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Emma

 Corro la ropa hacia un lado, buscando alguna camisa de mi talla. Veo una camisa del estilo de mi mamá y de su talla, así que la agarro. Camino hasta el área de los vestidores, y entro en el que estaba mi mamá. Fijo la vista en la camisa mientras hablo.

—Mira, mamá, aquí hay una...—levanto la vista, encontrándome con un torso desnudo. Subo más la vista, quedando cara a cara con James.

 Abro los ojos como platos. Estoy completamente petrificada. James mueve la boca para decir algo, pero en ese momento reacciono y comienzo a retroceder con nerviosismo.

Por poco me caigo cuando por fin consigo salir.

 Siento mis mejillas ligeramente calientes.

— ¡Perdón!—le grito cuando ya estoy fuera. ¿Cómo puede haber entrado al vestidor en el que estaba James? ¿Conté mal los vestidores? Recorro mi vista de izquierda a derecha volviendo a contar los vestidores y me doy cuenta de que me faltó uno. Mierda. Odio este tipo de coincidencias.

 Entro al correcto, encontrándome con mi mamá. Le paso la camisa y me volteo para mirarme en el espejo de cuerpo completo. Mis mejillas están levemente sonrojadas.

— ¿Qué paso?—pregunta mi mamá. Niego con la cabeza y me siento en un banquito que hay a mis espaldas.

—Nada—me llevo una uña a la boca y la comienzo a morder.

— ¿Nada?—pregunta, asegurándose mientras comienza a probarse la camisa.

—Nada de nada.

— ¿Nada de nada?

—No, mamá, nada de nada—le digo exasperada. Bufo y veo que ya no tengo las mejillas rojas. Bien. Dejo de morderme las uñas y paso a las cutículas.

—Bien.



 Agarro la bolsa con la ropa mientras mi mamá paga todo. Apoyo todo mi peso en el pie derecho y miro a un lado. Me doy la vuelta y noto que James se acerca junto a una linda chica. Mis mejillas vuelven a sentirse levemente calientes.

 Odio esta reacción de nuestro sistema hacia la vergüenza. El cuerpo no podía reaccionar a la vergüenza... ¿Qué se yo? ¿Haciendo que te picara el pie? Porque eso al menos no se nota, pero el sonrojo en las mejillas si, y es todo un infierno.

 James sonríe al verme, haciendo que la chica a su lado, que antes estaba centrada en él, se centre en mí. La chica contrasta bastante al lado de James; uno tiene el cabello castaño claro, mientras la otra tiene el cabello oscuro como el carbón; uno tiene los ojos color miel, mientras la otra los tiene marrones oscuros, casi negros; uno tiene la piel blanca bronceada, mientras que la otra tiene la piel morena.

— ¿Que hay?—me pregunta James. Frunzo en ceño para disimular mi vergüenza e inclino la cabeza.

— ¿Qué hay de qué?—le pregunto. Dios, debo tener la cara casi completamente roja. Respiro profundamente, tratando de disipar el sonrojo.

— ¿Disfrutaste la vista?—pregunta en broma, y comienza a flexionar su brazos, como si fuera un físico-culturista. Este tipo quiere que me ponga del color de mi cabello.

 Ruedo los ojos y me doy la vuelta, tratando de evitar que me mire la cara.

—Te pedí disculpas—le digo. Mi mamá me mira mientras la cajera le entrega su tarjeta de crédito y desvía su vista hacia James, que está detrás de nosotras en la fila para pagar.

Cuando nievan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora