Regresó papá.

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  Apoyando su barbilla contra el marco de la ventana, Kenny Le Fey retozaba con una desesperada mariquita que trataba de escapar. El chico trataba de luchar contra la pereza que lo agobiaba en esas horas eternas de castigo, impuestas por su madre como medida preventiva a la llegada de su progenitor. El pobre bicho chocaba una y otra vez contra el vidrio empañado, en una ridícula y triste proyección de su estado de ánimo. Toda la aldea parecía que iba a ser tragada por la tempestad o elevada por los vientos eólicos. Junto a él, su hermano Remy garabateaba con su dedo figurillas geométricas imprecisas, cuales pequeños duendecillos o runas olvidadas, vistos en una ilustración de uno de los libros empolvados (y al parecer ignorados u olvidados por su padre ) que apoyaba sobre los cristales, tesoro que valoraba el pequeño más que cualquier juguete.

Media hora mayor que su hermano Kenny, Remy Le Fey era meticuloso al elegir su pulcra vestimenta, culto ante sus profesores, amable con sus superiores (cuando le convenía) y fiel exponente del cinismo matizado con un humor negro empozado en un cuerpecito de doce años, adornado por una cabellera indomable de color azabache, repleta de vaselina para aplacar los bríos dados por la genética a sus apretados rizos. Su mente divagaba entre las páginas de los libracos que cubrían los tres pisos de la casa paterna, lo cual permitía enorgullecer con sus comentarios a su progenitor, el afamado historiador, lingüista, mitólogo, escritor, periodista, profesor y erudito Theodore Horace Le Fey, catedrático de siete universidades europeas e incansable viajero que conocía casi de memoria los nombres de las poblaciones de los siete continentes debido a sus expediciones arqueológicas o a los mapamundi que empapelaban su oficina. Los temas durante la cena podían girar alrededor de las costumbres y creencias de un ignoto poblado amazónico, arrasado por los valientes expedicionarios europeos que reclamaron aquellas tierras desconocidas como propias, la aleación de la nueva vajilla de "plata" adquirida por Susana Le Fey o bien, cuántas patas podía tener el último miriópodo cazado por Kenny en su excursión al jardín, ya que papá Le Fey demostraba ( o aparentaba) un gran interés en todas las experiencias que deseaban exponerle los miembros de su "clan" (como gustaban autodenominarse) quienes disfrutaban de esos escasos momentos de camaradería e intimidad.

Kenny Le Fey, en cambio, representaba la otra cara de la moneda (y una falsa, de las utilizadas para estafar a sus amigos y ganar las apuestas). Gestor y cabecilla de las más terribles bromas pesadas y travesuras que repercutían en los colegios en los cuales hubieses puesto sus pies, Kenny canalizaba su ingenio en complicados mecanismos creados para su diversión y la de sus compinches. Pese a estos arrebatos enfocados a ganar el beneplácito de la muchachada, la furia de sus maestros, los gestos obscenos del octogenario señor Duinn y las reprimendas de su padre, todos reconocían su facilidad para ganarse la amistad sincera de quienes lo conocían bien y disfrutaban de su desparpajo y franqueza ante cualquier situación. Su jovialidad, herencia materna, contrastaba con la seriedad de su hermano Remy, quien aparentaba no soportar sus insufribles puyas y comentario bobos, tanto así que Susana describía aquella situación como "un constante pinchar de nalgas desde que estaban en su vientre".

Un movimiento brusco de su silla y el revolotear de la mariquita frente a su nariz, detuvo el presunto interés de Remy en su insípida lectura. Una risotada martillo los oídos del temperamental chico, quien ya conocía de antemano al autor de tales chanzas.

- Despierta, hermano, ya las vacas aterrizaron en el tejado.

Remy frunció el ceño al mirar a su hermano ante tal frase sin sentido, pero muy dentro de sí deseaba salir del castigo impuesto por sus padres y aceptó iniciar el diálogo. Pese a sus personalidades divergentes, no podía dejar de admitir que las locuras de su hermano le fascinaban y muchas veces fue cómplice silente de las mismas.

Acquaviva: La Piedra del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora