Xavegre.

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  Más de 25 mil kilómetros recorridos en búsqueda de un país minúsculo, donde existía un lugar cuyo nombre era impronunciable en quince lenguas y veintidós dialectos. Trevor Lewis había empleado al menos la mitad para maldecir una y otra vez a Pietro Acquaviva, quien le había asignado ir a un pueblito centroamericano caluroso y recóndito, ubicado a los márgenes de montañas innominadas, cubiertas con su traje tropical esmeralda. Maldijo de su credulidad y buena fe en un anciano de la etnia "afar" quien le había contado d de un lugar llamado Xavegre, sitio predilecto para muchos Musir, Híbridos e Inmortales que buscaban las aguas de las cascadas llamadas La Puerta Divina.

Cuando se enteró que debía dirigirse hacia Costa Rica, sin apoyo alguno del Concejo, Trevor Lewis recordó con dificultad antiguos y pintorescos documentales en blanco y negro, expuestos durante un Festival de Cine en el museo de su ciudad.

Tras más de diez horas de vuelo, descendió en el aeropuerto Juan Santamaría. Selló su pasaporte y tras un par de horas, encontró su equipaje que iba rumbo a Bogotá. Al salir del aeropuerto, una jauría de taxistas se abalanzó sobre él para ofrecer sus servicios. Seleccionó uno al azar y abordó el vehículo. Dio diez euros de propina al conductor (quien ya le había cobrado de más) y este lo llevó al Mercado Central de la capital. Ahí consiguió algunas semillas, raíces y yerbas para su viaje y emprendió su marcha en búsqueda de su hotel. Compró un "chip" para su teléfono celular, y tras programarlo, comenzó a caminar por la Avenida Central. Vacas de colores, una plaga de palomas en cada parque capitalino, callejones malolientes y vendedores ambulantes que te ofrecían desde un lápiz hasta el más moderno teléfono celular formaban parte del paisaje urbano de la capital costarricense. Rebuscó entre su equipaje un papel sucio y arrugado, donde guardaba el número de Mané Borges, amigo íntimo de su padre, quien radicaba en esa nación desde hacía un par de años. Este fue miembro de una antigua familia de Manaos, comerciantes de madera y explotadores mineros, quienes habían sido muy ricos décadas atrás pero una serie de infortunios como enfermedades tropicales, ataque de bestias feroces o pantanos malsanos diezmaron sus cuadrillas, razón por la cual muchos desertaron de sus labores ya que consideraban malditos aquellos terrenos. Sumido en la miseria y para evitar el escarnio de las altas esferas sociales y a sus posibles acreedores, viajó sin más equipaje que el traje que llevaba puesto y un puñado de dólares. Abandonó a su familia, según decían las malas lenguas, en la aldea de sus antepasados o bien les fijó una nueva residencia en un islote al frente de la costa de Surinam.

Mané apenas se preocupó para decirle, por teléfono, que ese lugar era una zona agreste al sur del país, circundada por la cordillera de Talamanca, hogar de antiguas castas guerreras inconquistables, temidas por los primeros exploradores españoles. Estaba aislada de la capital, a unas cuatro horas por carretera y de ahí, debía abandonar el vehículo. Le aconsejó comprar zapatos cómodos para emprender una larga caminata. Le dio una dirección para que contactase con Paco (no dijo ni el apellido de este) quien reservó su habitación en un hotel céntrico de la capital.

La noche de su llegada a Costa Rica, Trevor dedicó unas cuantas horas a investigar respecto al lugar que buscaba. Encontró fotografías de un yermo campo donde alguna vez hubo selvas que se resignaron a desaparecer ante la agricultura y ganadería. En internet, encontró información de un hotel de montaña, lugar frecuentado por europeos septuagenarios, enclavado en los páramos costarricenses. La vegetación, como puede suponerse en tales zonas, era espléndida, de árboles centenarios de gran magnitud y pájaros diminutos que se alimentaban de polen o semillas. También aprecio fotografías de humildes viviendas de madera, alquiladas a precios exorbitantes durante el verano en ese país por las gentes que huían de la nieve y los caminos colapsados en el hemisferio norte.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora