Errores estúpidos

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Snape perdió la noción del tiempo, de pie en mitad de su despacho, escuchando aún los ecos que dejó la puerta luego de que Hermione la cerrara con brusquedad.

Su corazón latiendo parecía ser la única parte de su anatomía que todavía trabajaba, y no sentía más que el escozor en su mejilla izquierda.

Como si no hubiese sido dueño de sí mismo los minutos previos, comenzó, paulatinamente, a reaccionar y tomar consciencia de lo ocurrido. A repasar cada palabra dicha y errada; cada gesto. Parpadeó al notar que tenía los ojos irritados. Respiró cuando el aire, de pronto, le faltó, pero sintió que no había oxígeno suficiente en la habitación para inflar sus pulmones. Un peso abrumador le aplastaba el pecho y las costillas. Sus rodillas temblaban, no supo si desde antes o si habían empezado a hacerlo en ese mismo instante. Una fría gota de sudor recorrió lentamente su espalda. Sólo cuando tragó saliva dificultosamente se dio cuenta que tenía la boca seca.

No podía controlar su cuerpo debidamente. Todo fue tan rápido, tan confuso...

Por último, y como si hubiera sido activado presionando un botón, su cerebro se puso nuevamente en funcionamiento. Sólo entonces, Snape dimensionó el daño que había causado, lo mal que había hecho las cosas.

Como seguir de pie se estaba transformando en algo realmente complicado, arrastró los pies hasta la butaca más próxima y se derrumbó sobre ella casi sin fuerzas. Tenía la vista perdida y nublada. Una palabra se repetía ininterrumpidamente en su cabeza.

"Estúpido... estúpido...", podía oír a sus pensamientos, golpeándolo, hundiéndolo cada vez más en el sillón y en su auto infligida miseria. Porque él sabía que todo el sufrimiento que estaba pasando era culpa suya y de nadie más.

Se llevó una mano al pecho, intentó respirar con normalidad, pero nuevamente le fue imposible. Como imposible era quitarse el dolor que le estrechaba el corazón; deseaba poder arrancárselo con las manos.

Pensaba que no había mayor estúpido que él sobre la faz de la Tierra. La tuvo ahí mismo frente a frente, a Hermione, una vez más yendo tras él para arreglar las cosas. Y él sólo porque se sintió acorralado y presionado dijo lo que menos había querido decir.

Apretó los párpados cuando sintió, por primera vez años, que sus ojos se llenaban de lágrimas. Enterró los dedos en los brazos del sillón, tal como haría un náufrago que se aferra al último salvavidas.

Por un segundo quiso desaparecer, dejar de sentir. Existir le dolía. Esa clase de dolor no lo había experimentado jamás. El pelo se le pegaba al sudor de la frente. No sabía qué demonios le estaba sucediendo.

La poción que se cocía dentro del caldero ya estaba arruinada, pero no le pudo importar menos, estaba demasiado concentrado en no llorar, porque si eso pasaba, todo se habría ido al carajo. Todo se derrumbaría otra vez... y sabía (o al menos quería querer) que un trocito de esperanza se escondía muy dentro. Un pequeñito rayo de luz que todavía brillaba dentro suyo, como para guiarlo, no dejarlo completamente desamparado.

"No te voy a esperar para siempre".

Una parte de él, al parecer la que se empecinaba en hacerlo cometer estupideces, le decía que no fuera a buscarla, que dejara las cosas así como estaban y zanjara el asunto. Pero otra, la parte emocional, casi lo hace correr hacia los pasillos para detener a Hermione... aunque hubiese sido inútil, pues su cuerpo no le respondía.

Pasó horas sentado en esa butaca frente a la chimenea apagada. Sentía los brazos y las piernas entumecidos por la tensión. Le dolían los hombros, en especial el que estaba herido por el Sectumsempra.

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