-Melina-
Mi boca titubeo al pensar en su nombre; eran alrededor de la una de la mañana cuando el sonido de mi puerta siendo golpeada fuertemente me hizo despertar. Estaba viviendo en un apartamento no muy grande en Nueva York, una ciudad donde quise vivir como un sueño, la universidad me había matado las últimas neuronas que creía tener, sin embargo gracias a mis amigos pude obtener un trabajo estable, además de este departamento.
Ajusté mi bata quejándome acerca de él o la imbécil que me haya levantado a estas horas, de por sí me había costado trabajo dormir, con este clima de truenos tan molestos creía que nada podría ser peor. Hasta que lo escuché decir mi nombre.
-Mel- los tonos graves de su voz me hicieron recordar mis años en la universidad
-¿Vincent?- aquella silueta varonil que me hacía temblar las piernas, estaba en el suelo de mi puerta
Guardé silencio por unos momentos, pensando por un instante si esto era una especie de jodida mental o algo, pero no me equivocaba, era él.
Vincent, aquel muchacho interesado por ser un doctor reconocido, no sólo en las enfermedades mentales, sino también en la psicología, estaba ebrio, con su cabello café obscuro ligeramente revuelto, además de apestar a desagradables medidas enormes de sudor.
Mi corazón latió como si fuera por instinto, un instinto que pensé ya haber superado, no quiero que esos sentimientos vuelvan para que él me tenga a su merced. Pensé en cerrarle la puerta en el rostro, por creer que el simple hecho de aparecer aquí va a hacer que me tenga a sus pies y además de que me levanto. Pero un ligero llanto me hizo abrir terminar de despertar, el llanto de un bebé me hizo inmediatamente ayudarlo a levantarse cerrando la puerta detrás suya.
-Escucha-
-No. Tú escucha- interrumpí tomando al bebe del abrigo donde lo escondía
-Ve a darte una ducha, apestas peor que mis dos hermanos tras una sesión de gimnasio, hablaremos mañana-
Parpadeó varias veces observando el lugar que estoy, seguro no recordará nada por la mañana. Miré al bebe notando que era una niña por sus aretes pequeños en forma de una "R" Dios, esto es incómodo, no sé dónde dejar a este saco de popo y llanto.
Cargué a la bebe como pude dejándola en un lugar donde no pudiera hacerse ningún tipo de daño aunque no quería soltarla, genial, ahora tenía que cuidar a dos personas. Hice una señal de vigilancia hacia la bebe, para verla una vez más antes de ir por su apestoso padre quien se echó en mi sillón sin siquiera quitarse los zapatos.
La bebe no emitió sonido alguno, parecía entretenerse observándonos a ambos, estaba muy frustrada y enojada por mi falta de sueño, pero no se puede racionar con un ebrio, por lo que primero será meterlo a la ducha aunque fuera por la fuerza.
Tomé ambos pies suyos quitándole los zapatos, para después arrastrarlo con todo y mi sillón.
-Suelta mi sillón- me quejé escuchando un leve gruñido de disgusto -No me importa que gruñas- dije escuchando como soltaba el sillón
Su cabeza golpeó contra el suelo, pero sorprendentemente no emitió sonido alguno de queja, por lo que voltee para revisar que estuviera bien. Aquellos ojos que siempre veía más obscuros que cualquier pozo, ahora parecían rojos por la hinchazón de su llanto, Dios Vincent ¿Qué edad tienes?
Suspiré pensando que haría con él. Al entrar al baño, lo dejé en la regadera, parecía sin seguir con humor de moverse, así que abrí la llave dejando el agua caer sobre él, suponiendo que por sentido común se quitaría la ropa tras un rato.