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Shawn

 Definitivamente tener casi treinta y nueve grados no es bueno. Siento como si estuviera a punto de morirme, y puede que sea así. Los músculos me gritan que los mueva, pero cuando lo hago, se quejan más; la cabeza me duele horrores, casi hasta tal punto de querer arrancarme los pelos; y por último está la bendita temperatura: en un momento tengo frío que te mueres, y luego tengo un calor de infiernos.

 Esto es para los que quieran estar enfermos para faltar a clases: no se los recomiendo, es horrible.

 El segundo semestre de mi último año de clases ya inició y yo estoy aquí tirado en la cama con un trapo húmedo en la frente y con una cubeta al lado por si me da por vomitar. Aunque no sé qué vomitaría, si llevo casi dos días sin comer nada. De todas formas no me importa faltar los primeros días, ya que la actividad comienza es en la segunda semana, que es donde todos se desperezan y deciden acordarse que hay algo llamado escuela.

 Respiro profundo pero no tanto, ya que si respirara demasiado profundo me dolería el pecho. Sí, tengo que cuidar hasta como respiro. Muevo mi mano a tientas del lado derecho de mi cuerpo, buscando el control remoto ya que estoy casi seguro de que la razón de mi muerte sería por aburrimiento, en vez de ser por esta gripe incansable que tengo. Enciendo el televisor, e intentando no moverme demasiado, cambio los canales.

 Sé que no debería estar viendo televisión con dolor de cabeza que te mueres, pero todos rompemos las reglas alguna vez. Cuando sienta que ya no puedo más can la tele, recurriré a contar las líneas del techo.

 Mi hermano está trabajando y mi hermanita está en la escuela. Ya debe ser bastante pasado el mediodía, por lo que Josh debería estar por llegar. Estoy por mi cuenta, si me pasa algo, pues allá yo porque no hay nadie más aquí para socorrerme. Y no le echo la culpa a nadie, ya que yo fui el que le insistí a Josh que fuera a trabajar.

 Estoy pensando en cuantos pelos tengo que arrancarme de la cabeza para quitarme el insoportable dolor (ya apagué la televisión) cuando oigo que llaman a la puerta. No respondo, ¿Y cómo podría? Estoy lo demasiado cansado como para no abrir.

 Pienso en quien podría estar del otro lado mientras descarto a las personas: mi hermano no es, porque tiene llave; mi hermanita tampoco es porque, vamos, es una niña y aparte de eso se viene con mi hermano; mis padres no son porque... bueno, porque no, y no se ni como se me ocurrió esa opción; no es ni Kevin ni ninguno de mis otros amigos porque no creo que hayan acabado las clases. Ya no tengo más opciones, a menos que...

— ¿Estás ahí verdad?—pregunta la voz de una chica que me hace sonreír. —Bueno, si puedes siquiera hablar, dime donde está la llave de repuesto.

 Me quedo pensando durante unos segundos en como sabe de la llave de repuesto, antes de decir con la voz más fuerte que puedo.

—Hay un sobre en la puerta— Voy a decirle también que está dentro del sobre, pero me quedo sin fuerzas para decir otra cosa.

 Unos segundos después escucho como se pasa la llave en la puerta. Los pasos resuenan en la prácticamente vacía casa, haciéndose cada vez más sonoros. Unos segundos después, la cara de Kendall se asoma por la puerta, la cual ya estaba abierta.

— ¿Te desperté?—pregunta casual, entrando a mi habitación.

 Hago un sonido que creo que es de negación mientras ella se acerca. Se agacha a mi lado y pone su mano en mi frente, y luego en mi cuello. La miro a los ojos.

—Estás caliente—dice, con un destello de preocupación en los ojos. Esbozo un intento de sonrisa y respondo con un intento de chiste:

—Siempre— Creo que le guiñé el ojo. Kendall rueda los ojos y oculta una sonrisa mientras se levanta.

Cuando nievan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora