Va en serio.... Vale

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Sofia se revolvió en el asiento mientras Marco leía a Hemingway en la biblioteca esa tarde. Estaba sentado y tenía el tobillo apoyado en la rodilla.

El momento de los saludos al principio de la clase había sido una tortura. Ella habría pagado por poder volver corriendo a su casa y tomarse un par de copas.

Nunca se había sentido tan perdida, tan fuera de control. No dejaba de darle vueltas al tema, y se hacía preguntas para las que no tenía respuesta,  recordaba trozos de sus conversaciones con Thomas y con Lena, antes de volver a pensar en el beso.

Oh, Dios, el beso.

Durante la clase, sus ojos no hacían más que buscar la boca de Marco descaradamente. Se aclaró la garganta cuando él dejó de leer y alzó la vista como si notara que lo estaba observando. Se ruborizó y volvió a mirar la página del libro.

Marco frunció el cejo antes de continuar leyendo en voz alta:

—«Casi no había pensado en Sofia. Me había emborrachado un poco y casi me había olvidado de venir, pero cuando no estaba con ella me sentía solo y hueco.»

—Vale, para ahí. —ella dejó su ejemplar del libro boca abajo en la mesa, junto a las Oreo y a la lata de Coca-Cola que había traído Marco—. Según estas últimas páginas, ¿te ha llamado la atención algo sobre el cambio de actitud de los personajes?

Él se revolvió inquieto en la silla, mientras se rascaba la cabeza metiéndose los dedos por debajo del gorro de lana. La miró nervioso.

—Él, ummm, está confundido por sus sentimientos. —Cogió la lata de Coca-Cola y bebió un gran sorbo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella, observando su gargants, que iba arriba y abajo mientras bebía.

—Porque la echa de menos, ya sabes, cuando, ummm, cuando ella no está.

Los ojos de Reus se encontraron con los de ella un instante muy breve, pero suficiente como para atravesarla con una daga de deseo ardiente.

—Pero ¿cómo sabes que está confuso?

Él levantó la comisura derecha de los labios y le dirigió una mirada de complicidad.

—Una corazonada. —Bajó la vista hacia el texto y se rascó la mejilla—. Se siente... hueco. Está vacío sin ella.

Sus ojos  se apartaron de las palabras de Hemingway. Lo que Sofia vio en ellos casi hizo que se le detuviera el corazón.

Normalmente, cuando Marco la miraba, lo que ella veía en sus ojos era sexo descarnado y puro deseo. Era una emoción intensa que teñía sus iris de un verde limpio como un cielo sin nubes. Eso no había variado, pero esta vez sus pupilas estaban rodeadas por una neblina de remordimiento. Éste era tan evidente, que Sofia  supo, sin que él dijera ni una palabra, lo que estaba sintiendo. Se arrepentía de lo que había pasado. Y lo entendía perfectamente, porque ella sentía lo mismo.

Ella no tenía ni idea de cuánto tiempo permanecieron así, mirándose, perdidos el uno en el otro. Sólo volvió a la realidad cuando Marco la tocó. Su mano estaba cálida y era muy agradable notarla encima de la suya, sobre todo porque siempre que se tocaban, una burbujeante corriente de energía corría entre ellos.

Le pareció que hacía mil años que no se le acercaba.

Marco se echó hacia delante.

—Melocotones —dijo, acariciándola con el pulgar y sin apartar la vista del lugar de la mesa donde sus manos permanecían unidas.

Las sensaciones que le transmitía su tacto eran tan agradables que no pudo evitar pensar en cómo sería sentirlo en otras partes de su cuerpo.

Su atracción por él se estaba convirtiendo paulatinamente en algo más, algo irrevocable, que le daba mucho miedo. Estaba harta de negarlo, por supuesto, pero tenía que ir con mucho cuidado.

Marco le apretó la mano.

—Sobre lo del sábado...

—No pasa nada.

—No es verdad —replicó él con firmeza—. Pasó algo y fue... Quiero decir... —Alzó las cejas—. Mira, no sé lo que piensas de mí en estos momentos, pero te aseguro que no te besé para molestarte, de verdad.

—Lo sé, yo...

—El caso es que... —Marco hizo una pausa, con el cejo tan fruncido que las cejas casi se le unían en el centro—. Yo no sé decir palabras bonitas ni mierdas de ésas, pero... lo que siento por ti va en serio.

So sintió un leve mareo y se agarró a la mano de él con más fuerza.

—Sé que la situación no es la ideal. —prosiguió —. Yo sólo soy... y tú eres... pero joder, me sentiré feliz con lo que tú puedas darme. Sólo estar así, sentado contigo, me basta.

Sus palabras sonaban tan sinceras que  estuvo tentada de arrojarse en sus brazos y no salir de allí nunca más. El corazón le latía con tanta fuerza que casi no podía hablar. Sólo fue capaz de decir:

—Vale.

Pero Marco pareció satisfecho con su respuesta.

—¿Vale? —repitió.

Ella respondió con una sonrisa.

—¿Está todo bien? —preguntó él con mucha cautela, mirándola fijamente.

—Todo está bien.

Reus soltó el aire, pero no parecía del todo relajado.

—Me alegro, pero necesito que entiendas una cosa, Melocotones. —Se pasó la lengua por los labios antes de seguir hablando—. No me arrepiento de lo que pasó y lo volvería a hacer ahora mismo.

«Oh, Dios mío.»

Al darse cuenta de que se lo estaba comiendo con los ojos y que apenas podía respirar,  apartó la vista de él y rápidamente sacó una carpeta llena de papeles del bolso.

«Cambia de tema —se dijo—. Cambia de tema.»

—¿Quieres que te dé esto ahora? —le preguntó, dejando la carpeta sobre la mesa.

—¿Y esto qué es? —preguntó él, frunciendo el cejo y acercándose la carpeta para mirar qué contenía.

—El material para la semana que viene.

Marco parpadeó, confuso.

—Estaré fuera de la ciudad —le aclaró ella—. Voy a ver a mi familia  —Tamborileó con los dedos sobre la mesa—. Es el aniversario de... Hace años que mi padre... Lo hacemos todos los años. Estaré fuera toda la semana, de domingo a domingo.

La expresión de Reus cambió de manera casi imperceptible. No parecía contento. Tras rascarse la nuca, se metió las manos en los bolsillos.

—Umm, sí, vale —dijo, con el cejo igual de fruncido.

—Haz lo que puedas —lo animó —. Te he marcado más lectura y te he puesto unas preguntas. Además, tenemos que empezar a hablar sobre la prueba de evaluación. —Guardó silencio cuando la sombría mirada de él se dirigió hacia ella.

—Escríbeme cuando te haga falta —le propuso sin pensar—. O llámame si lo necesitas. No lo dudes. Yo... bueno, eso, que me llames.

—Lo haré.

Sofia trató de sonreír, pero le resultó más difícil de lo que esperaba. Marcharse para ver a su familia era una cosa, pero dejar a su amoroso kiwi durante una semana entera era otra. De repente se sintió muy vacía

Debt of love--Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora