La Ciudad de Piedra

19 0 0
                                    


     Una voz unísona de asombro exaltó los ánimos en la sala. Una pregunta interrumpió a Le Fey.

- ¿Dónde leíste eso? ¿Qué más dice el texto? –indagó Pesaj.

- No lo leí. Pietro me lo dijo cuándo lo visité la semana anterior. ¡Esta información es extraordinaria y debe ser confidencial, Atenea!- externó el doctor sobresaltado y desconfiado mientras miraba a sus visitantes-.Debemos ser prevenidos. ¿Dónde encontraron las tablillas?

- Nos fueron entregadas por un sobreviviente que custodiaba la puerta inter dimensional en la Ciudad Rosada – respondió Atenea sin inmutarse.

- Esa zona es protegida por...

- Era protegida por Abdel Jabbâr- musitó en voz baja Atenea-. Y tu hermano Ronald, Ted... no apareció. Suponemos que... también murió.

- ¿Qué quieres decir con TAMBIÉN? –preguntó el doctor

El silencio de los presentes confirmó sus temores. T.H. Le Fey se quedó pasmado. Susana se aferró a él y hundió su rostro en el pecho de su marido. Era su único familiar cercano del linaje Le Fey con vida, con excepción de sus hijos. Deslizó su mirada por la estancia. Con voz quebrada, preguntó:

- ¿Por qué no me avisó antes el Concejo? ¿Qué pasó?

- Ellos realizaban unas excavaciones hace dos semanas en las ruinas de la Ciudad Rosada, la antigua casa de Ki, razón por la cual sus hombres estaban dispersos por todo el lugar- expresó Atenea-. Esas cavernas enclavadas en los muros de piedra se extienden por doquier y en una de estas encontraron las tablillas. Abdel Jabbâr rebosaba de júbilo al interpretar el contenido de las mismas y decidió comunicárselo a los líderes del Concejo del Pueblo. En la traducción duró tres días y cuando finalizó, por intuición o precaución, decidió ocultar las tablillas con un hechizo.

Theodore Horace Le Fey acariciaba de manera mecánica aquellas tablillas, lo último que había tocado y leído su hermano. Procedió a envolverlas en el lienzo, cual si fuese una mortaja, y guardarlas en el baúl.

- Y nos sorprende que lo hayas realizado solo en unas horas- exclamó Pesaj-. Nos demostraste cuán bien fundada es tu fama y por qué el Concejo confía a ciegas en ti. Pero no pudimos decírtelo hasta que tradujeses los pasajes pues te habría desconcentrado en tu labor la cual era primordial.

- El Concejo nunca se ha preocupado por los Le Fey...al menos parte de él- dijo Susana.

- Dejemos de lado los cinismos y tu tacto para dirigirte a los demás, Susana. Tiene más delicadeza una morsa en un nido de avestruz- dijo Atenea con frialdad-. No sabemos si quienes los atacaron ya pudieron abrir algún portal inter dimensional.

- ¿Qué más sabes, Atenea? – preguntó el doctor con semblante sombrío.

- Los sobrevivientes contaron que los hombres de Abdel dieron la voz de alerta: un portal se había abierto debido a un maleficio que ni siquiera Abdel Jabbâr pudo repeler- interrumpió Donovan-. Quienes lo acompañaban eran muy pocos para rechazar el ataque ya que él había organizado pequeños grupos de investigación para buscar tablillas y así evitar que estas se dañaran por culpa de un descuido o un accidente. Cuando los demás acudimos a su auxilio, era demasiado tarde. Solo seis acompañaban a tu hermano y a Abdel Jabbâr. No pudieron rechazar ese ataque imprevisto y salvaje. Lo más impresionante era el corroborar que los nuestros apenas pudieron reaccionar, como si hubiesen sido petrificados por sus atacantes.

- ¿Gorgonas, catoblepas, basiliscos?- dijo Ted.

- No- respondió Marc-. Había pisadas humanas y una huella gigantesca y profunda.

- ¿Pisada? ¿Una?- dijo Susana.

- Sí...bueno, no. Eran varias hechas por un solo pie. Distaban mucho una de otra. Bien podría caber acostado en una de ellas- expresó Marc-. Abdel Jabbâr nos había llamado para que revisásemos y nos llevásemos los escritos. Solo pudimos recuperar aquellas que habían podido ocultar a los ojos de sus atacantes gracias a un hechizo lanzado antes de que lo sorprendieran. C

- Pero suponemos que también había un traidor- dijo Atenea-. Sabemos que Abdel Jabbâr se había adiestrado contigo, trabajaron juntos y te había ayudado en algunas de tus investigaciones. Y tu hermano es una pérdida irrecuperable, Theodore.

- ¿Asesinados?-musitó Le Fey.

- Como si hienas carroñeras se hubiesen abalanzado sobre ellos- expresó Marc.

- Quizás un "gul"-respondió Atenea-. No te quisimos decir hasta hoy.

Le Fey quedó en una pieza, en shock, como si esperase que su hermano y su amigo ingresasen por la puerta y entre risas le comentasen que todo era una broma de mal gusto. Pero el rostro severo de Atenea decía lo contrario. Además, era descendiente de vampiros griegos y no podía esperar comprensión o sensibilidad hacia él. El Pueblo había elegido bien a su emisario.

- Ocupamos tu ayuda como mitóloga, Susana- recordó Pesaj con delicadeza.

- Tus pistas no me dicen mucho. Pudo ser un "gul", hombres hienas, un "ifrit" disgustado...- respondió inquieta Susana.

- Eran huellas concentradas en un pequeño espacio, unos doscientos metros, sin entrada y sin salida. Atacaron por tres flancos y no dejaron ninguna pista, como si hubiesen salido de la nada- explicó Marc. - Yo estuve ahí. Inclusive, viajé a Xavegre para hablar con Leticia. No me quiso decir nada, se horrorizó cuando le describí la escena del crimen. Tú sabes... ella y Ronald eran muy buenos amigos.

- ¿Escucharon algo?-preguntó Susana.

- Un extraño sonido, antecedido por una neblina impenetrable e imprevista, a baja altura, apenas cubría mis pies pero provocó en mí un escalofrío glacial. Logramos escuchar una voz gutural y destemplada, como un cerdo que gruñía y tocaba la gaita mientras pedía auxilio dentro de un contenedor metálico abandonado en un puerto.

Una carcajada sonora se escuchó por toda la casa. Pesaj reía descontroladamente.

- Lo tuyo no son las metáforas, borrego- expresó entre risas Pesaj.

- Defínelo mejor- objetó Susana mientras ordenaba a Pesaj que se callase con un gesto de su mano.

- Como el viento que aúlla en el mar durante una noche de tempestad. Eran tres sílabas dispersas...

- Fooo- mooo- reee- dijo Susana.

- ¡Sí! – exclamó Marc sorprendido.

- ¡Un demonio de la noche! – susurró el "boggart", sobrecogido por el pánico en un rincón de la sala.

Todos se miraron estupefactos. Los seres feéricos los combatieron centurias atrás, desde la época de los Tuatha de Dannan...

- La Piedra de Borohime- respondió la señorita Kavanagh-. Ellos tienen la Piedra de los Deseos del Rey. No es una piedra de canje común. Te da juventud eterna si la posees, te permite trasladarte de una dimensión a otra y te concede el mayor deseo de tu corazón-. Ese era el tesoro de la familia Le Fey y solo Ronald conocía dónde encontrarla y cómo invocarla.

- No, señorita Kavanagh. Ronald sabía dónde buscarla. Pero sólo yo sé cómo invocarla- replicó Theodore con preocupación-. O sabía. Porque ahora andan detrás de mí y ocupan el hechizo final.  

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora