Capítulo 14

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Miguel

Ese día, el tiempo se nos había ido volando sin darnos cuenta.

Llevábamos trabajando horas en el proyecto, y habíamos hecho tantos avances, que ninguno había querido frenar.

Por eso es que cuando nos dimos un respiro, tuvimos que ordenar algo para comer, porque nos moríamos del hambre. A Lola le encantaba el sushi, y aunque no era mi comida predilecta, no me había molestado en lo más mínimo darle con el gusto.

Además nos la estábamos pasando tan bien juntos, que la comida era solo un detalle. Aprovechamos ese descanso para conversar de todo, menos del curro. Y tras tantas horas de sacrificio, sentaba genial eso de desconectar y hablar de otras cosas. Como por ejemplo de nuestros gustos musicales, o lo que hacíamos en nuestro tiempo libre para relajarnos. Todo esto, claro, acompañado de un vino espumante, que ya se nos estaba acabando, para dar pie a un segundo.

—No es que tenga tampoco tanto, pero si tengo un rato libre, me gusta bailar. – dijo sorprendiéndome. —Voy a una academia y practico... – en ese momento pareció pensárselo mejor, y se calló. Me miró dubitativa y negó con la cabeza. —Y bailo diferentes ritmos y disciplinas.

—¿Como salsa, zumba o todas esas cosas que se han puesto de moda? – adiviné, curioso.

—No, no. – se rió con una risa cantarina. —Es un poco más acrobático. – fruncí el ceño sin entender, y ella volvió a negar con la cabeza. —No importa.

—¿Gimnasia artística? – dije en otro intento de adivinar.

—No. – se mordió los labios con fuerza, provocando que los míos sufrieran un leve hormigueo, justo como si también me los hubiera mordido. —Te lo cuento si me prometes que acá muere el tema, y no te vas a burlar. – me señaló con su dedo índice. —Ni lo vas a usar en mi contra.

Hice una seña de juramento.

—Palabrita del niño Jesús. – contesté divertido, pero haciendo que ella asintiera después de otra risita de esas que empezaban a enloquecerme.

—Pole dance. – me quedé en silencio, más quieto que una estatua. —Baile ...en el caño.

Y yo seguía sin parpadear.

No es que hubiera necesitado una aclaración, o que mi reacción se debiera a que no sabía de qué me hablaba. Es que automáticamente, mi imaginación había salido volando por la ventana, y ya estaba bien lejos de la empresa. Sin poder evitarlo, vi esas piernas torneadas perfectas, enredadas en el palo metálico, mientras se movía de manera sensual, y mis neuronas habían dejado de hacer sinapsis.

Es más, creo que se me había incendiado hasta la última.

—No sé ni qué decir. – balbuceé, aun con los ojos muy abiertos, y una sonrisa colgando de la comisura de mis labios.

Ella puso los ojos en blanco y bebió de su copa.

—¿Ves? – dijo con un suspiro. —Por eso no quería decirlo. Siempre después de contarlo, tengo que soportar cargadas y tomadas de pelo.

—¡No! – me apuré a explicarle. —Es que me he olvidado hasta de cómo se habla. Todas las palabras... puf.. se me han ido. – volví a mirarla, todavía abrumado. —O sea que tú sabes bailar como las chicas de los clubes, y te subes, y te bajas, ¿Toda la cosa? – agregué con todo tipo de señas y gestos.

Y entonces, me hice un juramento.

Eso tenía que verlo, pero como que me llamaba Miguel Valenzuela.

Se rió, asintiendo.

—Ahora lo más justo sería que vos hicieras una confesión de ese estilo. – desafió levantando una ceja. —Y más te vale que sea una buena.

París (#3 Trilogía Fuego y Pasión)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora