El primer día de clases.

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   La escuela desencantó a los gemelos ya que no exhibía la fachada de monumento antediluviano o la caverna que se abría al invocar en un hechizo el nombre de una semilla oriental, sino una academia cuya arquitectura combinaba de manera armoniosa lo clásico con las últimas innovaciones futuristas. Pero captó más su atención que todos los vidrios eran polarizados, por lo cual su temor de ingresar a una exhibición de mutantes o seres licántropos, digna de los museos Ripley, aumentaba. Cuando recorrían los pasillos rumbo a la Dirección, prestaron atención al final de un relato con trazas de leyenda.

"...y de esa forma, el espíritu de mi abuelo Petrovic, mientras su cuerpo dormía, vigilaba para que la aldea siempre estuviese protegida debido a la amenaza de los demonios "ala" que ya había esparcido el mal tiempo y el hambre entre los poblaciones vecinas y por esa razón...". La animada historia, guiada por un joven balcánico de nariz aguileña y labios delgados, atraía la atención de sus compañeros y curiosos con su histriónica e impredecible mímica que mezclaba silbidos, chasquidos e imitaciones ingeniosas para caracterizar a cada uno de sus ancestros, fue interrumpida de manera abrupta cuando ingresaron los hermanos Le Fey detrás de su madre y la apolillada señorita Kavanagh.

Silencio. Curiosidad. Asombro.

Susana realizó un par de preguntas y una jovencita señaló la puerta de la Dirección. Unos cuantos pasos, dos toques a la puerta con caracteres medievales, quizás un conjuro para evitar la entrada de indeseables o una impronunciable y misteriosa evocación de invisibilidad porque NADIE había visto el rostro del Director, cuya identidad solo conocían los docentes de su confianza, según contaron luego los chicos. Susana Le Fey ingresó con la señorita Kavanagh a la oficina.

Los chicos ya habían experimentado sensaciones diversas antes de llegar a la escuela: que los acompañase su madre el primer día de clases era molesto, que viniese con ellos la señorita Kavanagh, los irritaba, pero que ambas entrasen a la oficina y los dejasen solos afuera era desconcertante e insoportable. La reunión entre la señora Le Fey y el Director se extendió durante varios minutos y ante la atención expectante de toda la población escolar, lo cual comenzaba a fastidiar a Kenny.

- Hola. Mi nombre es Savannah- expresó de manera cordial una jovencita de quince años, de ojos rasgados, cabello azabache que descendía hasta su cintura y voz suave-. Estos son mis amigos: Sinisa, Kazuyo, Haytham, Codu y Cristina. Los chicos irlandeses, supongo.

- Me llamo Remy y este es mi hermano Kenny. Nos apellidamos Le Fey y vivimos en la casa de nuestros abuelos O' Grady.

- ¿O' Grady? –exclamaron en coro los chicos. ¡Genial!

- Viven en el Palacio Sin Fin. Dicen que durante las noches todas las habitaciones cambian de posición y nadie conoce a ciencia cierta todos sus compartimentos, habitaciones y salones-expresó Codu, un joven senegalés de rasgos amables y de baja estatura- excepto sus verdaderos dueños. Quien no haya sido invitado se verá condenado a vagar por sus pasillos hasta que sus dueños acepten que puedan salir, no sin antes jurar fidelidad a los amos de la casa y dar una ofrenda. Dicen que aún varias personas y espíritus vagan por la mansión.

- Y otros opinan que antiquísimos hechizos y artilugios ocultos protegen a sus moradores de todo mal. Nadie osa ingresar a ese lugar sin autorización por el riesgo de ser maldito por siempre- dijo Haytham, cuyo acento árabe era pronunciado, así como su piel dorada.

- Mi madre cuenta que guardianes demoníacos recorren los jardines y los bosques de manera metódica y exhaustiva. - Nadie puede robar frutos o atrapar aves u otros animales en los predios de los O' Grady, e incluso, muchos han visto cómo sus trampas son destrozadas en minúsculos pedazos, e incluso, otros mencionan que sufren de pellizcos o coscorrones de manos invisibles, sin que puedan percibir quién los atacó- citó Kazuyo, una delicada y angelical jovencita de origen oriental.

- Y todos opinan que por esas y otras razones los O' Grady se vieron obligados a abandonar Acquaviva y no poseen amigos, solo los Kavanagh, tan indeseables como ellos porque se alimentan de sus sobras - opinó con descaro y sorna Sinisa.

Los Le Fey avanzaron con los puños cerrados para dar su merecido a aquel patán. Susana Le Fey interrumpió la escena al abrir la puerta de la Dirección para entregarles el horario de clases. El severo rostro de la señorita Kavanagh espeluznó al charlatán de Sinisa, quién indujo que aquella mujer había escuchado su última frase. La risa sostenida de los chicos estalló cuando los Le Fey se alejaron a una distancia prudente del grupo y el acongojado y cobarde Sinisa.

La primera clase fue impartida por profesor Lubbo Zeihan. Los hermanos Le Fey jamás habían oído de él pese a ser cercano a su familia. Bien conocida era su interminable lista de antepasados que emigraron de país en país y no encontraron arraigo en ninguno. Pero lo más peculiar de aquel particular hombre era su bien cuidada barba negra y su cabello bien recortado que contrastaba con el vello dorado y fino que cubría cada rincón de su cuerpo. Los gemelos Le Fey se miraron entre sí y asintieron, porque su profesor parecía uno de los Velludos presentes en el relato que tradujo su padre ante Atenea y los suyos pero omitiendo la marca púrpura en el rostro. Sí percibieron que su madre no denotó asombro alguno al saludar a su profesor y se marchó de ahí como si aquel tipo hubiese sido amigo de la familia por años.

Acostumbrados a la puntualidad británica, ambos ingresaron de primero al salón y luego, sus compañeros (con prisa unos, con ansiedad otros) y en todos los rostros se reflejaba un respeto enorme hacia el maestro, quien saludaba de manera gentil y por el apellido a cada muchacho. Cada chico colocó sobre la mesa del señor Zeihan un ensayo asignado la lección anterior y se ubicaron en sus respectivos asientos. Los hermanos Le Fey, un poco cohibidos por el solemne respeto y la automática disciplina de sus nuevos compañeros, esperaban de pie, junto a la puerta del salón, las indicaciones del señor Zeta, como lo llamaban sus pupilos fuera del aula. Este fijó sus profundos ojos castaños en las figuras de los recién llegados y de inmediato preguntó por sus nombres y apellidos, aun cuando ya parecía saber todo respecto a ellos. Al escuchar el apellido Le Fey, el señor Zeihan realizó una pregunta redundante, pues ya conocía la verdad:

- "¿Ustedes son los hijos de Susana?".

Muchísimas veces sus amigos, profesores o incluso particulares denotaban un profundo interés al saber que eran descendientes Le Fey, sea porque conocían a su padre o por lo particular de su apellido. Nunca nadie se había interesado por su genealogía O' Grady pero recordaron que sus abuelos ya habían vivido ahí y por ese motivo, causaba interés que una de sus descendientes hubiese vuelto a Acquaviva. Los pequeños asintieron de manera espontánea y su profesor los invitó a sentarse cerca de su escritorio.

La sola presencia de ese hombre ya captaba la atención de sus estudiantes. Era poseedor de un amplísimo conocimiento de cuanto tema le sugiriesen sus muchachos: pasaba de un profundo debate filosófico de las teorías platónicas a un análisis psicológico de los personajes de Kafka y de ahí a la extraña alimentación de una tribu errante de las estepas de Mongolia o a la arquitectura de una catedral rusa ortodoxa.

A los chicos se les hizo extraño que en ESE colegio no se expusiese un estudio profundo respecto a la ascendencia mítica de los habitantes del "pueblo" y más aún la apariencia de sus compañeros porque ninguno de ellos levitaba, respiraba bajo el agua, trituraba los pupitres a mordiscos o meneaba la cola. A excepción del recibimiento previo a lecciones, ese día transcurrió con entera parsimonia, e incluso conocieron a otros profesores: la simpática profesora de Química, señorita Olsen; el estirado y flemático profesor de historia, el doctor Flo; el dinámico y parlanchín profesor de Gimnasia, el señor Jo, entre otros cuya erudición no se quedaba en saga del profesor Zeihan pero cuya prestancia opacaba a los demás, en opinión de los Le Fey.

A la salida de lecciones, Savannah y sus amigos se acercaron a los hermanos. Sinisa se adelantó a estos bajo la mirada severa de los demás y extendió su mano izquierda. Kenny y Remy lo observaron y sin esperar una respuesta, saludaron al arrepentido Sinisa quien les musitó un forzado "bienvenidos a nuestro colegio". Una sonrisa complacida acompañó a Savannah, de quien dedujeron los Le Fey que mucho había influido en tal decisión. 

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora