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June


 Bostezo y trueno mi cuello. Paso el pincel por el lienzo una, dos, tres veces antes de detenerme por el malestar.

— ¿Dices que mi prima salió para comprarme pastillas?—pregunto sin darme la vuelta, sabiendo que Michael está sentado en mi cama.

—Si—afirma. Doy otra pincelada para luego bajar la mano y depositar el pincel en mi mesita de pinturas.

 Suelto un suspiro, agotada y me levanto del taburete en el que estoy sentada. Camino hasta mi cama sin ver a Michael y me tiro en ella boca abajo.

—Dios, en realidad me siento completamente mal—musito contra las sábanas, haciendo como efecto que mi voz suene amortiguada.

 Siento la cama moverse, como si Michael se hubiera parado de ella, y luego nada. Siento unos pasos, seguidos del sonido de mi taburete al alguien sentarse en él.

—Te está quedando bien a pesar de estarte muriendo—comenta, supongo que viendo mi pintura. —, pero, no se parece en nada a mis ojos— Agrega. Giro un poco la cabeza, para quedar viendo su espalda enfundada por una chaqueta.

—No se supone que iba a hacer tus ojos. Yo dije que tus ojos eran mi musa, mi inspiración; no mi modelo. Hay una gran brecha que separa esos términos—acoto. Veo su cabeza subir y bajar en una afirmación silenciosa, y luego se da la vuelta, quedando frente a mí.

 Cierro los ojos y me apretujo entre las mantas. Sé que hay un chico en mi habitación, pero tengo tanto malestar que en este momento no me importa nada más que las suaves sábanas que están debajo de mí.

—Tú hiciste las pinturas a color, pero no los esbozos. Tienen distinto tipo de estilo, es bastante evidente—afirma, como si estuviera cien por ciento seguro de lo que está diciendo. Y es que es la verdad; de las pinturas que están enmarcadas en la pared, sólo hice las que están a color.

 Murmuro algo así como "lo que tú digas" y bostezo. Oigo la puerta de entrada abrirse, seguido del sonido de los pasos de alguien.

— ¿Sigue aquí el violador?—pregunta a voz en grito. Ruedo los ojos mentalmente.

 Escucho como Michael se levanta del banquito y camina hasta la puerta de mi habitación. Me volteo, mirándolo de medio lado.

Chao— dice en español. Pongo los ojos en blanco.

—En inglés, por favor—le pido con un tono sarcástico.

—Adiós—se despide mientras me dedica una sonrisa y sale de mi habitación.

 Escucho sus pasos resonar por el pasillo y luego las voces de él y mi prima al hablar. Se escucha la puerta de entrada abrirse y cerrarse.

 Cierro los ojos, decidida a esperar que mi prima me traiga la pastilla sin quedarme dormida.

 ¿Volveré a ver a Michael? No creo. Ese pensamiento me hace sentir un leve dolor en el pecho, que intento ignorar por completo.



 Resoplo, frustrada, y miro el lienzo a medio hacer que tengo en frente. La pintura es para dentro de aproximadamente cinco horas. Tal vez menos, tal vez más ¿Quién las cuanta? Yo no.

 No tengo inspiración, necesito inspiración, pero, ¿dónde voy a encontrar inspiración?

 Y en eso una idea ilumina por completo mi cabeza, susurrándome que es sólo una excusa, pero no lo es. Necesito a Michael, o más concretamente a sus ojos.

Cuando nievan corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora