienda, fue sorprendida en sus divagaciones mientras posaba las manos de Pietro sobre sus muslos. Solo pudo bajar la mirada ante sus hermanos quienes comenzaron a carcajearse con descaro al interpretar su confusión con sentimientos ocultos hacia el hombre.

- ¡Nuestra querida hermanita se ha enamorado por primera vez- vociferaba Gunnar ante la malicia general-. Aquella que ha vapuleado a mazazos y mandobles de espada a todos los pretendientes de la aldea para conservar intacta su virginidad, se sonroja como un cachorro de lobo ante el primer extranjero que ven sus ojos.

Las risas perduraron unos segundos, aunque muchos recordaron la paliza recibida a manos de la doncella cuando intentaban cortejarla. Esa pequeña venganza les complacía, aunque nadie lo decía por temor a represalias de la joven y su padre.

- La nieta del "jarl" que ha rechazado a los más valientes guerreros y altos dignatarios a cien leguas a la redonda de nuestro hogar se enamora de un desconocido... ¿Qué dirá nuestro abuelo al saberlo?- exclamaba Gunnar entre su séquito, a las afueras de la habitación de Pietro.

En ese momento, Halldora deseaba quedarse sola. Le hubiera gustado encontrarse su casa, con velas en las ventanas mientras observaba desde la terraza el árbol sagrado decorado con flores de muérdago, felicitaciones y regalos a los dioses por honores concedidos. Deseaba escuchar las canciones matrimoniales entonadas por sus amigas y juglares en lugar de oír el ulular indignante de su hermano y lamentó el haber aceptado el amable ofrecimiento de su padre para que acompañase al infortunado.

Revivió el encuentro con Pietro Acquaviva y cinceló en su mente el rostro de todos aquellos que se reían de ella, una lectura que hacía temblar a quienes la conocían. Imaginó las aguas lentas del océano que en esa época del año estarían a menos cinco grados y en las que la visibilidad quedaba reducida, como mucho, a uno o dos metros.

Halldora tomó su espada y encaró a su hermano, quien dramatizaba su sopor ante la llegada de Olaf. Dio un empujón a Gunnar y antes de que este pudiese defenderse, le introdujo la punta de su arma en el cuello. El barullo se suspendió de inmediato, tanto por el inesperado ataque como por la llegada de Olaf, quien llegó a separarlos. Halladora dio un violento rodillazo en la entrepierna de Gunnar y las carcajadas imperaron de nuevo mientras ella se dirigía hacia el campamento.

Optó por no salir más de la tienda.

Ella acompañó a la familia durante el sacro viaje otoñal porque le prometieron salir a cazar y pescar en la bahía o bien, contemplar hasta el éxtasis otras maravillas por las que merecía la pena salir de casa, como deambular por el cementerio de embarcaciones centenarias. No le hablaron de sufrir el escarnio de la jauría acechante, maloliente y vulgar que acompañaba a su hermano porque sus fantasías se habían opuesto a su sensatez.

Se levantó de la butaca tallada por las aguas a orillas de una cavidad rocosa y se dirigió al dormitorio principal, donde sus pertenencias se habían dispersado por toda la estancia, pequeña y gélida. Se desnudó deprisa y tomó una ducha rápida con agua caliente, preparada por sus damas, pues desde niña había descubierto que le permitía relajarse y pensar en calma. En realidad, ya no se sentía a gusto entre paredes de cuero y los suelos arenosos. Cada instante que trataba de relajarse, los recuerdos cambiantes la hacían estremecer.

Envuelta en una bata de seda traslúcida color carmín, inspeccionó el dormitorio de los invitados para asegurarse de que todo estaba en orden. Y sí. Por primera vez Halladora Olafson lloró porque se había enamorado de un hombre. Y otro hombre, Olaf Ulfson, contenía sus lágrimas en las afueras de la tienda porque temía que su mayor secreto pronto podría ser develado.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora