Discusiones y deseos

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Sofia tamborileó con las uñas sobre la mesa de la biblioteca, enfadada, preguntándose por qué demonios había creído a Reus cuando éste le dijo que llegaría puntual.

Ah, sí, porque era idiota.

Era idiota por creer que cumpliría su palabra. Era idiota por esperar con tantas ganas la hora de volver a verlo y todavía más por enfadarse con él porque al llegar tarde estarían menos tiempo juntos. Y se llevaba la palma como idiota del año por haberse tomado la molestia de ponerse brillo de labios antes de entrar en la biblioteca.

Sacó el ejemplar de Walter, el ratón perezoso que él le había regalado y releyó la nota que le había escrito: ... «sin importar los obstáculos».

«Bueno —pensó con ironía—, ahora mismo el mayor obstáculo es que este hombre no llegaría puntual ni a su propio entierro.»

Cerró el libro y volvió a mirar la hora. Las cuatro y diez. El primer día lo había esperado media hora. Esa vez lo esperaría veinte minutos. Cogió el teléfono para mirar que no tuviera ninguna llamada o mensaje. Nada. Sólo tenía uno de Edén  deseándole un buen día y preguntándole si tenía planes para el sábado.

Suspiró, evitando mirar hacia las estanterías donde los largos, fuertes brazos de Reus la habían sujetado de un modo tan delicioso.

—¡Maldita sea! —dejó caer la cabeza hacia delante hasta golpearse la frente con la mesa—. Es un enamoramiento absurdo. ¡Contrólate! Sólo porque sea guapo que te desmayas...

—¿Quién es guapo que te desmayas?

«Madre-de-Dios.»

So se incorporó muy muy despacio.


So se incorporó muy muy despacio

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—Mis... zapatos —respondió ella, alargando la pierna para que Reus viera los zapatos de tacón color gris metalizado, de Gucci, que llevaba—. ¿A que son bonitos? —Mantuvo la mirada fija en los zapatos, tratando de calmarse.

Marco alzó las cejas mientras le examinaba el pie, el tobillo y la pierna que le estaba mostrando.

—Mmm, no son de mi estilo, la verdad, pero sí, están bien. —Se quitó la chamarra  y la colgó en el respaldo de su silla, haciendo una mueca—. Siento llegar tarde. Sé que te dije que sería puntual.

—Cierto —replicó ella bruscamente, aferrándose al cambio de tema—. Por segunda vez. Sé que tienes que hacer muchas cosas, pero yo también. Y si llegas siempre tarde, esto no va a salir bien. Ya hemos perdido quince minutos.

—No me machaques, Melocotones. Sólo es la segunda clase. Todavía estoy acostumbrándome a la vida fuera. Las cosas no serán siempre así. Estoy intentándolo en serio, ¿vale?

So se fijó que la expresión de su rostro era más suave, más vulnerable. Frunció el cejo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

Debt of love--Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora