Epílogo - Parte 2

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4 años después...

Las manos de Rodrigo iban y venían a lo largo de mi espalda, mientras yo me balanceaba sobre su cadera, aumentando el ritmo. Me encantaba esto. La conexión que teníamos cuando nuestras miradas se encontraba. Las sensaciones de nuestros cuerpos unidos de la manera más primaria.

Sentirlo tan dentro...

—Mmm... – gemí despacio cuando él tomó con sus manos mis pechos y los apretó con deseo. Se mordía los labios, señal de que se estaba conteniendo, aunque ya no pudiera más.

—Shhh – dijo tapándome la boca, con una de sus sonrisas canallas. —Puede estar despierta, y si te escucha va a querer entrar. – me recordó.

Había que tener mucho cuidado, ahora que la pequeña era más grande, porque si nos pescaba en esta situación, no podríamos salvarnos.

Sonreí mordiendo sus dedos, así de paso reprimía mis gritos, y él lejos de quejarse, asintió complacido, dándome una suave nalgada, porque le encantaba que me pusiera así de salvaje.

A los pocos minutos, los dos estábamos recuperando el aliento boca arriba, totalmente satisfechos, como cada mañana. Si, no es por presumir, pero todas las mañana, y a veces también por las noches.

A estas alturas, ya éramos unos expertos en practicar sexo en silencio, y salvo ocasiones en que Gabrielle se quedaba a dormir en casa de alguna de mis amigas, o con su abuela Irene, siempre nos comportábamos. Ahora, cuando estábamos solos... era otra cosa.

—Nos vamos a tener que comprar un perro para poder justificar estas marcas. – dijo él señalando la que acababa de hacerle con los dientes, y otras tantas que adornaban su antebrazo.

—Sé de una enana a la que harías muy feliz si adoptamos una mascotita. – dije con una sonrisa inocente. Gabrielle se volvería totalmente loca.

—Mmm. – se rascó la barbilla. —Ya vamos a ver.

No sé ni para qué se esforzaba en hacerse el duro. No había capricho que no le cumpliera a su pequeña.

Ese día, era la inauguración de la tienda de alta costura "Anki". Llamada así, como homenaje a esa maravillosa mujer que había sido mi abuela a la que le debía absolutamente todo. Me emocionaba saber que si ella me estaba viendo desde el cielo, seguramente estaría orgullosa de todo lo que había logrado. Y de la mamá en la que me había convertido.

Habíamos hecho una fiesta tipo cóctel en el local, y además de algunas personalidades importantes que habían querido estar presentes, como el conocidísimo Emmanuelle, también estaban mis amigos queridos.

Sofi, había viajado desde España con su novio, para estar conmigo, y Gala y Nicole tampoco habían faltado.

—Cocó. – llamó Nicole a mi hija para que la saludara. La pequeña se acercó y le dio charla en su idioma peculiar, y después se puso a bailar porque la música le encantaba. Sus rulos dorados se movían rebeldes, enmarcando esa carita de bebé que tanto enamoraba. Era la viva imagen de su padre, nadie podía negarlo.

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París (#3 Trilogía Fuego y Pasión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora