Capítulo 020

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Federico no quería ser pesado y esperaba recibir la respuesta de Diana, pero ya hacía media hora que le había mandado el mensaje y no tenía respuesta alguna. Asumió que ella no llegaría y que su silencio era parte del juego, esto último no le gustó nada. Era una noche muy calurosa y se recostó con su pantalón de dormir. Daba vueltas sin poder conciliar el sueño y no podía borrar de su mente la imagen de esa mujer que lo traía completamente loco…De repente, sonó el portero eléctrico. El periodista, creyendo que sería Bruno, se puso de pie y abrió sin preguntar quién era. “¿Qué querrá a esta hora?”, se preguntó. Aguardó unos minutos, hasta que tocaron la puerta y vaya sorpresa se llevó al ver a Diana del otro lado.

Después de cenar, con postre y todo, Carolina se excusó y se retiró a su habitación, Al otro día tenía que ir temprano hasta la estancia de sus padres y era un viaje largo por carretera. La idea era bañarse y dormirse de una vez. Se desvistió, se puso su bata de baño y abrió el agua para que se llenara la bañera. Antes que la mujer pudiera darse cuenta, Martín se había metido a su recámara y a su privado.

MARTÍN: ¡Me lees la mente!
CAROLINA: ¿Qué estás haciendo aquí, Martín? Vete.
MARTÍN: Pero quiero darme un baño.
CAROLINA: Hazlo en tu cuarto, ¡ahí tienes un privado igual a este!
MARTÍN: Sólo sería igual si estuvieras ahí también.
CAROLINA: No seas bobo.
MARTÍN: (Se le acerca y la toma por la cintura) ¿Así que estás enamorada de otro tipo?
CAROLINA: Si.
MARTÍN: ¿Llevas mucho tiempo de novia?
CAROLINA: No estoy de novia.
MARTÍN: ¿No? (Caro niega) Entonces ese tipo es un idiota. ¿Tener tu amor y no amarte? No, qué pedazo de estúpido.
CAROLINA: Tú tuviste mi amor y me dejaste.
MARTÍN: Fui un completo imbécil, no lo niego. ¿Dijiste que TUVE TU AMOR?
CAROLINA: Si, tiempo pasado.
MARTÍN: Si ya no me amas, ¿por qué estás temblando como siempre?
CAROLINA: Martín, ya… Déjame sola.
MARTÍN: Contesta lo que acabo de preguntarte.
CAROLINA: No quiero responderte.
MARTÍN: (Lleva las manos hasta el nudo de la bata y lo desata) Eso supuse… (Se la quita y comienza a besarla dulcemente) No me has olvidado ni yo te olvidé a ti.
CAROLINA: (Toda su resistencia se derrumba y cae rendida ante esos besos y esas manos acariciándola) No quiero volver contigo, pero tienes razón, no he olvidado tu cuerpo.
MARTÍN: (Seguía besándola) Entonces vayamos por lo que aún está vivo y con el tiempo, reviviré lo que, según tú, está muerto.
CAROLINA: Martín, esto es una locura…
MARTÍN: (La calla con un beso) No hables, sólo déjate amar…

Martín se quitó la ropa y se metieron juntos a la tina. Él acarició todo el cuerpo de ella y se dejaron llevar. Cuando Caro sintió dentro suyo aquel cuerpo que tanto había amado, algo en su interior se revolucionó y desató el deseo que aún abrigaba por Martín y este supo aprovecharlo. Durante los primeros momentos, el movimiento fue frenético, pero se fue apaciguando para llegar a ser tranquilo y muy apasionado. Cada vez que arremetían uno contra otro, los gemidos y el placer, inundaban el cuarto de baño, dejándolo completamente lleno de gozo. Al llegar el momento cúlmine, Martín dejó de salir de sus labios un poderoso y sincero “te amo” y Carolina reprimió un “también te amo”, con todas sus fuerzas y lo reemplazó por el exhausto grito de “Martín”…

Después del acto, un silencio embriagador llenó el cuarto y entre caricias y besos, Martín sacó a Caro de la tina, para llevarla a la cama y hacerla suya nuevamente. Cuando la tuvo a su merced, entró de nuevo, dejándola sumida en el inmenso placer de sentirlo propio, y él la sentía tan plena, tan sublime, que la hizo estallar en gozo. El frenesí volvió en todo su esplendor y al terminar, se quedaron profundamente dormidos, en la misma exacta posición el que habían llegado al clímax.

Por otro lado y muy lejos de semejante pasión, Ignacio Pereyra daba vueltas en la cocina de su casa, con un vaso de whisky en la mano. El interphone lo sacó de sus pensamientos, que eran todos acerca de Diana.

IGNACIO: ¿Qué pasa?
HERRERA: Lo buscan, señor.
IGNACIO: ¿A esta hora? ¿Quién es?
HERRERA: Don Saúl.
IGNACIO: Hazlo pasar, lo recibo en mi despacho.
HERRERA: Bien, señor. ¿Algo más?
IGNACIO: No, Herrera. Ya sabe que nadie puede interrumpirme.

En su despacho, Ignacio recibió a su socio.

IGNACIO: Siéntate, por favor, Saúl. ¿Whisky?
SAÚL: Si. (Se sienta)
IGNACIO: ¿Qué te trae por aquí a esta hora? (Le da el vaso)
SAÚL: Gracias. (Da un sorbo) Es Violeta.
IGNACIO: ¿Qué pasa con ella?
SAÚL: La quiero fuera de la empresa, Ignacio.
IGNACIO: (Sorprendido) ¿Por?
SAÚL: ¿No has notado nada raro en su trabajo?
IGNACIO: Para nada. Te veo un gesto que francamente me preocupa. ¿Qué es lo que está pasando?
SAÚL: Me apena muchísimo ser portador de esta noticia, pero por respeto a una amistad de tantos años, tengo que serte franco, Ignacio. Es mi hija, me muero de la vergüenza, pero es mejor que lo sepas por mí.
IGNACIO: Me estás volviendo loco, Saúl, habla de una vez…

Saúl Irachuspe era un hombre cabal y honesto que creía que Ignacio tenía esos mismos ideales. Desgraciadamente, junto a la confesión que acababa de hacerle a su socio, también había cavado su propia tumba…

DOS AÑOS ANTES…

Eugenio Sotomayor no había despertado y ya no lo haría. Durante la noche, su alma había dejado su cuerpo, a causa de lo que es llamado “muerte súbita”. Un paro cardíaco fulminante no traumático. Es decir que su corazón y sus órganos vitales se detuvieron al mismo tiempo sin causarle sufrimientos. Esto último era lo único que les daba paz a Diana y Martín, que no encontraban ninguna explicación al fallecimiento de su padre. El doctor fue enterrado con todos los honores correspondientes y sepultado junto a su amada esposa, Luz.

La tarde del entierro, en la casona, sólo había algunos íntimos: Carolina, Patricio, Lillian, los padres de Carolina, Roberta y Jeremías y la hermana del difunto Eugenio y protectora de sus sobrinos, Silvana Sotomayor, quien en esos momentos se encontraba a solas con Diana, en su recámara. La tenía abrazada, intentando sosegar el dolor de su sobrina.

SILVANA: Ya, mi cielo, tranquila…
DIANA: Es que no lo entiendo, tía, no me cabe en la cabeza.
SILVANA: Ni a mi, ninguno de nosotros lo entiende ni lo va a entender, pero la vida es así, corazón.
DIANA: ¡Ay, tía!
SILVANA: Se que no es consuelo, pero es la realidad. Tómate tu tiempo y llora, patalea, grita, insulta al cielo si es lo que necesitas, pero no te cierres a la realidad.
DIANA: Se que tienes razón, pero es que lo necesito aquí, conmigo.
SILVANA: Yo se que no es lo mismo, pero me tienes a mí, hija. Ni tu hermano ni tú están solos.
DIANA: Tú vives en Filadelfia, ya hiciste tu vida allá.
SILVANA: Y la puedo rehacer aquí, con ustedes.
DIANA: (La mira con sorpresa) ¿Qué dices?
SILVANA: Que me vuelvo a vivir a México. Hace tiempo que esa idea me daba vueltas y vueltas en la cabeza y creo que esto que pasó es la señal de que debo hacerlo de una vez.
DIANA: De verdad que me harías muy feliz, sabes que eres como una madre y para los dos.
SILVANA: Dudo que tu hermano se quede.
DIANA: Yo también. ¿Dónde está?
SILVANA: En el despacho de Eugenio.
DIANA: (Respira profundamente, queriendo contener un llanto que es incontrolable) ¡No quiero ni pensar en lo que estará sintiendo!
SILVANA: (La abraza) ¡Ay, hija, hija!

Martín estaba solo y había cerrado la puerta con llave. Carolina golpeó.

CAROLINA: Amor, mis papás ya se van y se quieren despedir de ti.
MARTÍN: (Se pone de pie y abre la puerta. Sus entonces suegros y Lina entran al despacho) Muchas gracias por estar con nosotros en estos momentos.
JEREMÍAS: Muchacho, no hay palabras que puedan consolarte así que no voy a decir nada que no sepas. Sólo quiero que no olvides que tanto tu hermana como tú cuentan con nosotros, para lo que sea.
ROBERTA: Tantos años de conocernos, es como si fuéramos familia, Martín.
MARTÍN: Lo se y se los agradezco. Ahora, si no les molesta, quisiera estar solo.
ROBERTA: Lo entendemos, hijo. Te dejamos. (Se acerca y le da un fuerte abrazo al que Martín responde a medias)
JEREMÍAS: (Mismo proceder) ¡Ey, Martín! Cualquier cosa, no lo olvides.
MARTÍN: No, señor.
CAROLINA: Los acompaño hasta la puerta. (Busca el rostro de su aún novio y le da un beso en la frente) Te amo.
MARTÍN: Y yo a ti… (Los Medrano salen del despacho y Martín cierra la puerta, le echa llave y se pone a llorar)

Cuando Silvana y Diana bajan a la sala, se encuentran con los Medrano yéndose.

JEREMÍAS: ¡Ven, Diana!, déjame darte un abrazo.
DIANA: (Se estrecha junto a ese hombre que era como un tío) Gracias por estar.
ROBERTA: Sabes que te adoramos, Diana y cuentas con nosotros, hoy y siempre.
DIANA: Gracias, Roberta.

En lo que Caro acompañó a sus padres hasta la puerta y volvió, Diana fue hasta donde estaba su hermano.

DIANA: (Golpeando la puerta) Martín, ábreme.
MARTÍN: Quiero estar solo.
DIANA: Pero yo quiero estar contigo.
MARTÍN: (Se pone de pie y abre. Diana se cuelga de su hermano y se echa a llorar) Yo se, princesa, yo lo se. (Le acariciaba el cabello y hacía una fuerza tremenda para contener el llanto, pero finalmente, el agua salada consiguió salir de sus ojos.

En la sala, Silvana y Carolina, se sorprendían ante una visita completamente inesperada…

CAROLINA: ¿Qué haces tú aquí?


EN EL PRESENTE…

Cuando Federico abrió la puerta, el gesto de sorpresa consiguió que Diana soltara una carcajada.

DIANA: (Divertida) ¿Siempre abres sin preguntar quién es?
FEDERICO: Algo me dijo que tenía hacerlo así…
DIANA: ¿Me vas a tener mucho más aquí afuera?
FEDERICO: (Sonríe) Debería hacerlo…
DIANA: ¿Y por qué?
FEDERICO: Por no responder mi mensaje y dejarme esperando…
DIANA: ¿Esperando qué?
FEDERICO: ¿Tú qué crees?

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