Tiziano Bolocco

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"Mi nombre es Tiziano Bolocco. Quien infectó a mi padre, pertenecía a un antiguo clan de Casa Rusalka, del cual solo sobrevivía solo él y ocupaba descendencia.

El origen de mi nacimiento es conocido por unos, tergiversado por muchos o ignorado por la mayoría. Los Efímeros me llaman monstruo; los Híbridos, hermano, y los Inmortales, paria. Remontémonos a un pasado no muy lejano para la mayoría de ustedes, que cargan como yo la responsabilidad de una vida larga en pro de los más necesitados. Vivían mis padres en la parroquia de San Marco, en una aldea habitada por gente honesta y pobre. Mi madre quedó viuda un mes después de que quedó preñada. Después de morir su marido, un sencillo piconero de quien heredé su nombre, mi madre comenzó a alojar huéspedes en su casa, un enorme edificio de tres plantas, heredado de sus abuelos. Dejó libres algunas de sus habitaciones para aliviar su precaria condición económica, que dependía de una huerta, reservas de carbón vegetal y algunas ovejas. Cedió la planta superior del edificio a un ex soldado, de barba rojiza y desaliñada que le daba un aspecto salvaje. Su aspecto contrastaba con su voz melodiosa y suave, además de sus ademanes amanerados que demostraban una educación esmerada. Portaba consigo una bellísima hacha con mango labrado de plata, donde se reconocía un mensaje en lengua extraña (críptica como me enteré luego), que incluía con oraciones y contra hechizos muy útiles ante peligros inesperados. Poseía habilidades como artesano y llevaba siempre consigo en un morral juguetes ingeniosos, cuencos de plata, engranajes y piezas de diferentes metales. Convirtió su habitación en un curioso taller donde trabajaba mucho pero donde nadie debía entrar, ni siquiera mi madre. A veces salía de noche a dar largas caminatas en el bosque, pese a las advertencias de los vecinos, pero decía que iba a vender esos raros instrumentos que fabricaba.

Un año después del funeral de mi padre, sucedió que un hombre y una mujer, vestidos con un traje verde idéntico al de nuestro huésped, fueron a hablar con este fabricante de chucherías por algún asunto relacionado con su trabajo. Entraron sin permiso, como me lo relataron testigos, y cuando estaban cerca de los últimos escalones para ingresar por la portezuela completamente abierta de la habitación donde trabajaba, mi madre, atónita por lo que veía, gritó al hombre, que estaba frente a ella en la escalera, que bajara de inmediato.

En ese lapso, desde otra parte de la habitación, que no podía verse desde las escaleras, corrió velozmente el huésped, que llevaba un morral entre sus manos. Éste, con expresión de vivir una gran angustia o apuro, abrazó a los intrusos y le pidió disculpas a su mesonera. Hizo señas con la cabeza a la mujer y al hombre que venían detrás, y les pidió que esperasen afuera. Al mismo tiempo, el visitante desenfundó un cuchillo y empezó a cortar una pieza delgadísima de pan. Luego, machacó unos bulbos blanquecinos de penetrante olor y lo mezcló con pan y un poco de agua que cargaba en una botellita mientras murmuraba latinajos y se persignaba. Pidió permiso a mi madre para untar aquella mezcla en los marcos de las puertas y las ventanas. Días después, según narra un viejo zagal, el cura del pueblo analizó aquella mezcla y corroboró que era pan ácimo consagrado, agua bendita y ajos.

Ante tal escena, mi amada mujer se detuvo un momento, pero el hombre que estaba parado en mitad del salón, la alentaba para que le ayudara. Trató de pedirle explicaciones pero se detuvo ante un gesto del barbado pelirrojo, quien le dijo:

- ¡Ve a la puerta y ayuda a ese hombre!

La viuda Bolocco ni siquiera pudo iniciar su labor, pues un grupo de hombres y mujeres, vestidos de verde como los recién llegados, suplicaban al pelirrojo que les auxiliase.

Una jovencita exangüe, que exhibía una mancha sanguinolenta en el cuello era llevada en alzas por cuatro fornidos aldeanos pero al tratar de ingresar al mesón, la mujer comenzó a maldecir y a revolcarse. De tres o cuatro empellones se deshizo de quienes la cargaban y comenzó a rugir ante los aterrorizados aldeanos. El pelirrojo, subido en un banquillo nuevamente, hizo señas de que se quedaran quietos como diciendo: « Actuaremos de inmediato».

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora