Una mente brillante

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Marco  estaba sentado tras una mesa de madera cuando Melocotones entró con una amplia sonrisa dirigida al guardia. Aunque la sonrisa desapareció cuando vio la expresión estudiadamente apática de Reus, siguió andando con la misma decisión.

—Buenas tardes —saludó, sacando libros y papeles de su gigantesca bolsa.

Él permaneció con la mirada clavada en el suelo, mientras hacía girar los pulgares encima del regazo. Joder, estaba sudando.

Ella se aclaró la garganta.

Marco alzó la cabeza y rezó para que la voz no le fallara.

—Buenas tardes, señorita Krull.

Los ojos verdes de Sofia brillaron sorprendidos ante un recibimiento tan extrañamente razonable. Él le devolvió un amago de sonrisa que quería ser displicente, pero en realidad lo único que Marco quería era salir pitando de allí como un gallina. Estaba seguro de que ella podía oír cómo el corazón le latía dolorosamente en el pecho.

La señorita Krull acercó una silla a la mesa.

—Vamos a hacer lo mismo que hemos hecho en la clase, para que no te quedes rezagado.

Marco le clavó la mirada y la examinó de arriba abajo. Observó sus movimientos y las expresiones que le cruzaban la cara, tratando de reconocer en ellas a la niña que recordaba como una fotografía arrugada en el fondo de su memoria. Dios. Catorce años después, estaba sentada allí delante, totalmente ajena a su conexión.

Sin embargo, sabía que notaba su mirada. Se preguntó si sentiría lo mismo que él cuando lo miraba.

—Éste es el poema que vamos a estudiar —dijo ella, colocando una hoja de papel en la mesa frente a Marco .

Él se echó hacia delante para leer el título del poema en la cabecera de la página.

—¿«La elegía» de Tichborne?

—Eso es —contestó Melocotones—. ¿Pasa algo?

—¿Y esos idiotas que van a su clase saben quién es Chidiock Tichborne?

—Ahora sí —respondió ella calmada, quitándole el tapón al bolígrafo—. ¿Qué sabes tú sobre él o su poesía?

A Marco no se le escapó el desafío con que lo preguntó. Decidió centrarse en eso y no en el calor que le transmitían sus rodillas por debajo de la mesa.

—Lo suficiente —replicó, cruzándose de brazos.

—Por favor —le pidió ella con las palmas hacia arriba—, agasájame.

—¿Que la agasaje? —repitió él, burlándose de su elección de palabra. Se frotó la barbilla y empezó a hablar—. Nació en Southampton, Inglaterra, en mil quinientos cincuenta y ocho. En quinientos ochenta y seis participó en el complot de Babington para asesinar a la reina Isabel y colocar en su lugar a la reina católica, María, la reina de los escoceses. Pero tuvieron una suerte de mierda. Lo arrestaron y al final acabó arrastrado, colgado y descuartizado.

Aguantándose la risa al ver su expresión de sorpresa, Marco siguió hablando.

—Este poema lo escribió mientras estaba esperando la ejecución. ¿Le parece adecuado estudiar algo así en una cárcel, señorita Krull?

—¿Te gusta la Historia?

Él se encogió de hombros.

—No está mal, pero prefiero la Literatura inglesa —dijo, dejando que el doble sentido se asentara entre ellos.

So se humedeció los labios.

—Cuéntame algo sobre el poema.

—El autor usa la paradoja y la antítesis. —Marco fue resiguiendo la página con el dedo—, la oposición y la contradicción. Las emplea para enfatizar la tragedia por la que está pasando, lo que, pensándolo bien, es una estupidez.

Debt of love--Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora