Al fin libre

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Marco apenas había pegado ojo. Estaba nervioso, como un niño pequeño el día de Navidad. A las siete de la mañana del día en que iban a soltarlo estaba en su celda, guardando con entusiasmo sus libros y otras pertenencias en una caja no muy grande. El papel en el que se le anunciaba oficialmente que le habían concedido la libertad condicional era su posesión más preciada. De vez en cuando lo abría y lo releía, sólo para asegurarse de que las cosas no habían cambiado.

Todo seguía igual.

La única ropa de civil que tenía era la misma con la que entró en la institución. Se sintió muy orgulloso al ver que la camiseta azulada  le quedaba justa en el pecho y los brazos, gracias a los vigorosos entrenos con Neuer. El cual supo había sido requerido para testificar y parece que lo favoreció diciendo que sus ataques de ira se habían controlado considerablemente. Manuel era un buen tipo.

Sonriendo, negó con la cabeza y tiró de las mangas del saco, siempre se había considerado un chico con estilo incluso en sus momentos difíciles.

—Joder —murmuró, antes de ponerse los vaqueros oscuros y los zapatos deportivos. Nunca le había molado tanto ponerse unos vaqueros y una camiseta de algodón. Luego les llegó el turno al reloj, los piercings y un colgante.

—¿Estás listo?

Marco se volvió sonriente y vio que Thomas estaba apoyado en la puerta abierta de la celda.

—Casi —contestó, abrochándose el cinturón—. ¿Cuándo podré salir?

Thomas miró el reloj.

—Las puertas se abren dentro de diez minutos, pero hemos de esperar a Ballack.

—Maravilloso —musitó Marco.

Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que no se dejaba nada y luego cerró la caja.

—Entregué tu regalito —dijo Thomas, metiéndose las manos en los bolsillos.

Marco le rehuyó la mirada.

—Perfecto —replicó, como quitándole importancia—. ¿Te llegó el dinero?

—Me sobró. Y escribí exactamente lo que me pediste.

A él le dio un vuelco el corazón al pensar en Melocotones recibiendo el libro. Se preguntó si le habría gustado o si lo habría considerado una cursilería. Y se preguntó también si le habría parecido demasiado atrevido por su parte.

—Tengo que preguntarte... —empezó a decir Tuchel , mirándose la punta del zapato.

—¿Qué? —lo interrumpió él de mala manera.

Thomas sonrió como si ya esperase aquella reacción del chico antes de alzar la vista.

—Sólo quería saber cómo conseguiste encontrar un sitio donde vendieran el libro con tan poco tiempo —añadió, encogiéndose de hombros con fingida inocencia.

Marco se relajó visiblemente.

—Meloco... quiero decir, Sofia, la señorita Krull  lo había... ejem, mierda... lo mencionó durante una de las clases, así que lo busqué en el ordenador de la biblioteca y lo encargué. Pensaba ir a recogerlo cuando saliera, pero cuando ella comentó que era su cumpleaños... —Alzó la vista, cambiando el peso de pie. Pocas veces se había sentido tan incómodo—. No es tan importante, joder. Deja de mirarme así.

—Eh —dijo Thom, aguantándose la risa—, yo no he dicho nada. Me pareció un regalo fantástico. Muy considerado.

El  le dirigió una mirada cautelosa.

Debt of love--Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora