1

29 3 0
                                    

Ella abrió los ojos, casi sin querer, así, como quien teje sombras inconscientemente. El universo entero, por su parte, era un mutismo absoluto en el que reposaba un baile cadencioso entre el misterio y la incertidumbre, un piélago de irrealidades que se nutría de preguntas que nadie había hecho y que seguramente jamás tendrían respuesta. Había poca luz, una muy escasa esencia de vida, y ella no lograba reconocer si había estado desmayada, o muerta o quizás solamente soñando. De repente, un recuerdo comenzó a subir la escalera helicoidal de su ser, y fue entonces cuando ella pensó que nuevamente acababa de despertar de un coma. No, no era la primera vez que le ocurría. No era la primera vez que tenía que vérselas cara a cara con un suceso tan trágico. Meses atrás aquella hermosa chica tuvo un accidente por el cual estuvo varias semanas sumergida en un incierto pozo de siluetas huérfanas y carentes de toda esencia vital. Luego, cuando despertó, tuvo un maremágnum de dudas y de sensaciones inidentificables muy parecidas a las que estaba experimentando en ese preciso instante. Sí, durante un segundo ella llegó a pensar que la incertidumbre que la invadía, esa sombra insospechada y sin concepto que la habitaba y esa oscuridad demasiado consistente que la rodeaba, tenían su razón de ser en el hecho de que nuevamente había despertado en la cama de un hospital tras un difícil y prolongado estado de coma. No obstante, al segundo siguiente se percató de que no estaban atravesando su piel las agujas que deberían de estar trasportando el suero fisiológico destinado a mantenerla con vida en caso de un posible coma. Luego, tras un nuevo segundo entre las fibras del tiempo, ella se dio cuenta de que estaba totalmente desnuda sobre una cama.

Tras darse cuenta de que estaba desnuda en un cuarto oscuro y de aura algo lúgubre que en la vida había visto, lo primero que ella hizo, casi que por instinto, fue llevar una de sus manos hacia su sexo. Lo palpó entonces con la yema de los dedos, lo recorrió con cierta suavidad mientras lo auscultaba con sumo cuidado. No había señal alguna de que hubiese sido penetrada minutos u horas atrás. No obstante, la sobriedad natural de su pubis no la tranquilizó. Y no la tranquilizó porque ella no sabía dónde estaba ni qué hacía allí con exactitud. La oscuridad, en aquel cuarto, era bastante densa, razón por la cual sus ojos de miel comenzaron a amasar infinitudes mientras ella parpadeaba breves relámpagos llamados "pensamientos". Se irguió un poco entonces y comenzó a buscar con su mirada su ropa o alguna prenda de vestir. No halló nada. En aquel cuarto solo había una cama y una mesita de noche con dos cajones. Pensó en gritar, en pedir ayuda. Casi lo hace, pero al final se contuvo. "Y ¿qué tal si estoy secuestrada?", se dijo a sí misma sumamente preocupada y con el alma en vilo.

La realidad era demasiado indefinida en aquel lugar inconspicuo, en aquella habitación como salida de una de esas pesadillas donde el alma se deshace poco a poco ante la nada absoluta de algo que no es posible reconocer a ciencia cierta, ante un océano desfalleciente y perplejo que ha perdido todos los latidos de su ser en antaño voraz y oleaginoso. Ella, sin muchas posibilidades de acción, optó por abrir uno de los cajones de la mesita de noche que tenía al lado, pero lo que encontró allí la preocupó sobremanera. Se trataba de un consolador. Claro, esa bien podía ser la prueba de que se hallaba secuestrada y que su desnudez respondía a fines sexuales. Una noche insana e interminable comenzó a recorrer sus arterias y a trazar geometrías infinitas dentro del caos. Una noche insana comenzó a desgarrarla lentamente. Ella tomó aquel objeto entre sus manos para observarlo más de cerca. Si no fuera por el color, sería exactamente igual a uno que había tenido en su cuarto hasta poco después de despertar del coma y decidirse a votarlo ante la vergüenza de pensar que muy probablemente mientras no había estado del todo en este mundo su familia lo había descubierto pero había guardo silencio al respecto. Ella dejó el consolador aquel sobre la cama y abrió el otro cajón de la mesita de noche. Allí había una carta. Ella la tomó. La carta decía: "Para Denise".

Ella era Denise.

Aquella chica rasgó el papel carta y extrajo la hoja que se encontraba al interior. Luego comenzó a leer la nota que estaba allí plasmada, tal y como pudo en medio de la penumbra que rodeaba la desnudez sugerente de su esbelto cuerpo:

Los herederos del despojo saben que ya no queda un mañana y todo el silencio que en este instante te rodea hace parte de dicho despojo. Ahora bien, te debes de estar preguntando, mi querida Denise Amandine, por qué estás en este lugar. Pues bien, en lo que atañe a ello lo primero que debo decirte es lo siguiente: una senda de luces que no son luces sino tiempo en estado puro, ha conspirado con la esencia de la muerte, con un ínfimo y desapercibido instante en el que una piel se reconoce a sí misma como algo celeste, con la incipiente incandescencia de una noche que ha perdido su último pentagrama, y con la más insana, tétrica y terrible epifanía de lo lúgubre, para traerte hasta este lugar. Que cuál es mi objetivo, muy pero muy simple, mi hermosa señorita de ojos color miel. Mi objetivo no es otro más que el de matarte y por eso te he traído hasta acá. No obstante, ya que mi ansia de asesinarte no es otra cosa más que un juego, un pérfido y siniestro juego, desde luego, he decidido darte una posibilidad de sobrevivir. Para ello, y disculparás lo cursi o lo común que sonará, deberás llevar a cabo un juego de amor. Pero no un juego de amor cualquiera sino un juego en el cual, el objeto que has encontrado en la mesita de noche que está al lado tuyo y que en este momento está sobre la cama en la cual estás totalmente desnuda, te será de gran utilidad. Recuerda, no hay juego de amor que persona alguna pueda llevar a cabo sola, por ello mismo deberás encontrar a alguien con quien llevarlo a cabo.

Debes procurar, de igual forma, que la magia del vacío haga palidecer de gusto y de placer la claridad desmesurada de sus lunas más traviesas.

Denise se quedó observando la puerta cerrada del cuarto en el que estaba. Parecía ser el signo más palpable de la nada y al mismo tiempo parecía presagiar la irrupción inesperada de una trama indescifrable de secretos. De secretos de muerte. La sombra de alguien, por cierto, se veía por debajo del quicio de la puerta. Sea quien fuera quien hubiese estado allí solo estuvo un instante. En uno de los escalones de la escalera helicoidal de su alma, una polilla traslucida capaz de devorarse los sueños que trasporta la brisa, la instó a que se moviera. La hermosa Denise se levantó entonces de la cama en la que estaba.


De las inercias de la piel a un mar de constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora