Polvos flu

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"Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde (...)".

A la mañana siguiente, Hermione se despertó cuando el primer rayo de luz atravesó la pequeña ventana de su dormitorio e iluminó su rostro. Por fortuna, se encontró con el profesor Flitwick al salir de la biblioteca, y él la ayudó a instalarse en una de las habitaciones del séptimo piso, cerca de la torre Gryffindor.

Se restregó los ojos y se incorporó poco a poco. Su primer recuerdo fue la expresión en la cara de Snape la noche anterior. Sonrió un momento y se levantó. Quería que ese fuera un gran día.

Se arregló lo mejor que pudo. Después de todos esos años intentando controlar su alborotado cabello, al fin lo había logrado. Ahora tenía una forma mucho más definida y no parecía como si jamás en su vida se hubiera pasado un peine.

Bajó rápidamente hacia el Gran Salón para desayunar. Ni siquiera sabía la hora que era, pero sólo quería llegar cuanto antes, quizá primero que todos para ver si así se encontraba con él a solas aunque fuera sólo unos momentos.

Sin embargo, cuando llegó, sólo se encontraba la profesora McGonagall. ¿Tan temprano era? Buscó en todas direcciones, pero no había ni rastro de Snape. Bajó los hombros, decepcionada.

—Buenos días, profesora— saludó Hermione, sentándose un par de puestos a la izquierda de la directora.

—Buenos días— dijo Minerva sonriente—. ¿Dormiste bien?

—Sí— respondió la chica mientras se servía jugo de calabaza y tomaba un par de tostadas—. Sinceramente, hace mucho tiempo no dormía tan bien.

La profesora McGonagall alzó las cejas y su sonrisa se hizo más amplia, inquietando a Hermione. Le daba la impresión de que la bruja sabía lo que había sucedido con Snape... todo. Así que bajó la vista a su comida y pretendió entretenerse en eso para no mantenerle la mirada.

Muy pronto, casi todos los profesores comenzaron a tomar asiento en sus respectivos lugares... excepto Snape, claro. A Hermione, lamentablemente, no le extrañó que el profesor se ausentara, ya que solía hacerlo cuando algo "extraño" ocurría entre ellos. Aunque si alguien los hubiera visto la noche anterior, pensó, no hubiese notado nada fuera de lo normal. Sólo fueron un par de segundos extra de contacto visual. ¿Por qué le daría tanta importancia? ¿Acaso se estaba escondiendo de ella, o de verdad estaba muy ocupado?

El profesor Slughorn aprovechó un asiento vacío a su lado para sentarse allí y preguntarle de su vida, la cual, según él, era extraordinaria.

*****

Snape se encontraba dormido en el sofá de su habitación, con la cabeza apoyada en el respaldo, en una posición bastante incómoda, y un libro a punto de caerse de su mano derecha.

Le había costado conciliar el sueño, por lo que decidió leer un poco y así poder distraerse. Pero poco le había servido.

Se removió en su lugar, incorporándose poco a poco y sintiendo un dolor punzante en el cuello, justamente donde tenía la cicatriz, la que se frotó durante largos minutos sin poder contener un gemido de dolor. Soltó un improperio por la insensatez que había cometido al quedarse dormido allí.

Se puso de pie y recordó tan claramente el rostro de Granger que él mismo se sorprendió por su claridad.

Los rayos del sol le indicaron que era más tarde de la hora a la que usualmente se levantaba. Gruñó enfadado y se metió al cuarto de baño para darse una buena ducha y despejar la mente.

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