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 Corro a toda velocidad en dirección al metro

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 Corro a toda velocidad en dirección al metro. Me va a dejar, lo más seguro es que no llegue a tiempo, pero de todas formas corro. Bajo las escaleras a toda prisa, haciendo que casi me tropiece. Decir que tengo pocas expectativas de salir viva de esta carrera sería decir mucho.

 Veo las puertas del metro cerrarse poco a poco, como si estuviera viendo una película en cámara lenta. Luego veo una mano que interrumpe el cierre de las puertas. Termino de correr el poco espacio que me separa del metro y entro con un salto. Resoplo y apoyo mis palmas en las piernas, cansada por la pequeña carrera.

 Sea quien sea la persona que puso su mano en medio de las puertas, le debo la vida, literalmente. Varias personas a mi al rededor se me quedan mirando por el micro espectáculo que acabo de dar, pero me da igual. Estoy viva y en el metro, el cual comienza a avanzar.

 Siento como una mano me da un toque en el hombro. Al levantarme completamente y darme la vuelta me encuentro con un chico que me está mirando con ojos curiosos.

—De nada —Es lo primero que sale de sus labios. Entrecierro los ojos, intentando saber quien es, y miro su mano. La mano. La que se interpuso entre las puertas y permitió mi salvación. Plasmo una sonrisa y lo vuelvo a mirar a la cara.

—Gracias —Luego me doy la vuelta. Me siento un poco falta de respeto al sólo dirigirle una palabra  después de que me salvara, pero es todo lo que me puedo permitir con el poco aliento que me queda. Aunque puede que no sea sólo porque no tengo aliento, sino porque, simplemente, no quiero. Busco un asiento un poco mas atrás y me siento, aún con la respiración agitada.

 Si no llegaba a entrar a este metro mi madre me hubiera matado. Si no llegaba a entrar a este metro me iba a perder el helado de navidad. Si no llegaba a entrar a este metro hubiera corrido con todas mis fuerzas sin sentido alguno. Le debo mi vida, un helado y mi aliento a esa mano. Literalmente.

 Coloco mi mochila sobre mis piernas y desenrollo la bufanda gris de mi cuello, la cual coloco sobre la mochila. Mi celular vibra dentro de mi mochila. Lo saco con un suspiro, y reviso: un mensaje del demonio (mi padre).

Demonio: ¿Ya llegaste? No calculé las horas del todo bien así que no sé a que hora se supone que te tengo que pasar buscando. Avísame

 Resoplo y tecleo rápidamente una respuesta.

 Yo: Si, ya llegué. Estoy en el metro de camino a la plaza. Llego en diez.

 Bloqueo el celular y lo vuelvo a introducir en la mochila, frustrada, cuando escucho unos murmullos cerca de mi.

— ¿Esa chica será la hija de Louis Bay? —pregunta la primera voz, en un tono bastante agudo.

—No estoy segura, pero creo que si —responde la segunda voz, un tanto más normal.

—Si, si es —Les susurro a las chicas confidencialmente, hablando de mi en tercera persona. La cara de la chica número uno se vuelve completamente roja mientras que la de la chica número dos simplemente se colorea un poco.

Cuando nievan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora