Premonición

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"Ahora estamos demasiado lejos- dijo Tiziano mientras reiniciaba su historia y hendía con su mirada el corazón de Gunnar- Lo sucedido a nuestra "familia" ha dejado huellas en nuestro ánimo ya que nos habíamos acostumbrado a esa apacible sensación de lasitud que se respiraba en nuestra casa en Nápoles, donde la vida cerca del puerto era como deslizarse suavemente en el sueño, similar a cada crepúsculo que profundizaba sus colores en cauces rojizos y halaba consigo las frescas brisas que se condensaban en el frío de la noche.

Hace unas semanas, Atenea Karagounis, una de los veinticuatro Concejales, levitó hacia nuestra ventana y pidió autorización para entrar a la casa. Traía prisa y temblaba.

Ajustó más contra su cuerpo la ordinaria y discreta capa de un tono marrón sucio, así como su falda y blusa grises, tan acordes a su clan de la Casa Rusalka. Un manto oscuro ocultaba sus cabellos rubios, sueltos sobre sus hombros. Se estremeció, no tanto por las sombras cada vez más profundas de las calles, como por la ansiedad creciente, y el temor que sentía al escudriñar el océano.

Pietro, tendido muy cerca de donde estaba sentada Rafaela, intuyó su tensión.

- Tranquila –dijo Pietro con un susurro ronco mientras le dirigía una sonrisa para darle ánimo.

- No falta mucho ahora. Horas, lo más- respondió Atenea mientras posaba en mí su mirada-. Vendrán del Oeste.

- No te preocupes. No nos verán- comentó Rafaela.

- Cualquiera puede vernos – expuso Atenea mientras oteaba el mar abierto. Ofrecía un aspecto melancólico-. Ya su gente se ha apostado a las afueras y en cada callejuela de la ciudad.

Pietro se preguntó si serían capaces de moverse con la rapidez suficiente como para permitirle evadir el anillo de sus perseguidores.

¿La última etapa de sus vidas? No solo era el comienzo de otro viaje, de otra existencia. Esta idea le inspiraba temor y le desgarraba el corazón Pietro.

- Cualquiera puede vernos –asintió Atenea tras leer sus pensamientos –. -Nuestros amigos patrullan los alrededores cada quince minutos. Ya pasaron por aquí antes.

- Nuestros vecinos no nos denunciarán en el cuartel militar más próximo ni nos llevarán a las mazmorras de la isla – comentó Pietro y al decir esto casi llegó a reír.

Rafaela se acercó a su esposo y le reprochó con su mirada.

- ¿No podremos hacer otra cosa nunca? ¿Maldecir al Concejo o a nuestros enemigos que siempre nos obligan a migrar de una ciudad a otra? - dijo Rafaela.

Después de decir esto pareció calmarse, pero siguió hablando en voz baja, como si sintiera que sus palabras podrían calar en Pietro y los demás.

- Mi familia... ¿lo recuerdas? Murieron para que formase un hogar contigo y te apoyase en todos tus proyectos e ideales- reclamó Rafaela mientras revivía su experiencia y negaba con la cabeza para demostrar su inconformidad ante la nueva partida. –Mi marido siempre ha estado acostumbrado a la clandestinidad. Busca nuevas casas, otras identidades, vidas inéditas para nosotros, la mayoría de las ocasiones por recomendación de tu cruel Concejo. Mi familia también se veía obligada a recibirlos con las máximas demostraciones de amabilidad e hipocresía, resumidas en una sola genuflexión o frase.

Atenea observó con detenimiento a su interlocutora. Ya había escuchado de ella y su firmeza, pero no la concebía en aquella mujer menuda y frágil, de verbo directo que expresaban su parecer sin temor alguno.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora