¡Rübezahl!

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   Un chillido aterrador detuvo la conmemoración. Uno de los prisioneros de los eslovenos, quien momentos atrás había despertado de sus sueños, en estado de paroxismo, forcejeaba para zafarse de sus cadenas. Los guardianes trataban de silenciarlo a golpes pero el hombre lanzaba dentelladas y patadas mientras giraba su cabeza hacia el bosque y vociferaba en búsqueda de apoyo. Tras un formidable esfuerzo, el tipo corrió hacia Pietro y colocó su cabeza entre sus pies en señal de sumisión. Olaf, azorado, se acercó tras presenciar la escena y exigió silencio. El espantado sujeto quería darse a entender de la mejor manera en su lengua natal. Cuatro de los eslovenos sujetaron de los brazos al prisionero y lo arrastraban de vuelta a una jaula, cuando este gritó:

- ¡Rübezahl, rübezahl, rübezahl!

Todos los nórdicos palidecieron ante tal nombre.

Muchos giraban sus cuerpos en búsqueda de la amenaza, poco dispuestos a enfrentarla.

- ¿Quién es él? – preguntó un conmocionado Olaf mientras señalaba al cautivo.

- Un "zduhać" serbio- agregó el jefe de los eslovenos-. Un hechicero. ¡Un demonio! Sus conjuros atrajeron la desgracia a varios poblados de nuestra región: granizo, sequías, inundaciones... Lo llevamos a una comuna de Casa Rusalka para juzgarlo.

- ¡Mentiras!- exclamó el susodicho en esloveno mientras escupía al rostro de su guardián-. Yo avisé de la llegada de los espíritus "ala" que afectarían las cosechas, pero como no podían combatir aquello que no veían, me incriminaron sin motivo.

Un sonido sobrecogedor a unas millas de ahí evitó el castigo por parte del ofendido.

- Ya viene el monstruo. Lo vi en mi viaje astral nocturno. Durante todo el invierno, había dormido su siesta en una caverna enclavada entre esas dos colinas, en el corazón del bosque. Ustedes lo despertaron con su celebración. Había elegido esta zona por su tranquilidad pero ahora quiere acabar con los invasores que perturban su paz. Llegará acá en una hora - contestó el "zduhać", quien jadeaba y traspiraba en abundancia.

Un "rübezahl". Olaf dudaba y llamó a sus allegados. Joao, los niños y otros miembros del clan Acquaviva no comprendían bien cuál era la amenaza en sí. Pietro ya conocía a estos seres gigantescos, voraces, de espíritu cruel y burlón. Algunos podían arrancar un ciprés centenario con una sola mano e incluso, muchos pueblerinos explicaban como pisoteaba toda una aldea en un par de minutos o bien, devoraba todo un rebaño de ovejas cual si fuesen gollerías.

Rafaela observaba el caos general y con pasos cortos, se acercó a la asamblea improvisada y pidió la palabra. Todos los hombres la miraron con curiosidad, molestia o indiferencia, al osar interrumpirlos en tal momento. Pidió a Tiziano que le sirviese de traductor y preguntó:

- ¿Qué es un "rübezahl"'? ¿Por qué le temen tanto?

Olaf mantuvo el silencio. Tras inhalar una bocanada de aire, Gunnjorn pidió la palabra.

- El "rübezahl" pertenece a una raza de seres primigenios que nunca aceptaron la autoridad del Concejo o bien desconocían de su existencia ya que no les interesa nada más allá de sus dominios, que trazan entre dos cordilleras cuales si estas fuesen fronteras. Habita en las zonas boscosas y es bien reconocida su enorme gula, razón por la cual arrasa con los alimentos almacenados de un poblado o granja en cuestión de instantes. Visten con las pieles desolladas de sus víctimas, cualquiera que sea la especie, pero sus trajes resultan toscos pues, como todo gigante, odian a los sastres y las tijeras. Gustan del oro, pero también atesoran cualquier objeto dorado y brillante. Se dice que si logras ganarte su confianza o su amor, puede convertirse en un lacayo fiel, aunque estos casos resultan extraños.

- Los cíclopes detestan a los visitantes imprevistos cuyo nombre responde a un enigma, los ogros se aterrorizan ante los gatos, los trolls huyen despavoridos ante la luz solar... ¿a qué le teme nuestro enfurecido "rübezahl"?- preguntó Rafaela con curiosidad.

- Algunos no saben nadar- expresó Hrafnkell- ya que por su enorme talla no lo requieren para cruzar ríos o lagos.

- ¿Quién nos visita es varón o mujer?- preguntó Rafaela al serbio.

- Hombre. Lo sé por sus largas barbas y su voz resonante- respondió el prisionero.

- Algunas mujeres de su especie lucen también barbas primorosamente cuidadas- comentó Olaf.

- Este no. Su barba se encuentra desaliñada y enmarañada con ramas, musgo e insectos muertos- contestó Petrovic, el "zduhać" serbio,

Rafaela sonrió para sus adentros. Sabía muy bien que las mujeres gigantes, en la mayoría de las especies, destacaban por su astucia y picardía, no así los machos, quienes se guiaban por sus instintos más primitivos como la lujuria, la gula o la ira irracional, sumado a sus cortas entendederas. También conocía de su enorme curiosidad, así como su amor por las historias o la música instrumental. Este no diferiría mucho respecto a los demás.

- Si alguno tiene una idea mejor de la que les expondré, hable ahora. ¿Nadie? Olaf, ordena a todos que desmantelen los campamentos y apaguen las fogatas. Monten todo en las naves y llévenlo al otro lado de los acantilados. Olaf, elige a seis de tus hombres para que nos acompañen. Busca esponjas marinas y dile a tus mujeres que improvisen un traje a mi medida. Préstame un vestido holgado y tráeme unos quesos del tamaño de mi puño. A los gitanos, pídeles el lince amaestrado. ¡Ah!, y dile a los eslovenos que me proporcionen dos grajos.- ordenó Rafaela-. Y espero que los Grimm no me hayan mentido.

Antes de culminar Rafaela su lista, ya todo se había cumplido con precisión, tanto así que las primeras naves ya se dirigían a puerto seguro, entre ellos los niños en compañía de Carlos Antonio y los demás "botos", quienes les sirvieron de cabalgadura. Gunnar permaneció cerca de Rafaela y de manera solícita, entregaba todo lo solicitado sin evitar los roces ocasionales e incluso, Paula y Gabriela le dirigieron un gesto de amonestación al intentar vestirla con el ropaje interior de esponjas. Fingió ruborizarse ante su osadía pero Gabriela, colérica, no le dejó de reprochar su actitud con un fugaz vistazo. Gunnar se relamió los labios con desvergüenza y se apostó en una roca junto a la playa, desde la cual avistaba todo alrededor, incluida aquella figura tan ansiada.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora