Llamémoslo hogar.

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  Olaf ofreció a algunos de sus hombres para que ayudasen en la tarea de edificación de la nueva comuna, así como de la casa de campo de los Acquaviva, un capricho trivial de Pietro. Hrafnkell se ofreció de primero para compensar su falta de cortesía días atrás, así como Gunnjorn y Sven, un joven herrador que maleabilizaba los metales a su antojo cual si fuesen de arcilla y siempre se veía acosado por todo un séquito de admiradoras boquiabiertas que le agobiaban con sus preguntas bobas.

Hrafnkell poseía profundos conocimientos en la construcción de cabañas, molinos, graneros y otras edificaciones, aunque cada vez que debía talar un árbol, solía elevar una plegaria de disculpa.

- Curiosa reacción de un tipo que los usa como urinario- acostumbraban decir Enrico y Luigi entre risas, con la precaución de no ser escuchados por el nórdico.

Gunnjorn resultó de suma ayuda para los Acquaviva y los suyos. Conocía muy bien casi todos animales y vegetales de los alrededores, hábitat propio de su terruño. Hábil cazador y recolector de setas y bayas, pronto se ganó el aprecio sincero de Pietro, quien gustaba escucharlo y acompañarlo en sus excursiones, ya que su nuevo amigo también resultaba un excelente maestro que lo involucraba en el conocimiento de sus nuevas tierras.

Thorkel regresó dos días después con lo prometido a Rafaela. Los eslovenos (unos diez en total) decidieron quedarse con los Acquaviva, no sin antes llevar a sus prisioneros para ser juzgados por la corte de Venerables de Casa Rusalka, ante quienes pidieron la indulgencia para Petrovic, de suma utilidad en la aventura con el rübezahl.

Tres años después, un renovado clan nació en el sitio indicado por el gigante, como premio del Concejo a los servicios de los Acquaviva. Pietro continuó su misión como Mecenas, muy feliz porque ya poseía un hogar seguro para los suyos y aquellos que deseaban seguirlo a ese nuevo paraíso enclavado en aquel bosque oloroso a resina y savia. Algunos de los nuevos colonos decidieron labrar sus nuevas granjas en tierras aledañas a la nueva aldea de Casa Grimm, bajo la tutela y protección de Pietro y los suyos, quienes colaboraban en todo cuanto podían.

Por primera vez en mucho tiempo, Pietro Acquaviva vivió en paz. Su cabaña se asentó entre dos enormes robles huecos a las orillas de un lago de aguas mágicas que reflejaban su estado de ánimo, un secreto que conocían nada más sus amigos y familiares más íntimos.

Pronto la sabiduría y bondad de Pietro se extendió por todos las Casas. Muchos "jarl", miembros del Concejo, Leñadores, Haminjes y demás personajes distinguidos solían visitarle y en algunos casos, solicitaban quedarse ahí para conocer mejor ese lugar tan especial.

Pero, ¿por qué la elección de mantenerse unidos a Casa Grimm si la aldea colindaba con los territorios Huldofólk? ¿Por qué el nombre de Casa Grimm?

El nombre de la Casa surgió de manera espontánea en honor a unos entusiastas y eruditos visitantes alemanes, amigos cercanos de Pietro, que llegaron invitados a su antigua aldea en territorio prusiano, pues tanto ellos como el Mecenas ya que adoraban las historias narradas por los ancianos patriarcales, las madres temerosas, los borrachos delirantes y los niños extraviados que habitaban este dulce rincón del universo. Quedaron maravillados por la amabilidad de esas gentes, provenientes de múltiples rincones del mundo conocido, quienes acostumbraban buscarles para charlar con ellos y engrosar su libro de leyendas autóctonas, con la precaución de no contar que algunas de estos relatos correspondían a experiencias personales, adornadas con molinos embrujados, hechiceras bipolares , endriagos confundidos, princesas abandonadas por su destino, príncipes invencibles y un poquito de magia blanca, motivo de risa para los aldeanos que disfrutaban de la credulidad y el agradecimiento de los Grimm.

Casa Grimm.

La aldea Acquaviva destacaba por sus calles empedradas trazadas a cordel, las cuales separaban bellísimas casas de primorosos detalles acordes a la etnia de su dueños. Estas viviendas descansaban sobre pilares de piedra o roble y todas encaminaban a una plazoleta octagonal alrededor de unas fuentes esculpidas en mármol negro, con incrustaciones de piedras semipreciosas. Ahí, las mujeres se enteraban y daban a conocer todo cuanto acontecía dentro de sus muros y más allá de sus fronteras, bajo la sombra de árboles traídos del todo el mundo que también decoraban los jardines y huertas.

Pero lo más peculiar no consistía en sus tres colosales terrazas donde se asentaban los variopintos hogares o la pared rocosa colosal al norte de la aldea que cerraba el paso a cualquier posible enemigo o la generosidad de sus habitantes, a quienes Pietro y los suyos les habían salvado la vida o dado esperanza. Según los versados, lo más curioso radicaba en una población diestra en diferentes profesiones : herreros gitanos capaces de forjar herraduras con mil leguas de garantía; panaderos daneses que cocían torres de hojaldre y canela de veinte pisos con las más variadas formas en menos de veinte minutos, molineros que trituraban cientos de sacos de grano en una sola noche, marinos italianos que conocían de memoria el más mínimo cambio en la espuma del oleaje, médicos eslovenos que expendían curiosas recetas naturales para combatir enfermedades que ningún médico Efímero conocía, Leñadores brasileiros capaces de cortar en tres días el combustible vegetal necesario para darle calor a toda una aldea...

A cuatro días de "marcha de gigante", dentro de la espesura de un bosque, existía Casa Huldofólk, su villa gemela, con quien Casa Grimm mantenía relaciones comerciales frecuentes.

Para el caminante, una jornada de descanso en Grimm reconfortaba el espíritu y el cuerpo por sus acogedores y paradisiacos rincones, donde nada parecía fuera de sitio: plantas carnívoras que custodiaban los portales de los más desconfiados , esculturas a las cuales solo les faltaba respirar, arquitectura emergida de la mente de Dalí ... Miembros de diferentes clanes y Casas recorría hasta la mitad del mundo para presenciar ese sitio idílico cuyas leyendas no podían explicar con simples palabras su verdadero encanto. Olaf y los suyos acudían con frecuencia para adquirir armas, trajes finos y hasta ciertos rollitos espolvoreados de canela y rellenos de cremas o jaleas dulces que tentaban la gula de cualquiera. Los gitanos y los eslovenos que decidieron establecerse ahí, hasta le perdonaron la causa pendiente a Petrovic, quien resultó ser un magnífico aedo, incluso, un geólogo capaz de extraer agua hasta de las rocas de los acantilados.

Muchos otros fueron atraídos por las palabras de Pietro, quien no olvidó su labor como Mecenas y continuó su búsqueda de seres desamparados y sin esperanza.

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Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora