Capítulo 9:

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Salí de la pequeña ducha y por más que me indignaba la idea no me quedó más remedio que usar alguno de los trajes del armario, puedo morir de hambre pero sucia jamás

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Salí de la pequeña ducha y por más que me indignaba la idea no me quedó más remedio que usar alguno de los trajes del armario, puedo morir de hambre pero sucia jamás. Revisé cada prenda colgada en los percheros, cada disfraz era mucho más revelador que el otro, sin embargo en esa situación no debía ser tan quisquillosa. Un gran alivio me embargó entera cuando encontré un kimono muy bonito, al menos no todos los clientes eran tan pervertidos, o eso creí. El recuerdo de las palabras de mi padre retumbaron como lejanos ecos en mi mente, y me dejé caer al suelo una vez más solo para darme cuenta al levantar la mirada hacia Claver que la bandeja que traía era de acero legítimo, ¡no todo estaba perdido! ¡Podía hacerlo! Escaparía de ese lugar no sin antes dejar una nota como karma para ese maldito sujeto.

—¿Por qué no lo entretuviste por más tiempo, estúpida? —Él dejó la bandeja sobre la cama, se inclinó y tirando del cuello del kimono se acercó peligrosamente a mi rostro—. Lástima que seas tan masculina, me hubiera gustado divertirme contigo, muñequita. Yo no tengo esos fetiches raros, ¿sabes? Soy un tipo decente, solo chicas lindas y femeninas, ¡no soy un maldito desviado!

Mi aspecto físico, siempre mi aspecto, ¿por qué es tan importante para la gente? ¿Por qué tienen que despreciarme por eso? En esa ocasión agradecí haber nacido así, y librarme de las garras de ese maldito puerco.

—¿Podría intentarlo de nuevo? Por piedad se lo ruego, haré lo que usted quiera. ¡Lo juro! —Gemí con gran dificultad, mi corazón destrozado y mi alma fracturada se confabularon esperando dar el gran golpe mientras los ojos del asqueroso tipejo se iluminaron de felicidad—. Por lo que más quiera, señor Claver.

—Así me gusta, zorra. Obediente y bien portada. Te daré de comer solo porque estoy de buen humor, ¡siéntate rápido! —Claver me jaló del hombro de mi traje obligándome a sentarme a la mala, me entregó la bandeja de comida en mis temblorosas manos y se quedó observándome en silencio—. Me alegra que al fin entiendas quién es tu dueño ahora, yo mando aquí. Si respetas las reglas de este lugar podrás vivir como una reina, Anderson. ¡No lo dudes! Ese maldito ruso está tan fallado de la cabeza que no tarda en volver a llamar para verte.

Observé con melancolía la bandeja que tenía en mi regazo, hubiese dado la vida por comer aunque sea un trozo de carne del plato de guisado que me invitaba a devorarlo de un solo bocado. Lloré en silencio mientras volqué con rapidez toda la comida al suelo, y me lancé hacia Claver con las pocas energías que me quedaban antes que lograra reaccionar. "No soy una mala persona, no soy una mala persona", repetía mentalmente pero ese tipo malvado me había sacado de mis casillas.

—¡YO NO SOY UNA PROSTITUTA! —Por cada sílaba que pronunciaba le lancé un golpe en la cabeza con la bandeja de metal, lo que solo provocó una gran carcajada de mi tirano captor—. Cuando me vaya de este asqueroso lugar espero que pueda ver fantasmas y lo torturen por el resto de su maldita vida... ¡DESGRACIADO! 

—¿Ese es tu plan de escape? ¿Matarme con una charola? ¡No seas estúpida, niña!

Claver me lanzó una bofetada en la cara la cual fue suficiente para caer al suelo, una vez tendida me sometió con gran facilidad, subiéndose encima de mi cuerpo me inmovilizó los brazos y las piernas, era mi fin. Mi instinto de supervivencia me gritaba que corriera y saliera huyendo inmediatamente, pero tan débil como estaba era una misión imposible. Lo peor llegó cuando el muy cerdo comenzó a tocarme, quiso besarme a la fuerza, sus manos se metieron por zonas que nunca un hombre había visitado, eso me llenó de repulsión y un asco tan atroz que estuve a punto de vomitar en su maldita cara. 

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