La voz de Olaf

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  Dos semanas atrás, Olaf había acampado cerca del acantilado para que sirviese de parapeto si se presentase la ocasión. Esperaban a unos Leñadores eslovenos que llevaban consigo a un prisionero muy peligroso, así como a una caravana de gitanos Haminjes que custodiaban a extraños especímenes capturados en los más intrínsecos lugares de todo el mundo. Decidieron salir a buscarlos porque, en su opinión, duraron demasiado tiempo desde la llegada de los emisarios quienes, como costumbre, fueron hechos prisioneros, medida preventiva pero que contemplaba el ser atendido con todos los lujos, como lo exigía la cortesía impuesta por el Concejo.

Como siempre, Olaf se hacía acompañar de sus nietos, incluida Halldora, quien por primera vez salía de su aldea del Lago Albo para irse acostumbrando al "trabajo de la familia", como lo llamaban sus hermanos.

Esa noche, los Olafson pudieron escuchar los ecos de una batalla marítima y ver los resplandores de llamas celestes, en plena disputa con los clamores de la tormenta que elevó una columna líquida descomunal que dio fin a la batalla y que incluso amenazó con anegar su refugio.

Halldora, en compañía de unas cuantas jovencitas que le servían de compañía y escolta, pudieron divisar desde un acantilado la embestida del bajel corsario contra la otra embarcación, sin sospechar que la locura de la pasión también desembarcaría en la playa horas después.

Olaf contó los pasos para llegar a la tienda de su nieta. Le comunicaron que no deseaba salir y le preocupaba la discusión con Gunnar.

- Entra, padre- dijo la muchacha al escuchar sus pasos junto al umbral.

El gigante se agachó un poco e ingresó al lugar.

- Halldora – dijo Olaf con un movimiento de cabeza acompañado por una sonrisa-, ¿por qué discutiste con Gunnar?

Silencio.

- Gunnar es tu hermano, Halldora. ¿Merece tanto tu desprecio?

La joven levantó su cabeza. Estaba llorando desconsolada.

Olaf la acercó a su pecho y besó su frente.

- Siempre la mujer de nuestro clan fue recatada, sumisa, honrada y hacendosa, capaz de amar a un hombre aun cuando no sea correspondida. La mujer se casa con quien la pretende, no con quien la merece. ¿Por qué debe ser así? "Confórmate con mi amistad" repito de manera constante a mis pretendientes, sea porque los rechazas o no me interesan. Yo no ofrezco sino lo que estoy segura de poder dar.

Olaf sonrió con ternura. Preguntó.

- ¿De quién te enamoraste? ¿De Hanzel? ¿De Bodo? ¿Fritz, quizás?

La joven negó con la cabeza.

- ¿Un clan distinto? Lo tendré que consultar con sus matriarcas- respondió Olaf-. En esos casos es vital la aprobación materna pero eres una Ulfson y vales más que mil tesoros. Pero, ¿sigues llorando? Sí, sí, ya lo comprendo: soportas con estoicismo tu desventura, pero, ¿qué te asusta, hija mía?

- Tú no puedes hacer nada de eso, padre- replicó la doncella con tristeza.

Olaf dejó de abrazarla. La sostuvo por los hombros y la miró con extrañeza.

- Me enamoré del náufrago, padre.

Olaf la soltó. Lanzó un prolongado suspiro y fijó su mirada en el vacío.

- ¿Qué quieres decir con eso? No lo comprendo... Para ti, es un completo desconocido. Ni siquiera sabemos si va a vivir.

- Sí, no te lo oculto, esperaré hasta que sane y amo a ese hombre que dices, y terminará adorándome.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora