Cuando la vida te arranca lo que más amas o nunca te da nadie a quien amar.
Ella tiene el corazón roto por el dolor de perder una familia.
Él intenta sobrevivir a la falta de cariño y al rechazo de todos incluidos aquellos que debieron amarlo
...
Los que no conocían a Eva Krull en persona la consideraban fría y arrogante. Pero nadie, ni siquiera quienes no la soportaban, podía negar que era una mujer fuerte.
Cuando siete matones, drogados con lo que fuera que hubieran tomado aquella fatídica noche, habían asesinado despiadadamente a su marido, el senador, ella había mantenido una fachada estoica siempre que estaba en público. Había recibido las condolencias de votantes, desconocidos y muchos de los colegas de su esposo con una sonrisa y un asentimiento de cabeza. Todo el mundo había quedado impresionado por su entereza.
Sin embargo, por dentro se estaba muriendo. Le habían arrancado el corazón, dejándole un hueco que ni las palabras de consuelo ni los abrazos de cariño podían llenar. Daniel era todo su mundo y cuando le comunicaron que había muerto a causa de una paliza tan violenta que le había causado una hemorragia cerebral, se planteó quitarse la vida para volver a estar con él. Habría sido una salida desesperada, fácil y egoísta, pero no entendía cómo podía seguir viviendo cuando el único hombre que había amado en su vida ya no estaba a su lado.
Sabía que su pequeña la necesitaba y que ella necesitaba a su pequeña, pero no podía mirarla sin ver a su marido reflejado en su hija. Cada movimiento, cada gesto, cada mirada de Sofia le recordaba tanto a su marido que, durante mucho tiempo, Eva sólo pudo pasar breves ratos en su compañía.
Siempre le estaría agradecida a la divina intervención que salvó la vida de So. Tenía un precioso ser vivo que era la mejor conexión posible con su adorado esposo.
Juró amarla y protegerla durante el resto de sus días.
—Mamá, por tu cara cualquiera diría que tienes problemas estomacales. ¿Qué te pasa?
Eva la fulminó con la mirada. So se estaba arreglando el pelo en el otro extremo de la habitación del penthouse. Estaba preciosa con su vestido nuevo, comprado para su cumpleaños.
—No hace falta ser vulgar; sólo estaba pensando —dijo Eva, con una copa de vino en la mano—. ¿Cómo está Mats?
So se encogió de hombros.
—Bien. Ocupado. Vendrá esta noche con Cathy.
Eva soltó un melancólico suspiro.
—Qué bien que haya sentado la cabeza. Ya está casado y tiene un trabajo respetable.
So respiró hondo y dejó caer los brazos a los lados.
—Sé que te mueres de ganas de tener nietos, mamá, pero ¿puedes tener un poquito más de paciencia hasta que yo también decida sentar la cabeza? —Cogió su copa de vino y bebió un sorbo—. Además, mi trabajo es respetable. Soy profesora. Y de las buenas.
Sin hacer caso del comentario sobre el trabajo, Eva se echó a reír.
—Oh, cariño, es verdad que me gustaría tener nietos, pero lo que deseo más que nada en el mundo es que seas feliz al lado de alguien que te cuide y te quiera. No hay prisa, eres joven. —Hizo una pausa—. Pero ¿no hay nadie que te atraiga?
Ella evitó la mirada de su madre mientras cogía el bolso.
—No, soy feliz tal como estoy. En todos los aspectos de la vida.
Eva miró a su hija y suspiró, deseando saber expresar mejor sus miedos.
—Eso espero.
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