Cuentos de gigantes

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Tras un cortísimo descanso, apenas deslumbraba el traje multicolor del amanecer, el gigante entusiasta y amable se ofreció a guiar a Rafaela, Pietro y Olaf al lugar señalado. El jarl ordenó a sus hombres y a los eslovenos que informasen de los acontecimientos a los demás miembros del clan, escondidos en una ensenada ubicada a unas horas de ahí, no sin antes esconder por precaución a la "terrible" fiera que aterrorizó a Thorkel. Rafaela pidió como favor que le permitiese llevar sus pertenencias pero el asombro del rübezahl resultó mayúsculo al observar los carromatos, víveres y tiendas para más de doscientas personas.

- Somos humildes comerciantes que perdimos nuestra nave días atrás. Rescatamos cuanto pudimos y lo guardamos entre estos árboles y socavones para que no se perdiesen- expresó Pietro.

- Podría transportar todo en mis hombros, si ustedes me lo permiten- comentó Thorkel con su amable pero a la vez intimidante voz.

- Debes servirnos de guía, querido amigo, y no deseamos que te fatigues sin necesidad- respondió Rafaela con fingida amabilidad-. Envié a mis compañeros por ayuda, para que contraten algunos porteadores.

Horas después, la flotilla de drakar retornó a su punto de partida. Un temeroso grupo de supuestos porteadores, arrieros, baquianos, cocineras y otras personas de dudosos oficios ofrecieron sus servicios a su cómplice Olaf, quien los contrató tras un aparente regateo que duró apenas unos segundos. Thorkel, extrañado, preguntó por la presencia de los niños y mujeres.

- Aguadores y cocineras, amigo- respondió con agudeza Olaf.

- ¿Son para comer?- preguntó el ingenuo gigante.

- ¡No, los utilizamos en labores domésticas!- exclamó Pietro.

- Algunos primos míos en Cornualles pagan muy bien por un asado de niños- respondió de manera filosófica Thorkel.

- Acá no acostumbramos a comerlos- contestó con disimulado sarcasmo Olaf.

- ¿No?- respondió el gigante confundido-. Cuando nosotros nacemos, nuestros padres obligan a una o más aldeas a darles manutención a nuestros bebés, bajo amenaza de aplastar a todos los aldeanos si no cumplían con su obligación. Yo crecí en los Alpes, y cuando no me traían de comer a tiempo, devoraba a los zagales que estuviesen al alcance de mis manos.

- Nuestros pequeños resultan bastante indigestos ya que acostumbran a comer setas y bayas de dudosa procedencia. En cambio, los niños alpinos basan su alimentación en queso y leche de cabra. Pero no se lavan las manos. Por eso tampoco nos comemos a los niños de los Alpes. Podemos enfermarnos- contestó Olaf con aire filosófico.

Un ¡oooh! se escapó de la boca del gigante, mientras abría sus brazos y se aferraba la cabeza como si dijese "¡eso no me lo sabía!".

- ¿Y esos que salen detrás del peñasco?- preguntó Thorkel a quien le gruñía su estómago.

- Porteadores y esclavos- contestó Rafaela con prisa.

- ¿Porteadores y esclavos? Creí que tus fabulosas fuerzas te permitirían halar cualquier carga.

- Seres inferiores. En nuestra raza, los hombres son el sexo débil.

- ¡Qué curiosas resultan sus costumbres!- exclamó asombrado el rübezahl.

- Nosotros lo llamamos civilización matriarcal.

El gigante calló durante unos minutos. Tras una ligera inspección, señaló a un grupo que les precedía.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora