Sin armadura

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La pantalla del teléfono de Sofia iluminó la habitación cuando le dio al botón de rellamada.

Buzón de voz.

Parpadeó varias veces, con los ojos llenos de lágrimas.

Llevaba doce horas sin saber nada de Marco. Ni una llamada ni un mensaje. Silencio absoluto.

Le dolía la cabeza, tenía el corazón hecho pedazos y estaba agotada por la preocupación. Le dolía todo. Y al mismo tiempo, tenía una paradójica sensación de vacío.

A pesar de las muchas lágrimas derramadas y de los innumerables pasos que había dado recorriendo la habitación de un lado a otro, no culpaba a Marco de lo sucedido. ¿Cómo iba a hacerlo? No podía culparlo por haber buscado una vía de escape y haber salido huyendo. Había tardado seis horas en darse cuenta. Seis horas de llamadas y de mensajes histéricos, pero al final lo había reconocido.

Podía parecer un tipo impenetrable, frío, insensible, pero Sofia sabía que era todo lo contrario. Era una persona abierta y muy frágil.

Se sentía responsable de haberlo puesto en una situación tan difícil e incómoda para él. Debería haber hecho caso de su instinto y de la ansiedad que vio en sus ojos.

So había querido demostrarle que él era suficiente para ella y, al mismo tiempo, que ella podía ayudarlo; que era lo bastante fuerte como para apoyarlo en los malos momentos.

Qué egoísta había sido.

Sofia se lo había contado todo a su abuela, con la cabeza apoyada en su regazo. Sí, Marco se lo había prometido. Y sí, ella había querido creer en su palabra. Pero la verdad era que él se lo había dicho obligado. Sabía que ella necesitaba oír esas palabras y las había pronunciado. De no haberlo hecho,  no habría hablado con su madre y, en buena parte, se alegraba de haber tenido esa conversación.

Aunque no había servido de mucho.

Pero al fin y al cabo, Roma no se construyó en un día. Las conversaciones con su madre, tras la partida de Marco, estaban siendo breves e incómodas, pero al menos estaban hablando. El rostro de la mujer mostraba claramente que era muy consciente de lo sucedido. Sabía que su presencia en la casa era lo que había forzado al chico a marcharse. Y, aunque le costara admitirlo, una parte de ella se sentía responsable.

So se tumbó de espaldas en la cama, sujetando el teléfono con fuerza sobre las costillas. Al mirar por la ventana, vio que seguía nevando con ganas. Era una agonía no saber dónde estaba Marco o si estaba a salvo. Había llamado al aeropuerto, pero no había cambiado su reserva de vuelo. No sabía si habría comprado otro boleto, pero algo le decía que no lo había hecho.

Tras hacer el equipaje, Sofia decidió tomar el vuelo del día siguiente, tal como tenían planeado. Le envió un mensaje a Marco, diciéndole dónde podría encontrarla si decidía volver con ella y se marchó.

Por muy fiesta familiar que fuera, ella necesitaba un poco de paz, tranquilidad y tiempo para reflexionar.

Igual que había hecho Marco.

Madre mía, no quería ni imaginarse lo que debió de sentir al oír las cosas que había dicho su madre. Sus palabras tenían que haber demolido todos los ladrillos de confianza y seguridad que ella y la abuela habían estado poniendo. Cerró los ojos. Dios, qué ganas tenía de decirle lo mucho que lo amaba.

Le daba igual si él no quería volver a saber nada más de ella. Necesitaba que lo supiera.

Se permitió llorar un poco más. Lloraba por Marco, por el dolor que debía de estar sintiendo. Y lloraba por la rabia que le daba que su madre le hubiera hecho daño al hombre que amaba. Lloraba por su abuela, que se había visto envuelta en una situación horrible sin pretenderlo, pero también lloraba por su padre.

Debt of love--Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora