Capítulo 34

13.1K 1.2K 130
                                    

Rodrigo

Aún no podía creerlo.

Martina se había hecho pasar por una vendedora telefónica, y había llamado al número que aparecía en uno de los expedientes. Y si.

Se trataba del mismísimo Fernán Guerrero.

El mismo miserable que me había dejado, a mí y a mi madre de un día para el otro y se había marchado sin dejar rastro sobre la tierra.

Ahí había estado todo ese tiempo.

En una localidad del departamento Pilcaniyeu en la provincia de Rio Negro, a pocos kilómetros de Buenos Aires.

Mi madre había sufrido y pasado por una depresión que casi acaba por consumirla, conmigo, que siendo poco más que un niño, había tenido que sacarnos adelante, mientras el muy maldito se marchaba a comenzar una nueva vida en la Patagonia, donde poseía una propiedad inmensa, con vistas al lago Nahuel Huapi.

Intentaba contenerme.

Con todas mis fuerzas quería calmar ese instinto violento que me hacía odiarlo, y querer buscarlo para cagarlo bien a trompadas... pero había días en los que me costaba más.

Y si no hacía caso a esos impulsos, era simplemente, porque creía que existía para él un castigo mejor. Uno más justo.

El que se merecía.

Ese hijo de puta nos las iba a pagar una por una.

En las últimas averiguaciones, Enzo había descubierto que la estafa en la que estaban involucrados su padre y el mío, era millonaria. Se habían quedado con dinero que no les correspondía y había hasta gente de la política implicada.

Era momento de actuar. Teníamos que ponernos en marcha cuanto antes para que por fin pagaran por sus crímenes. Pero antes...

Antes había algo que debía hacer. Hablar con mi madre.

Mi hermano había querido acompañarme para hacer de apoyo moral o vaya a saber si es que en realidad dudara de mi tacto a la hora de contarle las cosas, pero sea como sea, se lo agradecía.

Sabía que él veía a Irene como su propia madre, y que lo que más quería era verla bien.

Después de escucharnos, se había quedado en silencio, como si quisiera procesarlo todo, pero no pudiera.

Para ella nada de lo que le contábamos tenía sentido, porque tenía otra versión de los hechos. Una que Alejandro se había encargado de inventarle.

—Con tu padre éramos felices, él era un gran hombre. – dijo con los ojos llorosos.

—¿Gran hombre? – me reí con sarcasmo, y Enzo me pateó por debajo de la mesa.

—No era perfecto, claro. – admitió. —Y es cierto, tuvo un desliz un poco antes de que vos nacieras. Me juró que no había significado nada para él, y que nunca más se volvería a repetir. Y lo perdoné.

—Le creíste. – acoté, incrédulo.

—Si. Le creí. – contestó. —No quería destruir la familia que habíamos formado, y nos amábamos. – dijo avergonzada. —Pero él volvió a engañarme.

Bajé la cabeza por un instante, inevitablemente buscando coincidencias entre esta, y mi historia con Angie. Yo no quería parecerme a él... nunca había querido.

—Fernán nunca lo confesó. – siguió diciendo. —Me tuve que enterar por Alejandro, que en ese momento era su socio, y el que compartía más horas con él, en el despacho.

París (#3 Trilogía Fuego y Pasión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora