El hombre que nació de las aguas.

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   "Un tono esmeralda fue acoplándose en diminutas partículas ante sus retinas que apenas poseían noción de cuanto sucedía. Cerró su puño para incorporarse y percibió como el suelo se disolvía en gránulos entre sus dedos. La brisa besaba sus mejillas y jugueteaba con sus cabellos apelmazados en una indescifrable argamasa de barro, sal y algas marinas. Quiso cerrar sus labios en un vano experimento de eliminar esa alquimia ferrosa que abrasaba su garganta y su boca. Cual insolente manotazo de los dioses del mar, una ola amenazó con ahogarlo. Sus recuerdos vaporosos danzaban entrelazados cual si pretendiesen huir de su mente. Cristales minúsculos se adherían a su barba y a su rostro llagado e irreconocible.

Sufría dolor.

Sintió que su cabeza era erguida levemente. Una bendición celestial descendió por su garganta y de manera instintiva, aferró con desesperación el cuenco y las manos de quien le daba de beber. Sintió que la arena circulaba por el cielo de su boca y sufrió una arcada incontrolable, que amenazaba con arrancarle las entrañas.

Sumido en un estado de semiinconsciencia, comenzó a escuchar murmullos los cuales se transformaron en carcajadas diáfanas, que martillaban sus sienes. Voces extrañas que se entremezclaban en una lengua que no era la suya.

Sabía que hablaban de él y se felicitaban porque había reaccionado.

La vio. Dos ojos, de un verde indescriptible, como esas piedras lisas que descansan en el fondo de los arroyos que serpeaban desde las cimas níveas, se acoplaron a los suyos. Era casi una niña. Olía a bayas silvestres, salvia y menta. En un intervalo complaciente y cómplice, ambos rememoraron con su silencio y su mirada entrelazada todos los secretos vedados a cualquier extraño que hubiesen conocido hasta ese momento.

Halldora reconoció en Pietro Acquaviva a uno que pertenecía a los de su raza al observar como las ondulaciones marinas no permitían que se hundiese.

Halldora trazó con su dedo una runa en la arena y las aguas mansas posaron al náufrago en tierra firme. Aferró la muñeca del hombre tras liberarla de debajo del cuerpo y percibió su pulso agitado.

Sabía que aquel desafortunado de ropaje albo podía morir de angustia.

En una aglutinada y destemplada cadena de palabras, repujadas con desesperanza, el náufrago interrogó a su salvadora para inquirir por los suyos. Un tañer concéntrico se agolpaba en su cerebro mientras sus ojos desconsolados trataban de acoplarse a la realidad. Banderas carmesí, chasquidos de escudos, resplandor vago de hachas colgantes... Pietro Acquaviva recordó leyendas de seres egregios cuyos herederos habitaban las regiones más gélidas del mundo, con la capacidad de trocarse en licántropos al escuchar ensalmos arcanos o bien, dotados de fuerza hercúlea debido a su origen divino.

- ¡Giorgio! ¡Daniela! ¡Rafaela! – gemía el hombre sin encontrar eco en sus súplicas.

Una tirantez nerviosa halaba sus miembros en vana lucha por reincorporarse. Quiso entreabrir sus ojos de nuevo y divisó a un tipo gigantesco quien dio dos pasos al frente y lo levantó por los cabellos para grabar con más detalle el rostro de Pietro Acquaviva.

- Su sangre... ¡es cristalina! - comentó Halldora con sorpresa-. Y sus manos, ¡sus venas son azules! Padre, ¿quién es este hombre?

El coloso solicitó discreción a su hija tras llevarse el dedo índice a la boca.

- ¿Ocupas licor o ungüentos para curarle, padre?

- Tráeme agua, nada más - dijo Olaf por toda respuesta mientras trataba de aliviar a Pietro-. Mucha agua.

Olaf escuchó una disputa entre dos de sus hombres. Con un fuerte empellón apartó a uno de ellos y le arrebató al otro el paquete que sostenía en sus manos. Ambos balbuceaban ante su "jarl" su derecho a poseer aquella baratija olvidada en la playa pero Olaf les recordó el castigo dictado por el clan contra aquellos que hurtasen un bien ajeno. Los dos bajaron su mirada y ofrecieron sus disculpas. El jefe del clan desenvolvió un poco el objeto en disputa y su rostro reflejó durante un segundo el horror que embargó su espíritu. Guardo tal envoltorio bajo sus ropas y volvió con su hija.

- ...cese... tranquilo... cese... tranquilo- repetía la joven ojiverde ante la expectación de los suyos mientras luchaba contra los débiles e inconscientes deseos de su paciente para librarse de la curación.

- Halldora... Dile a Helga y a Alfdis que cuiden al extranjero. Hay más víctimas o náufragos en la playa. Su familia. Llama a Gunnar y a Gunnjorn - ordenó el gigante de barba trenzada, cuyos ojos variaban de color según la intensidad de la luz y su estado de ánimo.

- Escucho y obedezco, padre- respondió la moza de cabello de lino y huesos firmes, inquieta por el bienestar de aquel desconocido, tan distinto a los suyos.

El extranjero, en su estado, apenas podían distinguir el halo nebuloso de esos seres descomunales que le observaban con expectación. Se sentía cohibido y solo pudo evocar una frase en una lengua olvidada:

- Somos hermanos por convicción y respeto e hijos del mismo Padre.

Olaf Ulfson reaccionó sorprendido. Dos ancianas acertaron a oír tal recordatorio y recriminaron a Olaf su falta de cortesía con un gesto de cabeza. El "jarl" respondió con torpeza a tal recordatorio pues ya casi nadie se dirigía a él con ese saludo.

- Mi casa es su casa y recibirá siempre al viajero.

- Que recuerda la promesa eterna hecha por nuestros antepasados- exclamó el desfalleciente Pietro que vio como las sombras lo abrazaban de nuevo, pero con la paz que daba el saber que quienes le rodeaban eran amigos.

El sonido de un trote acelerado dio fin a la escena. Seis hombres armados con hachas de doble filo, de mango tallado en madera de fresno, acudieron al llamado de su "jarl". Este los dividió en parejas para que recorriesen la playa en búsqueda de más sobrevivientes: una mujer y sus dos hijos pequeños, acompañados quizás por algún criado o soldado.

- "Escuchamos y obedecemos"- exclamaron en coro mientras llevaban su puño derecho al corazón.

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Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora