Cuando la suerte ayuda

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Nota:

Agradecería mucho que visitaran y le dieran me gusta a mi humilde página en Facebook, si es que quieren darme ideas para una próxima historia, dejarme sus comentarios y demás, se llama Vrunetti Fanfiction. Dentro de poco daré unas noticias, pero por el momento (debido a falta de tiempo y una obra en proceso), estará un poco "abandonado", aunque sí estoy al pendiente por si quieren contactarse :)

*****

Silente noche embadurnada de luceros. Noche que jamás pasaría al olvido. El mundo impasible continuaba girando, y los minutos no significaban nada cuando la vida se colmaba de colores.

Era lo único en lo que podía pensar Hermione Granger.

Se tocaba los labios con la yema de los dedos. Había perdido la noción del tiempo, y nada ni nadie le borrarían la sonrisa del rostro. Sus ojos soltaban chispas frenéticas. Pese al intento de rechazo de Snape, no podía sentirse más feliz. También nerviosa... y orgullosa de sí misma. Había exhibido la valentía digna de una Gryffindor. El cuerpo le temblaba de pies a cabeza, pero no por el frío.

¿Cuánto tiempo estuvo quieta en medio de ese patio? No lo supo, tampoco le importó. Primero debía analizar detalladamente la situación: besó a Severus Snape... y él no la apartó (al menos no de inmediato), algo que no tenía para nada previsto.

Se sintió tan bien. Se sonrojó al recordar cómo él, por un efímero instante, movió sus finos labios para devolverle el beso y estrechó su mano. Claramente si no le hubiera gustado, no lo hubiese hecho. Él también sentía algo y le costaría montones sonsacárselo... pero lo haría, fuese como fuese.

A pesar de lo acontecido, era plenamente consciente de que estaba todavía muy lejos de lograr tener algo con él. Y aún le faltaba usar la poción; su as bajo la manga.

Se pasó las manos por la cara y el pelo, sin poder digerirlo aún. El corazón le palpitaba a mil, y un sutil cosquilleo recorría su vientre. Lozana sensación. Si así se sentía estar enamorada, entonces no quería que se le pasara nunca, le daba exactamente igual que el causante fuera Snape. Conseguiría que la quisiera como ella lo quería, aunque tuvieran que pasar mil años.

Un aire muy frío sopló de repente, sacándola de su ensimismamiento. Cruzó los brazos alrededor del cuerpo sin dejar de sonreír, y salió corriendo como una flecha al interior del castillo.

*****

Ni el agua fría que resbalaba por su cuerpo era capaz de alejar la huella de los labios de ella. Se refregaba el oscuro cabello con exasperación. Tuvo que haberlo visto venir, tuvo que haber actuado como el adulto que era, pero no lo hizo. Se quedó tan absorto ante la repentina confesión y acercamiento de Granger que no había podido hacer uso de su raciocinio. Si McGonagall o cualquiera de los otros profesores se llegasen a enterar...

Cerró el grifo. Mantenía los puños tan fuertemente apretados que sus nudillos, de por sí prominentes y blancos, parecía que le atravesarían la piel. Salió de la ducha sin importarle lo congeladas que tenía cada una de sus articulaciones. Le dolían, pero era mejor que seguir sintiendo la desconocida calidez que embargaba su pecho. No la soportaba. Se amarró una toalla por la cintura y se observó en el espejo. Desde que había regresado a Hogwarts no se había detenido a mirar la cicatriz que dejó Nagini en su cuello: una marca horrorosa, peor que la más profunda de las quemaduras y que nadie podía apreciar al estar siempre oculta bajo la levita; también por todo su pálido torso se veían unas largas y delgadas líneas blanquecinas, cortesía de Voldemort. Y aunque su aspecto fuera deplorable en esos momentos, nunca se consideró atractivo. Para nada. Tampoco tenía las cualidades que la mayoría de las mujeres buscaba en un hombre, y no se esforzaba por tenerlas. Le daba exactamente igual si se fijaban en él o no. ¿De qué le serviría si a él no le interesaba tener nada con nadie y jamás le interesaría?

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