Él con ella

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ADVERTENCIA:  debido a la naturaleza de este capítulo, catalogué la historia con "Contenido adulto", así que si no les agrada leer este tipo de cosas, se los aviso desde ahora. 

¡Gracias por leer! 

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"(...) El sobreviviente tiene culpa, tiene culpa de su alegría de vivir (...)"

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Amanecía.

El profesor Snape y la señorita Granger dormían con las respiraciones acompasadas, sin haberse cambiado de ropa y sobre las mantas.

Ella estaba bocabajo, él bocarriba con una pierna fuera de la cama. Luego de una noche de juerga, necesitaban descansar.

Tras nubes grises cargadas de lluvia, el sol comenzaba a salir. El amanecer era opaco.

Severus se removió y abrió los ojos poco a poco, sintiendo un ligero dolor de cabeza. Miró a su derecha y la vio. Le causó gracia su pelo caóticamente revuelto y la posición desordenada en la que dormía. Apenas y podía distinguir la punta de su nariz entre ese cabello enmarañado.

Se sentó al borde de la cama, restregándose la cara con ambas manos, y se sonrió al repasar los sucesos de la noche anterior. No dejaba de parecerle inconcebible.

De pronto, Hermione comenzó a moverse pesadamente, gruñendo con algo de fastidio. Él se giró un poco para verla mejor. La chica se estiró y bostezó, frotándose las sienes con una mano.

—¿Cómo se siente?— preguntó el profesor lo más suave que pudo.

Ella se dio vuelta, y entonces Snape supo la respuesta de inmediato: esas ojeras y la dificultad con la que mantenía los ojos abiertos no evidenciaban nada bueno.

—Con la peor resaca de mi vida— murmuró Hermione con la voz áspera. Tenía la boca seca y pastosa, una sensación muy desagradable, y no recordaba haber tenido un dolor de cabeza tan grande desde que buscaba Horrocruxes con Harry y Ron... pero esta vez era aún peor.

El profesor Snape soltó aire por la nariz. Quién hubiera dicho que la estudiosa y siempre moderada señorita Granger se encontraría en ese deplorable estado.

—No te rías— rezongó la chica, al tiempo que se cubría el rostro con una almohada.

—No me estoy riendo— Snape guardó silencio, pensando qué era lo que debía hacer en un momento así.

—¿No tienes pociones para la resaca o algo?— inquirió con la voz amortiguada, ya que todavía se tapaba el rostro para ocultarse de la molesta luz.

Él bufó ante la pregunta.

—Si me hubiera dicho que bebería sin control, habría hecho— dijo el profesor mordazmente—. Pero recuerdo haberle oído decir que conocía muy bien sus límites.

Hermione volvió a gemir casi con desesperación de lo mal que se sentía. Y no era sólo por su estado físico, sino también por la vergüenza de mostrarse así ante él.

—Rayos...—susurró entre dientes. Arrojó la almohada a un lado y se quedó muy quieta, con los ojos cerrados y tomando aliento profundamente.

Era un muy mal amanecer.

—Tome una ducha... yo haré algo para comer— manifestó Severus, y se puso de pie, sintiendo un mareo que le hizo dar vueltas el cerebro.

Ella lo vio marcharse sin tener tiempo para decir nada más.

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