Capítulo 25

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—Pero ¿tú estás loca? – fue la respuesta que me dio mi jefe ese viernes a primera hora apenas le conté.

—Lo necesito, Miguel. – insistí. —No podés decirme que no.

—Si que puedo. Y ya te lo digo. No. La respuesta es no. – me discutió muy serio. —No puedes hacernos esto. – se acercó más a mí, hablándome en confianza. —No puedes hacérmelo a mí. Que me pones en un aprieto, guapa...

—Te lo ruego. – dije con los ojos vidriosos. —Como amiga, te lo estoy pidiendo.

Permaneció unos segundos en silencio, hasta que después pareció ceder y suspiró quebrándose.

—Anda ya... – se quejó. —No me pongas esa cara, no seas mala. – dijo pasándose las manos por el jopo. —No te prometo nada, pero ya veré que puedo hacer.

—Gracias. – dije desesperada y poniéndome de pie para abrazarlo.

Miguel

Abracé a Angie que temblaba como una hoja. Estaba agradecida porque había accedido a la locura que había venido a pedirme. Yo tenía que estar loco... no había otra explicación.

Pero había terminado cediendo, porque no tenía el valor de negarle algo a mi amiga. ¿Para qué mentir? Aunque había superado lo que alguna vez habíamos tenido, no era un secreto que aun sentía debilidad por ella.

No podía verla así.

Estaba desecha, y no iba a ser yo el que volviera a decepcionarla.

No sabía qué había hecho esta vez el diseñador, pero tenía que ser de verdad muy grave...

Angie seguía gimoteando sobre mi pecho al que cada vez se aferraba con más fuerza. Y como si todas mis alertas se hubieran encendido, de repente, tenía la necesidad de poner un poco de distancia.

La última vez que le había ofrecido mi consuelo, habíamos terminado liándonos. Y eso si que no iba a ayudarla en nada.

¡Pero bueno, Miguel! ¿Quién lo iba a pensar? Tan cerca de una chica bonita, y capaz de semejante autocontrol. – pensé orgulloso, separándome apenas para mirarla con cariño, y secarle las lágrimas con una caricia.

Si al final, la abstinencia se me estaba dando muy bien.

Días...

Semanas...

Y ni una sola recaída.

Vale. La única excepción iba a ser Lola, y nuestro pequeño momento en el club.

Y como si hubiera estado escuchando mis pensamientos, escogió ese momento para entrar en el despacho.

Me miró a mí, luego a Angie, y los ojos se le abrieron como platos.

—Perdón, licenciado. – dijo sorprendida, trastabillando apenas en un intento de retroceder un par de pasos hasta la puerta. —No sabía que estaba acompañado.

Curioso, alcé una ceja. ¿Licenciado?

Casi al mismo tiempo, sentí la mano de Angie, que se interponía entre nosotros, y sutilmente se separaba de mi abrazo con un empujón en el pecho.

—No, no. Tranquila. No estás interrumpiéndonos. – dijo ella, rápidamente. —Es que acaba de darme una buena noticia, y yo soy muy boba. Me emociono de nada. – Lola no hablaba. —Pero ya me iba. – dijo después, tal vez dándose cuenta de que estaba dando demasiadas explicaciones.

Y nadie se las había pedido.

Con una última sonrisa, se despidió y volvió a su escritorio, dejándome solo con mi secretaria.

París (#3 Trilogía Fuego y Pasión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora