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June 

Me froto los ojos y despejo las lagañas que tengo en ellos. Me revuelvo en la cama, aspirando un olor a colonia de hombre. ¿Dónde estoy?

 Poco a poco comienzo a levantarme, mientras bostezo sonoramente. Siento la cabeza pesada, y una punzada en ella. Pestañeo varias veces mientras escaneo la habitación. No sé porque, pero algo me dice que estoy en la habitación de un chico. Y creo que ese chico es Michael, ya que todo está perfectamente ordenado y pulcro, sin contar la cama, la cual seguramente yo desordené con tantas vueltas que di en ella.

 Me levanta, aún con mi vista fija en las grises paredes de la habitación, y salgo por una puerta que está entrecerrada. Cuando la empujo, me llevo por delante una mata que estaba mal colocada. Si, mal colocada.

 Cuando estoy caminando en dirección al lugar del cual parece venir un olor a comida y el sonido de sartenes, me paro frente a un espejo de cuerpo completo que está en la sala.

 ¿Qué demonios tengo puesto?

 Camino rápidamente al lugar de donde proviene el exquisito olor -supongo que es la cocina- y me paro en el umbral. Michael está de espaldas a mi preparando dios sabe qué. Lleva puesta una camisa marga corta, y unos pantalones de pijama que le quedan algo flojos.

— ¿Quién me puso esta atrocidad?—hablo, casi exclamo. Michael gira la cabeza sin dejar de manipular las sartenes, y luego medio sonríe.

—Buenos días también—se burla. Gira la cara rápidamente y apaga una hornilla.

—No pueden ser buenos días cuando llevo puesta la camisa más asquerosa de todos los tiempos—le recrimino, levantando un poco de la camisa que llevo puesta, la cual me llega hasta la mitad del muslo.

— ¿Asquerosa?—pregunta, dándose la vuelta. Camina unos pasos y abre una gaveta, de la cual saca unos platos— La lavé a mitad de semana, y aún no me la he puesto. Tan asquerosa no debe estar.

 Frunzo el ceño y me cruzo de brazos.

—No está asquerosa. Es asquerosa. El que hizo esta camisa, o el que supervisó mientras se hacía, se suicidó y antes se sacó los ojos—me burlo.

Extrañando, Michael levanta una ceja, y sigue sirviendo lo que sea que esté sirviendo. No me importa.

—No le veo nada de asquerosa. La camisa tiene el logo del mejor equipo de fútbol del mundo—dice como si nada, como si esas palabras no le quemaran la lengua.

— ¿Pero qué estupidez estás diciendo? El mejor equipo es el Barcelona, no está bazofia—le digo, tapando el logo del Real Madrid que está plasmado en una esquina de la camisa.

— ¿Bazofia? ¿Quién dice esas palabras hoy en día?

 Termina de servir todo y lo coloca en la encimera, mientras busca unas tazas. Me froto las sienes, intentando aplacar el dolor de cabeza. Maldita resaca.

—Pues yo digo bazofia. Y además, te saliste del punto—le recrimino. Apoyo todo mi peso en un pié, esperando su respuesta.

—Me das lástima ¿Sabes?—me comenta, en tono serio, como casi siempre hace—. Siento que debo ayudarte para que no te vuelvas una niña enferma que no sabe lo que dice— Su tono se vuelve juguetón, y en sus labios asoma una sonrisa.

 Me echo para atrás, haciéndome la ofendida, aunque algo si estoy.

— ¿Qué dices?—inquiero.

—Digo que el Real Madrid es el mejor equipo del mundo. Además, ¿Cómo sabes tú de fútbol? Aquí la mayoría de las personas se decanta por el fútbol americano—bufa.

Cuando nievan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora