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 Me tapo la boca con una mano mientras bostezo

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 Me tapo la boca con una mano mientras bostezo. Oficialmente llevo tres horas y cincuenta y seis minutos en esta cola del infierno (aunque nunca pensé que el infierno fuera tan helado).

 Perdón. Tres horas y cincuenta y siete minutos.

 Tuve que levantarme a las tres de la mañana para poder hacer la cola a las cuatro, la cuál ya contaba con aproximadamente cien personas en ella. La venta abre a las diez de la mañana, lo que significa que tengo que esperar otras tres horas y tres minutos. Aproximadamente.

 Cruzo los brazos con fastidio y pereza, y reboto mi pie contra el piso, impaciente. Sé que impacientándome no va a hacer que el tiempo corra más rápido, pero no pierdo nada con intentarlo. Froto mis brazos para infundirles calor y rasco el piso con mi pie. Intentando quitarme el aburrimiento coloco los brazos a mis lados y apoyo mi peso en mi pie derecho. Doy una vuelta y coloco mis brazos detrás de mi espalda. Suspiro con resignación, enviando un mechón de cabello fuera de mi vista, y me rindo de mi intento para encontrar una posición cómoda en la que estar parada.

 Detrás de mí se encuentra parado un señor de unos cuarenta y muchos o cincuenta y pocos años que bosteza cada cinco segundos, y delante de mí está un chico de más o menos mi edad, que se la ha pasado todo el rato en el celular y con el ceño fruncido.

 Enciendo el mío y me pongo a jugar un rato, intentando matar el tiempo.

— ¡No! —Le grito al cerdo que quedó vivo luego de gastar todos mis pájaros en el Angry Birds. Frustrada, bloqueo mi celular y lo tiro en mi bolso con brusquedad para aliviar un poco mi enfado. Cuando levanto la vista veo que el chico me está mirando con cara de ¿A esta que le pasa?.

Lo miro directamente a los ojos.

 Oh, Dios, esos ojos. Son hermosos. Ruedo los ojos para disimular mi creciente atracción hacia sus ojos y vuelvo a intentar conseguir una buena postura para estar parada. Me rindo, de nuevo, mientras sigo pensando en que a ese chico le toco la lotería con sus ojos.

 El celular del chico suena unas cuantas veces con un tono muy pegajoso antes de que se lo lleve a la oreja y conteste. Lo observo por que no tengo más nada que hacer.

—... en frente de la librería... si... para, ya te veo. Date la vuelta...—escucho que dice el chico a quien sea que esté del otro lado de la línea. Levanta la mano y la agita ligeramente. Giro mi cabeza disimuladamente hacia la dirección en la que está agitando la mano y veo a otro chico acercarse a trote lento.

—Perdón, amor de mi vida, me quedé dormido —dice el segundo chico con una sonrisa somnolienta al llegar hasta el primero. Cambia su sonrisa perezosa y la remplaza por una que pretende ser inocente, luego junta las manos detrás de la espalda.

Cuando nievan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora