Capítulo 26

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Al llegar a su casa, me dí cuenta de que no estaba.

No me sorprendí precisamente, porque los viernes solía ir a casa de Enzo, a tomarse unas copas.

Estaban reencontrándose entre hermanos, volviendo a conectarse como mejor sabían, dejando atrás todas las cosas malas que habían pasado y yo me alegraba de que así fuera.

Eran familia, y ahora que yo me había quedado sin la mía, sabía lo importante que era tenerla cerca.

Hubiera dado cualquier cosa por tener un abrazo más de Anki. Solo uno.

Lo entendía, y podía esperarlo hasta que llegara. De paso, me daría tiempo a buscar algunas cosas que había dejado en el departamento después de tantas noches que habíamos compartido.

Un libro, ropa, un bolso de mano... un par de zapatos, cremas...

¡Mierda!

¿En qué momento me había mudado a su casa? – pensé con una sonrisa irónica.

Su guardarropas guardaba más de mis vestidos, que de sus trajes.

No podría llevarme todo, tenía que escoger... y eso hice.

Durante dos horas, con el corazón encogido, observé como, sin proponérmelo, había empezado a ocupar un gran lugar en la casa de Rodrigo, y en su vida también.

Vi como él, que siempre había mantenido a todo el mundo a cierta distancia, aterrado ante cualquier gesto de intimidad... ahora tenía todo lo que él había considerado su hogar, su refugio, invadido por mí.

Y había sido para los dos, completamente natural.

Mi silla en su mesa. Esa que siempre usaba ya sin pensarlo, como un acto mecánico. Mi lado en su cama, en donde mi perfume estaba impregnado ahí donde tantas veces nos habíamos amado hasta caer rendidos.

¿En qué momento su casa se había convertido en nuestra casa?

Era donde más tiempo pasábamos, al estar más cerca de la empresa, así que era lógico. Más práctico.

El ruido de la puerta me sobresaltó, y rápidamente me sequé las lágrimas que ni sabía, había comenzado a derramar.

—¿Angie? – preguntó desde la sala, seguramente al encontrar mis llaves en la mesa.

—Hola. – dije con una sonrisa amarga que me pesó en el alma. Esto iba a doler.

—No sabía que ibas a venir. – dijo rápido. —Si no, no hubiera salido. Hoy quise verte todo el día.

—Está bien. – contesté esquivando sus ojos, porque la esperanza que veía en ellos me desarmaba. —Fue algo del momento. No lo planeé. Vine a buscar unas cosas que había dejado y a devolverte las lleves. – levanté el llavero de la mesa y con el sonido metálico, pareció reaccionar de repente.

Aturdido, su mirada fue de mis ojos, a las llaves, para luego detenerse en mi mano derecha, la que agarraba el bolso donde lo había metido todo.

Vi como su mandíbula se tensaba.

—Eso es mucho equipaje para un par de días. – masculló entre dientes.

—Rodrigo, tenemos que hablar. – empecé a decir con un suspiro.

—No ¡No! – gritó señalándome. Estaba algo afectado por el alcohol, pero aun así, no creía que su repentino temblor tuviera algo que ver con eso. —Dijiste que solo iban a ser unos días. – recriminó.

—No te enojes, por favor. Los dos necesitamos esto. – dije con lágrimas en los ojos. —solo sería un tiempo hasta que estemos mejor y podamos...

—¡No, Angie! – me interrumpió, enojado. —Me doy cuenta, no soy estúpido. Me estás dejando.

París (#3 Trilogía Fuego y Pasión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora