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 Veo el frasco de sal escaparse de mis manos y esparcirse por el mesón

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 Veo el frasco de sal escaparse de mis manos y esparcirse por el mesón. Cuando comienzo a limpiar algunos granos de sal entran en mis uñas, cosa que me incomoda un montón.

 Hoy, oficialmente, es mi día de mala suerte. Primera señal: un espejo roto; eso podría haber sido algo normal en un día a día. Segunda señal: un gato negro que se acurruca en mis piernas (no tengo nada en contra de los gatos negros); dos ya son coincidencia, pero no indican nada. Tercera señal: derramar sal; creo que a la tercera la vencida. No es que sea supersticiosa ni nada por el estilo, pero tres señales así no indican nada bueno.

—La limpias —ordena mi mamá mientras termina de secar unos platos recién lavados. Le hago una señal con la mano, haciéndola entender que ya lo estoy haciendo.

 Cuando termino de limpiar la sal oigo el sonido fuerte de la campana de la puerta, que a pesar de ser fuerte no es molesto. Levanto la vista, y al ver la hora, confirmo mis sospechas: está aquí de nuevo.

 Me lavo las manos y las seco con mi delantal.

—Atiéndelo —me dice mi mamá. Asiento y sgarro una libreta y un lápiz para dirigirme a la mesa en la que el chico está sentado. Coloco mi habitual sonrisa para atender a la clientela y lo miro.

— ¿Que va a pedir? —pregunto.

 Levanta la vista de la mesa y se pasa la mano por el pelo. Sonríe mostrando los dientes y haciendo que sus ojos color café brillen.

—Hola, nena —saluda guiñando el ojo. Ruedo los míos y sueno el lápiz contra la libreta, fastidiada — Un moca-chino sin azúcar, crema extra y que en ella se vea la figura de un copo de nieve —responde, ahora serio.

 Frunzo el ceño y luego lo miro sin expresión alguna. Ridículo. Completamente ridículo. Deja a un lado su expresión seria y suelta una carcajada.

—Era un chiste —comenta al mismo tiempo que ríe. Al ver mi expresión seria deja de reír. Vuelvo a sonar el lápiz contra la libreta, esperando a que madure y haga su pedido de una vez.

— ¿Qué va a pedir? —repito, insistentemente.

—No seas amargada, era sólo un inofensivo chiste. Hasta la fecha (que yo sepa) reír no ha matado a nadie —Entrecierro los ojos, dándole a entender que no me interesa. Suelta un suspiro resignado y vuelve a colocar la sonrisa—. Un chocolate caliente y un sándwich de queso, por favor.

 Anoto en mi libreta con un movimiento rápido de muñecas y me doy la vuelta. La ridiculez humana cada día me sorprende más y más.

 Voy hacia la pequeña cocina y coloco sobre el cordón de pedidos el papelito con el pedido del chico, para que Gordon pueda verlo y hacer su sándwich. Voy hasta la barra a paso lento y aburrido para luego comenzar a preparar el chocolate. Mientras la máquina lo está haciendo me coloco mis audífonos.

Cuando nievan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora