COMPLETO CAOS

983 65 4
                                    



La impaciencia predominaron los días siguientes, ¿O acaso llegaron a ser semana? ¿O incluso meses? Realmente no lo sabía, todo sentido de orientación o cualquier cosa que me indicara una vaga idea de que aún permanecía en el mundo de los vivos, sea había disuelto en el momento en que me entere de que no era la única prisionera de Erzsébet.

Las horas transcurrían conmigo sumida en la depresión, la culpa me sobrecogía, llegaba a ahogarme con mi propio llanto al recordar a mi hermana, a Vlad, Saint, a Dominic, pero sobre todo a Sebastián. La sola imagen de él en una horrible situación, igual o peor que la mía, me daban un mal sabor de boca. La impotencia también me acompañó en esta agonía, el conocimiento de que al final Sebastián terminó involucrado me carcomía por dentro.

Por otra parte, no había vuelta atrás con Abigor desde la última vez y la impaciencia se sumaba a la larga lista de malo sentimiento de los últimos días. Mi piel se estaba volviendo cada vez más pálida, las venas se exponían como ríos azules de una manera grotesca y tenebrosa, podría jurar que bajo mis ojos había unas monumentales ojeras, sumando a mi apariencia esquelética. El malestar aumentaba por la falta de comida, mis venas ardían, mi cuerpo buscaba desesperado alimento. Y eso le daba pie para que Bárhory disfrutara torturándome. Sus bromas se volvían cada vez más rudas.

Las únicas visitas que recibía eran solo crueles bromas de parte de la condesa. Una mañana desperté con un dulce aroma a sangre inundando mis fosas nasales, recostada en la ventana de la habitación había una hermosa chica de apenas unos dieciséis años, los rayos del sol iluminaban las hebras rubias de su cabello. Cuando corrí hacia ella para alimentarme los intensos rayos de sol que la rodeaban quemaron mi sensible piel, haciéndome gritar de dolor. Aún las heridas no sanaban.

Su segunda broma entró por la puerta temerosa, tan solo un chico de dieciocho años con un cabello negro que contrastaba con su pálida piel. No me controle, no medí las consecuencia y sufrí por ello. Su sangre contenía mirra.

Pero la peor de todas fue la niña de cinco años muriéndose al otro lado de la cama, aún en su diminuto cuerpo contenía una cuantas gotas de sangre, la tentación fue más poderosa y sucumbí ante el hambre bestial. Nadie había tenido la molestia de llevarse el cadáver, el olor era nauseabundo.

—Veo que tu cena sigue ahí —es el típico saludo de la condesa al ingresar a la habitación.

—Igual que ayer y el día anterior y el día anterior a ese —dije mirando un punto fijo de la habitación que no sea ella.

—Estamos un poco ocupados en estos días, la verdad tu comodidad es la última de mis preocupaciones —a pesar de no verla podía jurar que su carmines labios tenían una enorme sonrisa.

—¿Aún crees que voy a rendirme? ¿Sigue en piel tus planes? —pregunté con voz monótona.

Caminé hacia la ventana donde podía ver el paisaje de un espléndido bosque iluminado por el débil respaldar de una luna creciente.

—Mis planes no han cambiado, tarde o temprano me dirás el número que necesito —la diversión de su tono se esfumo.

—Yo no apostaría a ello —me giré hacia ella, con rencor marcando mi tono de voz.

—Ya lo he hecho, tengo todas probabilidades a mi favor. Tengo a tu hija, el brujito, a tu hermana, a los hermanitos...

—Vete al infierno, Báthory —gruñí entre dientes.

—Planeo ahorrarme el viaje y traerlo aquí —el vestido blanco de hombros caídos que llevaba le daba un falso aire de inocencia, las faldas lamieron el suelo produciendo un áspero sonido a su paso. Se llegó a mi lado y susurró en mi oído con su melodiosa voz— y tú me ayudarás.

LA ORIGINAL °SIN EDITAR°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora