Capítulo 30

14.2K 1.1K 110
                                    

En un parpadeo, había pasado un mes. Si. Todo un mes desde que había llegado a España. ¡Qué locura!

Miguel, me llamaba religiosamente todos los lunes para preguntarme si ya se me había pasado la locura, y estaba lista para volver, y yo siempre le daba la misma respuesta.

"Todavía no."

Mis amigas, a quienes veía por camarita cuando nos llamábamos, ya no decían nada, y ya no parecían tan enojadas como cuando me fui, pero claro, aun pensaban que era una idiota.

Y quién sabe.

Tal vez lo era.

Tal vez era inmadura, impulsiva o una cobarde, pero ¿qué tenía eso de malo?

¿Por qué iba a pretender ser algo que no era o fingir hasta explotar?

¿A quién le hacía bien, poniendo buena cara al mal tiempo?

Porque a mí, de seguro que no.

¿A quién hacía bien luchando por una relación que se estaba yendo a pique, llena de silencios y desconfianza?

Porque a nosotros, tampoco.

Tenía que dejar que las cosas fluyeran, y por primera vez, aceptar que no tenía y no podía tener el control de la situación...  Confiar en que el tiempo nos curaría.

Había necesitado esto, y por lo menos hasta ahora, no me había arrepentido ni una sola vez.

Además, tampoco es que lo nuestro había acabado.

Para nada.

Después de nuestra... calurosa despedida, entre los dos había otra energía. Estábamos más livianos.

Más lejos en cuestiones físicas de distancia, si. Pero no en lo más importante.

Con Rodrigo, nos escribíamos día sí, día no. Y nos habíamos estado llamando también.

Hablando de temas simples, nada de dramas.

Tenía esperanzas.

El saber que no me odiaba por la decisión que había tomado, me dejaba tranquila.

De hecho, ese día, al despertarme, había leído un mensaje suyo que seguramente había enviado a última hora antes de dormirse.

"Para la próxima colección, estoy diseñando unas faldas que odiarías. Pienso acortar todos los ruedos. Mañana te mando fotos."

Sonreí.

Ahora que yo no estaba, él tenía el poder absoluto del diseño, y por lo visto, no pensaba perder el tiempo en darle su toque personal.

Los malditos ruedos – recordé.

Siempre peleábamos por ellos.

Estaríamos discutiendo dos horas, para terminar encontrando un punto medio, de lo más frustrados.

Éramos tan distintos...

Cerré los ojos y suspiré, sintiendo que el pecho me quemaba. Lo extrañaba.

Tomé mi móvil y escribí una respuesta rápida, un poco en broma, un poco no, criticando su elección, y diciéndole que estaba pensando en él.

No para ponerme en plan sentimental, ni para atormentarlo.

Solo para que lo supiera, porque eran cosas que a los dos nos gustaba leer.

Así como a yo sonreía cuando él me escribía un "te quiero" o un "te extraño". Sin intenciones de hacerme querer regresar, ni para que me pusiera triste.

París (#3 Trilogía Fuego y Pasión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora