Thorkel

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Un temblor anunció la llegada del coloso. Dos llamas cerúleas destellaban a sesenta pies del suelo y una fetidez a carroña que se desprendía del traje de pieles sin curtir se esparció por el lugar. El "rübezahl" sujetaba un árbol de fresno cual si fuese una porra en su mano izquierda mientras con la derecha tronchaba o pulverizaba cuanto encontraba de camino. Su cabeza portaba una corona de ramas segadas de fresno y de su cinturón, tejido con tiras de cuero crudo, colgaban toda una colección de huesos, sacos repletos de caracolas y guijarros, colas de animales y otras chucherías, gustos propios de la madurez propia de un infante, común en los gigantes.

De manera instintiva Pietro, los eslovenos (quienes no quisieron irse) y un grupo de hombres de Casa Huldofólk se agruparon en posición de batalla por instinto, no así Rafaela quien se acercó al gigante, enfundada en un traje que parecía propio de una mujer tres veces más grande que causó una sofocada hilaridad entre sus amigos y acompañantes. Pietro, entre divertido y preocupado, admiraba el coraje de su esposa, confiado en su picardía y astucia.

El gigante contempló con desdén a la insignificante figura que se acercaba sin reconocer sus rasgos ya que a la distancia, la luz de la luna no lo permitía.

- ¡Grillo vil y escandaloso! ¡Osaste a interrumpir mi sueño! Morirás aplastado por tu osadía. ¡Estos son los territorios del gran Thorkel Mikli! Mi imperio se extiende más allá de donde alcanza mi vista. Todos deben inclinarse ante mí y darme sus pertenencias antes de morir.

- ¿De veras?" – contestó con falsa humildad Rafaela. ¿Llegamos a los territorios del gran Thorkel Mikli? ¡Quien Todo lo Sabe me ha bendecido! Pudimos conocer al Gran Señor de las Tierras del Oeste, a quien ninguna sombra lo cubre.

Deben saber que a los gigantes les gusta que los alaben. Y este no resultaba la excepción. Rafaela percibió cómo la ira del "rübezahl" disminuía y daba paso a su curiosidad.

- ¡Una mujer! ¿Una mujer habla por todos estos hombres? ¿Quién te ha hablado de mí?- rugió Thorkel Mikli.

Esa pregunta, ingenua pero intimidante, puso en un aprieto a Rafaela, quien tras reflexionar unas milésimas de segundo, dio paso a una respuesta ostentosa.

- Nuestros nombres no interesan aún pues ante tu magnificencia resultan insignificantes. Me acompañan mi esposo y mi amigo del alma. Recorremos el mundo en búsqueda de grandes retos, razón por la cual hemos enfrentado en torneos de inteligencia y fuerza a jötuns de las Tierras de Nieve Perenne, jätte de los Bosques Nubosos, los monolíticos habitantes de Trollebotten o los cíclopes sicilianos que pastorean a los corderos sagrados. Ellos y otros han caído ante nuestras pruebas y nos han remitido a ti, el sabio Thorkel Mikli, el siempre invicto por bendición de Quien Todo lo Sabe.

Henchido de falso orgullo, nuestro buen gigante empezó a afirmar todo cuanto decía Rafaela, aun cuando nunca hubiese oído de tales nombres o tierras.

- Ahí puedes ver la clase de hombre que soy. Mi fama me precede – respondió el rübezahl- Te comeré de último porque me simpatizas, enanita.

Ante las alabanzas (valiente mentira, en opinión de Pietro y Olaf), el grandullón deseaba probar su vigor e ingenio, por lo cual le preguntó a su amiga en qué consistían tales pruebas que sus pretéritos y débiles contrincantes no podían resolver.

Ante la sorpresa de todos, Rafaela exclamó con fingido desdén:

- Elige una prueba a tu gusto.

El rübezahl tomó una piedra en su mano y la oprimió de tal manera que la pulverizó con pasmosa facilidad. La mujer no demostró mayor asombro ante tal demostración de fuerza y solicitó a su rival que prestase atención. Se inclinó para aparentar que recogía un guijarro blanco del suelo, pero metió su mano entre la manga holgada de su traje, sacó un pedazo de queso y lo presionó en su mano hasta que salió abundante suero de él. La luz de la noche disfrazó el primer truco de Rafaela, extraído del cuento de un comerciante alemán que les visitaba en Nápoles con frecuencia y escuchado a unos profesores universitarios de ideas revolucionarias. Unas milésimas de segundo después, una explosión cegó a los presentes y a sus pies, marcas de ceniza demostraban como la "enanita" había pulverizado y reducido a carbón una roca. Thorkel levantó su ceja derecha en señal de fastidio, ya que no conocía los secretos de la pólvora y la alquimia, las cuales el gigante asoció con nigromancia u otras artes oscuras. Comenzó a recelar.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora