Yo soy Olaf Ulfson

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    Los Ulfson estaban orgullosos de su ascendencia de más de veinte generaciones de hombres valientes cuales dioses y mujeres hermosas como la alborada del primer día de primavera. Quienes los conocían aludían que manaban un halo algo extraño u obscuro que los distinguía de otros clanes nórdicos. Ellos se regían por el honor, la verdad y el valor, principios que discernían muchísimo respecto a otras tribus vecinas quienes los veían como un valiosísimo y respetado aliado o un enemigo al cual no podían intimidar.

Olaf nació un viernes a medianoche durante un eclipse lunar. Lo peculiar del día y la hora de nacimiento, propició que las ancianas del pueblo declararan que estaba predestinado a ser desgraciado en esta vida, y que viviría atormentado debido al privilegio de ver fantasmas y espíritus, dones inevitablemente otorgados a todo infante nacido o gestado en viernes de eclipse y a medianoche. Como un recuerdo que sorprendía a todo aquel que se lo contase debido a la infinidad de detalles que recordaba de ese día, Olaf contaba que cuando nació, iba envuelto en una membrana aterciopelada de color marrón, por lo cual muchos creyeron que su nacimiento estaba ligado al lobo devorador de lunas. Su padre Ulf retiró tal membrana con la hoz sagrada que utilizaba para recolectar muérdago y podar el árbol sagrado, por la cual muchísimos marineros le ofrecieron trofeos de guerra, la pesca de todo el verano o runas sagradas que le liberarían contra cualquier maleficio gestado por los dioses, pues aducían que tal hoz les protegería contra el riesgo de morir ahogados o bien, alababan su eficacia contra el ataque de seres demoníacos como trolls o licántropos. Diez años más tarde, su padre dio tal trofeo a una anciana coja con rostro plegado por profundas arrugas que encubrían unos ojillos amarillos y vivaces. Esta llevaba un gran bolso de armiño, del cual extrajo una runa extraña que le colocó en el cuello al pequeño Olaf y le dio la orden expresa de que nunca se lo quitase. Tales demostraciones de prudencia por parte de Ulf Svenson calaron en el ánimo del pequeño Olaf, quien pronto supo que esa anciana coja vivía en una cabaña destartalada en medio del Bosque de Los Lamentos. Todos la recordaban como un ser sorprendente, que sobrepasaba los noventa años de edad pero que parecía mantener siempre el mismo rostro y figura, pues desde hacía décadas llegaba a la aldea durante la época de pesca para comprar algunas anguilas, bacalaos y otros presas secas que guardaría en un enorme y mugroso barril de roble, del cual nadie hallaba explicación de cómo lo transportaba pues nunca vieron cómo realizaba un viaje desde estepas tan extensas como un continente.

Todos tenían entendido que dicha la hechicera centenaria siempre tomaba durante las mañanas una infusión preparada con rosas azules y solía vanagloriarse de que nadie había podido vencerla en disciplina atlética alguna. Gustaba mucho también de las bebidas etílicas y sus injurias, maldiciones y palabrotas sonrojaban a cualquier habitante de la aldea. Se indignaba mucho contra los marinos y demás personas que llegaban al atrevimiento de llamarla vagabunda o bruja y se santiguaban o pronunciaban conjuros para evitar el mal de ojo.

Los ojos de Ulf Svenson se cerraron a la luz de este mundo trece años después del nacimiento de su único hijo, durante otro eclipse lunar. Olaf recordaba cómo aferraba la piedra blanca que le dio su padre sobre la pira funeraria de este a orillas del río. Una indefinible compasión y amargura le embargaron al verle allí tendido y solo en la noche oscura, mientras su madre le entregaba la tea para que iniciase la incineración y el ascenso de su alma a los salones de los guerreros valerosos.

Olaf destacaba por su talla colosal, su rostro pétreo e inexpresivo y un bigote inmenso de puntas trenzadas, al igual que su barba castaña, abundante y entrecana, marca innegable de los genes de su padre. Su hija había muerto tras dar a luz a Halldora, maldición que siempre caía sobre varios miembros de la familia, generación tras generación. También criaba a dos nietos más, Gunnjorn y Gunnar, tan disímiles como copos de nieve en su físico como en su carácter.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora