Yacine

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    Era cerca de las diez de la noche cuando Pietro Acquaviva y Tiziano llegaron a las puertas del "pub" "Fortune", empotrado en un callejón cercano al puerto. Al entrar, tuvieron que agacharse un poco para ingresar a un sótano fresco, en cuyas paredes estaban acomodados en hileras varios barriles de cerveza, ron, ale y otras bebidas. Muebles labrados en caoba, databan de la época victoriana y estaban detallados con motivos mitológicos. Arañas de cristal se extendían por todo el techo (y eran arañas de cristal, literalmente), hechas por orfebres italianos. Sobre los barriles, destacaban fotografías enmarcadas de colores sepia, las cuales exhibían diferentes sitios históricos de Dublín, Belfast, Estocolmo y otras urbes británicas. Pese a su antigüedad, estos retratos se encontraban en perfecto estado. En la barra del pub, hecha en roble, bien podían acomodarse más de 30 comensales. Ventanas de vidrio esmeralda y rubí brindaban una atmósfera íntima y acogedora.

Dentro del lugar, había una clientela singular: dos trabajadores portuarios, un abogado vestido con traje de Armani, muchachas que trabajaban como dependientes en una tienda, un relojero mofletudo que se daba mecánicos cabezazos contra la mesa cada vez que reía... En una esquina, entre cajas de ginebra y cerveza alemana, Yacine estaba sentada sola en un sillón marrón, mientras leía una revista vieja de geografía y se carcajeaba, sin importarle las miradas, divertidas de asombro o molestia de los demás. Sobre una mesa, había colocado su teléfono celular, cual si estuviese esperando una llamada urgente.

Yacine era una mujer madura, de ascendencia, africana, baja estatura y cabello cortado al rape. Lucía con orgullo varias pulseras propias de su etnia, confeccionadas con semillas o cuentas de madera ensartadas. Unos enormes aros de metal colgaban de sus lóbulos. Un hermoso vestido multicolor, propio de sus antepasados yoruba, permitía adivinar su cuerpo de carnes firmes y turgentes.

Tiziano, de vista más aguda que la de su compañero, le dio un leve empujón a Pietro para que viese a la mujer.

Pietro y su compañero se acercaron a la mesa. Pietro trataba de suprimir recuerdos desagradables que le traía la vista de la "un-mia". Además, había hecho un viaje largo, penoso y muy cansado, razón por la cuales no había espacio en su cabeza para nada más, mucho menos para escuchar un sermón o prepararse para otra misión. En contrapartida, Tiziano lucia descansado y casi sonriente. Cuando los vio, Yacine trataba de concentrarse en la página que leía, pero no podía disimular una cara socarrona ante sus subordinados y oponentes ideológicos, quienes defendían los derechos de los Musir, Inmortales e Híbridos. Este oponente en particular no había tenido una buena semana, ni tan siquiera un buen día, ni deseaba contar sus vivencias o que alguien se lo recordase. Para sus adentro, Pietro le echaba la culpa de sus males al Concejo, en especial a su "un-mia".

Un humor nebuloso se ha apoderado de ti- concluyó Yacine, apenas escondiendo su hipócrita sonrisa.

Y había acertado. Pietro la miró con desdén y sabía que Yacine sentía lo mismo, e incluso se comportaba más desgraciada que lo habitual. Hasta el clima estaba deprimente, como lo corroboraban sus ropas empapadas y esa niebla helada que lo caló hasta los huesas como agujas de acupunturista en las zonas nobles. No, esa cara de Yacine no lo tranquilizaba, no estaba bien, no era normal.

Una mujer pecosa y pelirroja trajo a la mesa un litro de whisky y algunas nueces de macadamia y pistachos. Yacine ofreció la fuente a Pietro, así como un vaso pero este negó con la cabeza. La mujer se encogió de hombros y ni siquiera se molestó en preguntarle a Tiziano. Ensalivó sus dedos pulgar e índice y volvió la página de la revista. Luego detuvo su lectura y miró a los hombres cuan largos eran. Con tedio, dejó de lado la fuente de nueces y guardó su teléfono. Estiró sus brazos por sobre su cabeza para desperezarse y les ofreció asiento. Yacine se levantó y caminó hacia sus invitados, colocándose detrás de ellos. Al hablar, un vaho fino salió de su boca y se apretó contra el vidrio. De espaldas a los hombres, tosió de manera suave.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora