Diferencias

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  Ese anochecer, el mutismo aplicado durante todo el viaje de regreso por parte de la señora Le Fey (cual si fuese un ejercicio zen impuesto sus hijos), propició que mantuviesen silencio y se dedicaran a observar con mayor detenimiento el paisaje. Pudieron deducir que la ciudad y sus poblados rurales estaban ubicados en un valle, inmerso entre varios cerros que ostentaban bosques centenarios (quizás milenarios); además esta urbe creció alrededor de un apacible lago, cual pintura impresionista europea. La distribución de las granjas y algunas viviendas suntuosas daban a entender cuán importante era para sus habitantes el respetar la privacidad del vecino pero también en cada hogar se mantenían incólumes los detalles arquitectónicos de cada cultura: la suntuosidad de los japoneses, la sobriedad de los británicos, la alegría y colorido de los latinoamericanos, la elegancia de los franceses, la espiritualidad de los tibetanos... Kilómetro a kilómetro, los chicos disfrutaban de esa abigarrada y multicolor exposición de culturas, sin olvidar cuán orgullosos se mostraban sus moradores de sus raíces, pero no porque delataran un apellido o un legado histórico, sino porque exponían la esencia de los valores e identidad de cada nación.

Los chicos ya se mostraban ansiosos por conocer más ese lugar y cómo podían convivir ahí sus habitantes, pero quizás su mayor intriga era, si sus antepasados eran seres feéricos irlandeses, ¿quiénes habitaban en esas casas? Remy pensó en un cartero que perseguía a los perros, un doctor que practicaba a su paciente una sangría directa a la yugular, un maestro de mirada ciclópea que petrificaba a los niños inquietos, un vecino de ojos saltones y cuernos de antílope que te obsequiaba con amabilidad un pastel de arándanos (al menos, parecían arándanos) o un carnicero de colmillos afilados y cara velluda que te ofrecía una variedad ilimitada de cortes provenientes de todo el mundo, así como mostraba en sus congeladores una macabra exposición de embutidos sangrantes y cabezas descarnadas, no sin antes observarte de pies a cabeza para tasar tu peso y tu valor en el mercado. Kenny, más idealista y despreocupado que su hermano, imaginaba que permanecía en aquel sitio al menos unos veinte años y contraía matrimonio con una de las habitantes de esa ciudad. Sonreía para sus adentros al pensar cómo serían sus futuros hijos: si aullaría con ellos en lo alto de una cumbre a la luz de la luna llena, viviría en una cueva a diez metros bajo tierra, o si les daría una docena de ratas vivas como desayuno a su bebé de un año mientras este sacaba su lengua bífida como muestra de satisfacción.

La imagen de la mansión Le Fey disipó las fantasías de los gemelos, quienes subieron a la terraza del segundo piso. Ambos posaron su vista en la lejanía. Aquel paisaje no difería mucho de su Irlanda natal, debido a la belleza escénica y el clima agradable a esas alturas del año. Pero una serie de inquietudes comenzaron a aguijonear el pensamiento de los chicos.

- Remy- expresó Kenny tras reflexionar unos segundos.

- Dime.

- ¿Notaste que en este lugar hay "cosas" diferentes?

- ¿Nosotros?

- Además de nosotros- expresó Kenny.

- Explícate, porque tus limitaciones, omisiones y desconocimiento de la lengua inglesa me confunden.

- La gente que conocimos hoy no parece anormal. Creí que íbamos a abordar a un sitio donde todos llevarían capa como Atenea y los suyos cuando visitaron nuestra casa en Dublín o nos mostrarían su dentadura como los Carroñeros o tratarían de aplastarnos con una cachiporra como los "fomoré".

- Lo noté. Además, no concibes que haya árboles de papaya o plantaciones de piña en pleno otoño, más acá en Massachusetts. - Y las hojas de los árboles caducifolios no han caído.

- ¡Vaya que sí! Y busqué en Internet cualquier información respecto a Acquaviva y solo encontré datos de un jugador italiano de la segunda división de la liga de fútbol en ese país. Y un club nocturno de segunda de los barrios bajos de Varsovia. Y mamá me obligó a apagar mi portátil al ver a esos cachalotes en ropa interior- dijo Kenny entre carcajadas.

- Yo igual. Siempre concebí que en este mundo existía una explicación científica para todo cuanto nos rodea y en este momento no sé ni siquiera que soy- interrumpió Remy.

- Yo igual. ¿Me están creciendo las orejas o se me notan bultos en la espalda? –dijo Kenny mientras se palpaba la espalda.

- ¡Kenny, déjate de bromas! Te comportas como Marc Donovan.

Ambos callaron durante un instante. Pensaron en el "korred", en Atenea y en toda aquella tropilla que entró a la sala de su casa en un inesperado asalto. Aspiraron aquel aire puro, tan diferente al smog de las metrópolis europeas. Ese sitio era diferente. Y les gustaba el cambio. Decidieron deambular por el castillo para familiarizarse con sus habitaciones, pasillos, escaleras, balcones, jardines internos, pinturas (todas con motivos mitológicos), espejos, jarrones...

Después de la cena, los chicos decidieron reposar un rato para digerir su primera comida formal en tres días y así conocer su habitación, ubicada en la torre de homenaje, una monolítica construcción que databa de décadas previas a la edificación de las bases de las otras torres, las murallas y la plaza principal. Paso a paso, los hermanos trataban de reaccionar ante la realidad (¿o fantasía?) que se erigía ante sus ojos. Innumerables máscaras de todos los confines del mundo (y quizás de otros lugares) ataviaban las paredes hacia su habitación, pero los cinco pisos de escalones de madera fina, labrada y alfombrada, se convertían ya en una tortura. Empotrada sobre una vieja mazmorra subterránea desocupada, la torre principal se dividía en el almacén de los víveres (cerrado con llave, para su infortunio); la sala de guardia donde Foghladh ( asignado por Marc) dormitaba mientras trataba de cumplir con su guardia; un gran salón para recibir visitas importantes; ocho espaciosas habitaciones y en el último piso, las almenas, acondicionadas como mirador y zona de recreo, incluso había gárgolas huecas empleadas como canalillos para llevar el agua al pozo de la plaza y al jardín.

Los hermanos sabían que sus acompañantes descansaban, convalecían o vigilaban en el palacio. Los "glawackus" recorrían las buhardillas del palacio y lograron distinguir la figura de Atenea en una de las torres esquineras. Donovan vigilaba aun cuando sufrió la fractura de tres costillas y la dislocación de un hombro debido al ataque del "fomoré". Un ladrido y dos pares de pasos sobresaltaron a los gemelos pero un suspiro de alivio se escuchó al ver al señor Stewart y a Chewie, quien jugueteaba por doquier.

- Creí que con lo vivido esta madrugada no iban a aventurarse solos a ningún sitio- expresó el anciano bonachón.

- Debemos agradecer su ayuda, señor Stewart, si es así como te llamas- externó Remy.

- Nuestro verdadero nombre debe ser secreto siempre, hijo mío. Y el mío fue olvidado en las aguas del Mar Negro hace muchísimo tiempo.

- Sí. Todo cuanto hay en nuestra casa, así como sus moradores, son piezas de colección- expresó Kenny sarcástico.

El señor Stewart sonrió con simpatía y un dejo de tristeza a los chicos. Acarició la cabeza de Kenny y su mirada se esparció en el horizonte, cual si tejiese su recuerdo con los primeros carámbanos de luna. Chewie, adormecido, se posó a sus pies y mordisqueaba su pelaje. El Ponto sombrío se irguió aterrador en la memoria del anciano quien, en medio de la tormenta, seguía delirante el destello de oro que se escondía en lo más recóndito del bosque custodiado por la serpiente descomunal. El recuerdo de la estela de sangre en el mar tornó tan vívido como siempre. Escuchó el llanto y las súplicas de ese niño, quien al ver que no se apiadaban de él, maldijo la cobardía de todos aquellos que presenciaban como su asesina lo desmembraba sin compasión y no emitió un solo quejido más.

Una lágrima se deslizó en el rostro del anciano. Volvió a ver a Kenny, pidió disculpas y solo susurró "siempre te me pareciste a alguien". Un silbido agudo llamó al despistado Chewie que olisqueaba dentro de un jarrón de cobre. El anciano acarició a su mascota y entonó una canción en un dialecto griego que se hablaba en una nación que besaba las aguas bálticas, de la cual la historia nunca logró rescatar su nombre.

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Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora