Melocotones es mia

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Cuando el reloj marcó las cuatro y cinco, So seguía sola en la sala de lectura de la biblioteca, jugueteando con su iPhone recién comprado. Como tenía un par de horas libres después de salir de Kill, había pasado por casa para cargarlo y meterle los datos que necesitaba. Sobre todo la música. No podía estar sin música ni un día más.

Había dudado un poco antes de colocar la tarjeta SIM de su antiguo número. Cuando al fin lo hizo, el teléfono empezó a sonar incesantemente con llamadas perdidas, mensajes de voz, correos electrónicos y mensajes de texto. Al revisar quién se los enviaba, entendió la razón. Había mensajes de Lena , de su madre, de Mats, de Eden y de Reus. Tras escuchar el quinto mensaje de voz de su madre, borró los seis restantes. No necesitaba ni quería seguir escuchando sus palabras de odio.

A los de Marco les prestó más atención. Vio que le había enviado un montón durante los días que había pasado conduciendo. En cada uno de ellos sonaba más frenético. Los de Lena sin embargo, eran breves e iban al grano.

Llámame.

Tenemos que hablar.

Lo siento mucho.

So no quería enfadarse. No valía la pena que se disgustase por culpa de ella. Además, cualquier cosa que le dijera a esas alturas ya no valía nada. Los mensajes de Edén, como siempre, eran muy educados y mostraban preocupación.

Hola, So. Espero que estés bien. Llámame.

A pesar de lo que me han contado, estoy aquí por si necesitas un amigo. Besos.

Pensando en ti. Besos.

—Mierda —murmuró , eliminándolos todos antes de guardarse el aparato  en el bolso.

A pesar de que le había ocultado su relación con Marco, Eden era un tipo educado, guapo y carismático. Había disfrutado de su compañía y el beso que se habían dado había sido... agradable.

Al pensar en ello, se dio cuenta de que en ningún momento había sentido con él la pasión arrebatadora que sentía cada vez que estaba en presencia de Marco . Los pequeños destellos de atracción que Hazard le despertaba no tenían nada que ver con el infierno que se desataba cuando Reus la tocaba, la besaba, le hacía él amor.

Las entrañas se le retorcieron al recordar su cuerpo, grande y sólido, entre sus piernas; cómo jadeaba y gemía exigiéndole más al oído; cómo la agarraba por las caderas como si no fuera a soltarla nunca; su exquisito rostro cada vez que buscaba y alcanzaba un nuevo orgasmo. Dios, ese hombre era glorioso. Había borrado de su mente a sus amantes anteriores, dejándola enfebrecida y ansiosa. Los dolorcillos que le había dejado de recuerdo en músculos que ni siquiera sabía que tenía eran deliciosos. Se ruborizó al recordar las rozaduras que su barba de pocos días le había dejado en los muslos.

Miró la puerta vacía de la sala de lectura. ¿Dónde demonios se había metido?
Sofía  sabía que Marco  tenía «asuntos» de los que ocuparse, y también que él no sabía que ya volvía a tener celular, lo que explicaba que no la hubiera llamado para avisarle del retraso.

Sin embargo, no pudo evitar preocuparse. ¿Se tomaría las clases menos en serio ahora que habían intimado? ¿Pensaría que se iba a librar de la bronca por llegar tarde sólo por haberle dado unos cuantos —bueno, bastantes— orgasmos?

Ella empezó a mover la pierna a medida que su enfado iba aumentando. Si ése era el caso, se iba a llevar una buena sorpresa. Molesta, se levantó y empezó a pasear por la sala de lectura, en dirección a su sección favorita, la de poesía.

Con la punta del dedo índice, fue rozando los lomos de los libros mientras recorría uno de los pasillos, entre dos enormes estanterías de caoba. El olor del cuero, de la tinta y de la madera era intenso y reconfortante. Con el libro en una mano, estaba hojeando las páginas amarillentas con la otra, cuando de repente el vello de la nuca se le erizó.

Debt of love--Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora