9

482 63 34
                                    

June

— ¡Disculpen el retraso! ¡La electricidad está de vuelta, ya pueden volver a sus hogares! ¡Y disculpen la molestia!—. Sobresaltada, doy un brinco, terminando en el piso. Hay buenas formas de despertarse, y luego está esta. Felicitaciones June.

 Oigo una leve risa, por lo que subo la cabeza, encontrándome con Michael, quien está conteniendo una carcajada. Entrecierro los ojos y me levanto lentamente. Michael me mira y se pone serio. Me tiende una mano cuando estoy medio levantada, por lo que la acepto, terminando de levantarme.

—Gracias—digo sarcástica.

 Por lo que puedo ver la luz está de vuelta. Las puertas eléctricas de la heladería están abiertas de par en par, dándome paso a la libertad. Restriego mis ojos medio dormida, y recuerdo algo que me dijo una vez una profesora en la primaria: "No restriegues tus ojos así que te los puedes dañar. Restriégalos en círculos, como la forma del ojo" Me rio levemente y me restriego en círculos. Esto es tan ridículo.

 Comienzo a caminar en dirección a la salida con la vista fija al frente. No me quiero caer, aunque lo más probable es que lo haga, ya que estoy en modo zombi. Estoy en el limbo del mundo de los despiertos, en cualquier momento podría caer al piso y quedarme dormida, nadie sabe.

 Una empleada del centro comercial me tiene un café y caramelos, a lo que sólo acepto los caramelos; el café sólo haría que me derrumbara más rápido. Para mí el café actúa de forma diferente, me hace querer dormir en vez de revitalizarme. Guardo el caramelo en el bolsillo de la chaqueta de cuero y sigo caminando en dirección a la salida.

 Personas pasan a mis lados empujándome, desesperados por llegar a sus casas calientes y reconfortantes.

 Me paro en seco y con mi mente adormilada me doy cuenta de que vine con mi hermana, y debe pensar que me quedé a dormir en casa de alguna amiga. Mierda.

— ¿Tienes cómo ir a tu casa?—dice.

 Su voz hace que espabile y que de un leve salto. Reprimo un grito y me llevo la mano al pecho.

— ¿Me quieres matar del susto, o qué?—pregunto.

—O qué—habla, intentando que su voz suene sarcástica, pero se nota que está igual de dormido que yo, por lo que el sarcasmo se queda estancado en el limbo imaginario.

 Bufo y me doy la vuelta, aún con la mano en el pecho.

—No, no tengo quien me lleve—respondo con la voz adormilada. Llevo la mano que tenía en el pecho hasta mi ojo y lo vuelvo a restregar. Bostezo, tapándome con la otra mano, y me doy la vuelta. No necesito que me lleve, yo puedo caminar hasta mi apartamento.

 Cuarenta largos minutos de caminata.

 Bajo el espantoso frío congela culos de invierno.

 En estado zombi y/o en el limbo.

 Sola, sin compañía.

— ¿Te llevo?—. Palabras angelicales acuden a mis oídos.

 No quiero parecer desesperada para no irme por mi cuenta por lo que respondo:

—No, tranquilo, yo lego caminando. Queda aquí mismo. —Una mísera mentira.

 De reojo lo veo encogerse de hombros y comenzar a dar la vuelta.

—Está bien.

 ¿Y este qué? Me salió todo mal. Debe ser porque estoy medio dormida.

— ¡No, espera!—le suplico, dándome la vuelta. Lo veo detenerse y girarse lentamente hacia mí. Logro divisar una pequeña sonrisa en sus labios, pero no sé si era de verdad, ya que al terminar de darse la vuelta hacia mi tiene el semblante neutral.

Cuando nievan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora