La risa de la hiena

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   El bosque mutó con la llegada del atardecer que llevaba con delicadeza el manto de la impredecible noche. Cantos y chillidos de animales peculiares se escuchaban entre el forraje: "alicanto" en búsqueda de oro, el llanto del solitario "amarok" para advertir a los cazadores nocturnos, el evasivo "cuba" en búsqueda de su pareja, el eco lejano del "wakinyan" que antecedía a la tormenta... Lubbo Zeihan, discernía y explicaba a sus acompañantes cada uno de aquellos sonidos, pues muchas de esas especies habían sido rescatadas, clasificadas e integradas a su nuevo hábitat por el profesor y los "Verndari" del Concejo, en muchos casos tras extensas y penosas excursiones a los más recónditos rincones de los siete continentes, labor que se había extendido durante siglos de anónima y valiosa colaboración de Inmortales, Efímeros e Híbridos, precursores y conocedores desde antiquísimas épocas de la necesidad de conservar la flora y la fauna. Sus estudiantes, absortos, escuchaban la voz grave de su profesor, al cual admiraban muchos.

Tras una seca despedida, Zeihan quiso devolver sus pasos hacia el colegio pero le detuvo un chasquido corto y reiterado asustó a los chicos. Este sonido se dispersaba en un diámetro de ochocientos metros y Zeihan sabía, guiado por su finísimo oído, que algo o alguien los estaba cercando. Observó la hora en su teléfono celular. Las luces de los fluorescentes se adivinaban apenas entre las brumas.

"Boca de lobo" recordaron aterrados los chicos Le Fey. Savannah se aferró con fuerza del brazo de Kenny y este olvidó por unos instantes cuán asustado estaba. Lubbo pidió a los chicos que apagases sus teléfonos celulares. Se desvió unos metros de la senda y subió a un árbol cercano, no sin antes borrar sus huellas. Descendió y dio aviso a los demás para que lo siguiesen. Oteó la dirección del viento. Volvió a subir al árbol y pidió a todos que se escondieran tras un tronco caído. Unos segundos después, unos ojos amarillos, nítidos y refulgentes se arrastraban casi a ras de suelo. Dos enormes siluetas de pelaje moteado y maloliente olfateaban sin cesar cada palmo del lugar, muy cerca de ellos. Los chicos vieron erguirse a las dos figuras en dos pies mientras articulaban un lenguaje gutural y desagradable de una lejana provincia en las entrañas dela África mística. Ya Zeihan había visto a esos monstruos años atrás en uno de sus viajes a Chad. "Hombres Hiena. "Bultungin".

Pero un error delató a Zeihan. Al tratar de aferrarse a una rama más alta para equilibrarse mejor, cayó de espaldas desde unos cinco metros de altura. Una risa nasal y descontrolada dio a entender al profesor que las bestias se dirigían hacia él. De manera instintiva, evadió dos dentelladas de los "bultungin" y la mirada de sus atacantes. Aspiró una bocanada de aire y Zeihan adquirió su forma de Cérvido. Propinó un fuerte tope con su testuz a uno de ellos. Sabía muy bien que no debía aspirar el hedor de los hombres hiena a riesgo de caer en su embrujo si alguno de sus agresores fuese hembra. Saltó en vertical de casi dos metros y de una fuerte coz derrumbó al "bultungin" que observaba asombrado su metamorfosis. Un golpe certero con una daga Burundi por parte del Sinisa remató al monstruo. Zeihan dio la voz de alerta al ver cómo la otra bestia emprendió huida. "No estaban solos" – dijo Remy Le Fey.

Zeihan, transformado en Cérvido, decidió dar tiempo a los chicos Savannah, Sinisa, Kazuyo, Haytham, Codu y Cristina guiaban a los demás compañeros (unos quince) hacia el colegio pero no sabía cuántos eran sus perseguidores. No comprendía cómo entraron en los terrenos del colegio. Aunque no tan veloces como los Cérvidos, los Hombres Hiena siempre habían demostrado ser perseverantes cazadores. Sus peores sospechas se confirmaron: una jauría de seis "bultungin" se aproximaba, guiados por un extraño espécimen. "Un "kaftar" – pensó Zeihan al notar su mayor tamaño y su pelaje más oscuro y uniforme. La angustia ofuscaba a Zeihan quién con su agudo oído percibió las pisadas de los monstruos que delineaban una pinza para acorralarlos. Recordó una cueva apostada bajo un túmulo al oeste del sendero, catacumbas que guardaban los restos de las familias más antiguas de la ciudad. El jadeo y la hilaridad típica de sus perseguidores, confundidos porque no podían olerlos debido a la posición de su escondite, contrario al viento, producían escalofríos en Remy y Kenny pero pese a la serenidad de Sinisa y Kazuyo, no experimentaban paz. Con cautela y mordiéndose los belfos debido al tormento de sus heridas, Zeihan ojeaba la luna. Recordó que la sangre provocaba frenesí entre los hombres hiena y buscó algunas hierbas medicinales, las cuales masticó y pidió a Cristina, hábil Curadora, que las aplicara a sus heridas. Pidió a los chicos que subiesen a un árbol y comenzó a rondar los alrededores, sin detener un trotecillo imperceptible pero ligero para determinar si se acercaban las bestias. Agitaba sus orejas en espera de algún murmullo, un crujido, un sonido. Un destello plateado detuvo su marcha.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora